Sábado, 14 de enero de 2006 | Hoy
URTICARIA, FOTOSENSIBILIDAD Y ERUPCIONES QUE SE DISPARAN EN VERANO
Lo que antes era pasar el invierno ahora también es pasar el verano. Ocurre que en esta época de playas atestadas de turistas ávidos por hundir sus pies en la arena y refrescarlos luego en el mar, sierras organizadas para el consumo y complejos turísticos de exhibición de rostros y cuerpos, el sol se alza con el máximo protagonismo no sólo de la diversión sino también de la molestia: ni más ni menos que generando en el cuerpo de los sufrientes reacciones en la piel agrupadas en aflicciones de llamativos nombres tales como “urticaria solar”, “fotosensibilidad química” y “erupción polimórfica leve”.
Por Enrique Garabetyan
Para los moradores del espacio meridional, “tiempo de verano” suele ser sinónimo de descanso, de playa y de largas horas de aletargamiento horizontal bajo los rayos solares. Pero, para algunos pocos desafortunados, también puede ser el molesto turno anual de sufrir alguna de las formas de “alergia” al Sol.
Englobado bajo el concepto de “fotosensitividad”, este fenómeno consiste, como obviamente indica su etimología, en una aumentada sensibilidad a la acción de la luz de amplio espectro que llega hasta la piel. Aunque suele ocurrir que la que más problemas genera es, por supuesto, la radiación cercana al ultravioleta. Y antes de continuar vale resaltar una ironía: hasta los propios órganos visuales pueden tornarse hipersensibles a la luz cotidiana, en lo que comúnmente se conoce como “fotofobia”.
Según los manuales médicos, el proceso de reacción fotosensible incluye algunas variantes y puede agruparse en tres familias de molestias emparentadas pero separadas: la “urticaria solar”, la “fotosensibilidad química” y la desconcertante, por nombre y origen, “erupción polimórfica leve”.
La primera de las manifestaciones es una muy rara enfermedad de la piel (dermatosis) que se hace notar con la aparición de numerosas ronchas rojizas tras un tiempo mínimo –que puede llegar a ser tan escaso como 10 minutos– de exposición de la piel. Y así como viene se va, generalmente en no más de un par de horas.
Lo que ocurre en estos casos es que la acción de los fotones dispara –en individuos fotosensibles– una cruda reacción de su sistema inmunológico que se manifiesta en el síntoma antedicho: ronchas y picazón. Si las zonas perturbadas son geográficamente amplias, el sufriente deberá agregarle a la molestia principal dolores de cabeza y hasta náuseas.
Curiosamente, y a diferencia de las otras fotodermatosis emparentadas, la urticaria no presenta una incidencia estacional marcada. Esto es, no se trata de una molestia “exclusiva del verano”, ya que la dosis necesaria para desatarla es más bien baja. Por supuesto, el tratamiento implica prevención y eso significa el arsenal usual de protección adecuada (ropa de tela no extremadamente fina, pantalla de factor alto, gorro, bandera, vincha y todo lo necesario para que el perturbado pueda desarrollar una actividad normal al aire libre). En ocasiones de extrema agudeza sintomática los dermatólogos pueden recomendar antihistamínicos y algún corticoide. Y también se puede intentar una fototerapia para desensibilizar la piel, aunque es un tratamiento de efecto limitado.
La aparición de esta urticaria no tiene preferencia de edades –se la ha descrito de la primera a la octava década de vida– pero sí es algo mayor su incidencia en adultos jóvenes y observa cierto favoritismo por la mujer antes que por el hombre. Se la clasifica como una enfermedad rara, ya que apenas un 5% de todos los desórdenes “fotosensibles” ingresan en la categoría de “urticaria solar”.
