La obra de Rolando “Chivo” Valladares tenía, hasta ahora, una gran deuda: estaba dispersa y en muchos casos no había sido transcripta en partituras. Ahora, el músico Leopoldo Deza –también tucumano– publicó el cancionero Solo en mi rancho, donde reúne toda la obra de Valladares clasificada según los poetas junto a los que compuso, como Raúl Galán, Manuel J. Castilla o su hijo Teuco Castilla. Editado por la Universidad Nacional de Tucumán, con comentarios del investigador Ricardo Kaliman, el libro resulta a la vez una deuda saldada y un descubrimiento, con fragmentos de entrevistas y testimonios de músicos que admiran su obra.

Rolando Valladares nunca estudió música formalmente: “Entonces tenía que silbar las canciones a otra persona que las pudiera escribir. Antes no existían los grabadores y por ahí cuando me acordaba la primera parte ya me olvidaba el estribillo”, cuenta en el libro. A Deza le llevó cuatro años de trabajo arribar a este minucioso cancionero. “Empecé con las grabaciones, la mayoría inéditas, de actuaciones en vivo y caseras. Después seguí con las partituras de Editorial Lagos, las revisé, toqué y corregí, porque había errores increíbles”, relata el músico. “Por último vino lo más alucinante y difícil: escribir los temas que no estaban grabados. El me silbaba y yo iba sacando la melodía en el piano y la escribía en un cuadernito. La revisábamos bien con la letra: Esa nota no va, más arriba, más abajo... Y lo más difícil: ponerle los acordes. Porque el Chivo no sabe cómo se llaman, ni dónde están, pero sabe perfectamente cómo suena y lo indica a su manera: ponele más ponzoña... machimbralo más...”, recuerda. “Como él no maneja un lenguaje técnico se hacía difícil poner los acordes. Entonces me iba dando cuenta por la cara. O por ahí charlando de otras cosas, escuchando lo que hacía, iba deduciendo hasta que le embocaba”, dice Deza, y sintentiza la importancia que tuvo para él este trabajo: “Para mí fue muy valioso hacer este libro. Tuve la suerte de comprender cómo piensa Valladares”.