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Miércoles, 30 de agosto de 2006

MUSICA

Encuentros inolvidables

¿Cómo lo conoció a Manuel J. Castilla, su compañero autoral de tantos temas?

–Me lo presentó un compañero de conscripción, Alberto Bournichon, a él lo mataron los militares en 1976. Qué buen hombre Bournichon... Era un entusiasmado por todo lo que fuera literatura, arte, cultura. Y estaba muy ligado a las ideas de avanzada, como yo, que entre los dueños de los ingenios y los comunistas, me quedo con los comunistas. Algunos decían que él era correo del Partido Comunista. A mí no me importaban sus ideas políticas, me importaba su humanidad. Era un chico, esa pureza que había en él me conmovía profundamente. Unos días antes de su secuestro, fuimos con él y otro amigo a la casa de Castilla. Y como si supiéramos lo que iba a suceder, que era la última vez que lo veíamos, estuvimos tres días sin dormir. Bah, ellos se durmieron pero yo no, aguanté los tres días. Porque venía uno que quería conocer, se iba y venía otro, y otro. No sé cómo hice para permanecer despierto todo ese tiempo. A lo último fui a dormir a la casa del Cuchi, y caí como un tronco. Ese fue uno de los encuentros más grandes que tuve con el Cuchi.

–¿Cómo eran los encuentros con Castilla y Leguizamón?

–Con el Cuchi estuve poco, con Manuel más. Generalmente yo iba a verlo allá, a veces él venía aquí a dar una conferencia. Por ahí íbamos al (río) Bermejo, salíamos a buscar cosas. A él le gustaba mucho el monte, y a mí, ese contacto con la naturaleza, que todavía no acabo de descifrar. Casi siempre que nos reuníamos hacíamos dos cosas, una en el encuentro y otro en la despedida. Una vez me llevó a la panadería de Juan Riera, el de la “Zamba de Juan Panadero”.

–¿Qué recuerda de esa visita?

–Castilla era generoso, siempre creía que sus amistades iban a gozar conociéndome a mí. Me llevaba a todos lados: vamos a verlo a Fulano y a Mengano. Un día ya eran como las 6 de las mañana, y me dice: “Ahora vamos a visitarlo a Juan Riera”. “Pero son las 6 de la mañana, cómo vamos a ir a joder la pava a esta hora.” “Calláte, vos sos un opa tucumano, confiá en mí.” Cuando llegamos estaba Riera amasando pan, ahí lo conocí. El barbudo había hecho un poema, “Zamba del carrero”, dedicado a Juan Riera, y yo había hecho la música, por eso quería que lo conociera. Ese día Riera hizo unas humitas sazonadas con albahaca que eran una maravilla. Y ahí Castilla hizo la letra de la “Vidala del lapacho”. Salió mientras comíamos humita.

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