En otros casos, la fotosensibilidad en la piel se origina en un cóctel de bioquímica y Sol. Sucede cuando la respuesta anormal de la epidermis ante la radiación se genera por intermedio de alguna droga medicamentosa. Esta reacción, fácil de confundir con una típica quemadura solar, puede tener como culpable a una completa lista de remedios de uso libre y frecuente, incluidos algunos antibióticos, anticonceptivos y antidepresivos. Y los efectos de esta explosiva combinación de brebajes curativos y energía solar se asienta en varios procesos posibles:
Fotorreacción: que se verifica cuando la droga convierte a la persona en “fotosensible” y genera efectos agudos, al estilo de enrojecimiento exagerado, descamación intensa de la piel, eczemas y reacciones oculares. Las moléculas culpables incluyen antihistamínicos, antiinflamatorios y antibióticos (como la tetraciclina) que se pueden encontrar en la composición típica de desodorantes, jabones antisépticos y sales de cadmio (utilizadas en los tatuajes).
Fotoalergia: en este caso se produce cuando los rayos UV modifican la estructura química de algún componente del remedio o del cosmético aplicado sobre la epidermis. Los síntomas pueden aparecer apenas iniciada la exposición directa a la luz o pueden ser notados en forma diferida por lapsos muy variables en el tiempo. Tan flexibles son que, en algunos casos, estas reacciones se notaron hasta 90 días después de la exposición original. Entre los cosméticos que contienen productos potencialmente reconocidos como fotoalérgicos, está el aceite de sándalo y bergamota, algunas quinolonas y varios antiinflamatorios no esteroideos (AINEs).
Fototoxicidad: a diferencia de la anterior, es una reacción que suceden sin que el sistemainmune se ponga en acción. En esta variante, la droga absorbe energía de los rayos UV y la libera en la piel, causando daños graves y una eventual muerte celular. La situación puede ocurrir inmediatamente o no, por lo que no es nada fácil identificarla. Un par de ejemplos de drogas asociadas a la fototoxicidad son la tetraciclina y algunas de la ya mencionada familia AINE.
A la tercera de estas familias de molestias se la conoce como “Erupción Polimórfica Leve” (EPL) y es una reacción epidemiológicamente común a la luz solar (básicamente al espectro ultravioleta, del tipo A). Su acción forja la aparición de granitos rojos y ampollas en las franjas expuestas.
La incidencia de la EPL en la población general es alta y puede abarcar desde el 10% del total de la población hasta un alto 21% que se registra entre los nacidos en Suecia. Tiene, además, una leve predilección por el sexo femenino, algo que también puede deberse a una diferencia en la cantidad de consultas, simplemente, porque los sujetos masculinos son menos proclives que ellas a consultar un dermatólogo ante ese tipo de señales “menores”.
Los síntomas de la EPL pueden darse el gusto de aparecer durante los primeros cuatro días posteriores de la exposición a la luz solar y habitualmente desaparecen en un par de semanas. Un detalle interesante es que no sólo son “mal de verano” porque el reflejo del Sol sobre la nieve puede también desencadenarla. Y si bien se desconoce el “paso a paso” de la reacción, para muchos dermatólogos sería un tipo de alergia retardada.
El catálogo de afecciones solares también incluye el prúrigo actínico, enfermedad relativamente conocida por los dermatólogos latinoamericanospero no por los europeos o asiáticos, ya que en dichos territorios es muy rara. En el sur del continente americano representa alrededor del 4% de las consultas al especialista en piel. Técnicamente es una fotodermatosis, con probable incidencia genética, que suele iniciarse en la niñez y ensañarse en la cara y los labios. Tiene una evolución crónica y se concentra en el sexo femenino en una relación de 2 a 1. Un detalle llamativo es que una de las drogas de peor reputación de la historia, la talidomida, ha probado ser especialmente efectiva para tratarlo y genera una mejoría importante tras un par de meses de cuidadoso tratamiento.
Otra condición muy poco común es la hidroa vacciniforme. No tiene causas bien conocidas y se la diagnostica al ver pequeñas ampollas recurrentes en las zonas de la piel expuestas al Sol, con fuerte preferencia en la cara y las orejas. Dichas vesículas se necrosan (esto es, se produce una degeneración de un tejido por la muerte de sus células) y dejan grandes cicatrices. Suele ensañarse con los chicos, y con los hombres más que con las mujeres y se vuelve más violenta durante la primavera y el verano. Hacia la adolescencia suele remitir, pero no es infrecuente encontrar casos visibles en adultos.
También hay otro inventario de enfermedades que, entre sus síntomas, generan una aguda sensibilidad a la luz solar y en las que ésta contribuye a su agravamiento. Por ejemplo, una de las porfirias, la “cutánea tardía”, que es la más frecuente. Provoca ampollas en la piel expuesta a la luz solar, con especial fuerza en cara, brazos y manos. Las porfirias están relacionadas con deficiencias enzimáticas varias.
Y estos procesos son comunes en ciertos males autoinmunes, como algunas formas de lupus eritematoso, una inflamatoria crónica que puede concentrarse en la piel. Hay evidencias severas de que las radiaciones UV contribuyen a su génesis y se lo caracteriza por las marcas rojizas que aparecen a ambos lados de la nariz, en forma de “alas de mariposa”.
Otro grupo patológico que interactúa con el astro-rey son las infecciosas. Un ejemplo más que común y conocido es el herpes labial. En estos casos, es prácticamente una pandemia, causada por el virus VHS I. Se la conoce sobradamente, gracias a su erupción en forma de ampollas, pequeñas pero dolorosas, que suelen estacionarse en la piel de los labios, encías y alrededores. Las tasas de gente expuesta a este virus varían levemente en cada país, pero suele aceptarse que nada menos que entre el 60 y el 90% del total de la población de mayores de 10 años es portadora, o ha estado expuesta, al virus. Como no se cura sino que apenas se controlan sus síntomas con un puñado de antivirales, la mejor recomendación es evitar los factores precipitantes de la erupción, especialmente la exposición al rayo solar.
Finalmente hay otras dos situaciones no saludables habituales donde Febo tiene su influencia: la rosácea y el melasma. La primera es una dermatosis crónica inflamatoria, localizada en la cara, y que en su forma crónica incluye una hinchazón de las mejillas, nariz, barbilla, frente y/o párpados con enrojecimiento llamativo. No se conoce su causa final, aunque hay variadas hipótesis. Y la meta de su tratamiento apunta a evitar –otra vez– los posibles desencadenantes. Si bien es mucho más frecuente en las mujeres, sus síntomas suelen ser más notorios entre los varones afectados.
A la segunda, siguiendo su nombre, se la define como un exceso de melanina capaz de generar grandes manchas de color café que se ubican en áreas expuestas de la cara y el labio superior. Las manchas son irregulares y bastante bien delimitadas. Se las nota más en las mujeres –que de hecho suman el 90% de los casos– durante el embarazo o la menopausia. La razón del padecimiento es desconocida, aunque puede haber cierta predisposición genética y, obviamente, hormonal. La preocupación por su aparición pasa, en general, por la estética y no por las consecuencias patológicas gravesque, en este caso, no existen. Los dos hechos relacionados con su explosión son la exposición y ciertos cosméticos.
No es fácil cumplir con el diagnóstico, prevención y tratamiento de esta familia de males de la luz, ya que no hay demasiadas herramientas médicas capaces de cercar con certeza las causas de la fotosensibilidad. Por eso, su diagnóstico suele ser una cuestión de deducción e intuición profesional. Sí se vuelve muy necesario buscar y, descartar, que la razón final de la sintomatología no sea consecuencia de alguna enfermedad autoinmune importante como ocurre, por ejemplo, con el lupus.
La prevención, por supuesto, es la mejor aliada y una manera de practicarla es a través de la vestimenta (ropa clara, gorritas, y toda la parafernalia que tienda a disminuir la exposición), complementada con cremas protectoras. Y si media algún medicamento acusado de fotosensibilidad discontinuarlo, o cambiarlo, si es posible.
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