Sábado, 17 de julio de 2004 | Hoy
Por Enrique Garabetyan
El viajar es un placer,
repetía la pegadiza canción para niños de Pipo Pescador.
Y suele ser cierto, salvo cuando el viaje lo emprende un emigrante, camino a
un país extraño, expulsado del terruño por razones políticas,
económicas o religiosas. O impulsado por el afán de buscar algo
mejor. Por esos vitales motivos cientos de miles de personas descienden cada
año de los barcos, abordan sospechosos aviones, atraviesan ríos
con sus espaldas mojadas, cargando un mínimo atado de ropas y esperanzas.
Supongamos que finalmente el expatriado llega a una ciudad lejana,
donde comenzar un nuevo intento de vida, dejando retazos detrás para
pretender fabricar un nuevo futuro. Pero vida nueva no se traduce
(por supuesto) en mejora automática. Ni mucho menos inmediata. Más
bien suele transcribirse en años de ilegalidad, dificultades, idioma
diferente, costumbres extrañas, riesgos desconocidos, y una opción
casi segura a la discriminación.
Ante este panorama imaginar que el inmigrante pueda sufrir un poco de estrés
más que algo obvio parece una frivolidad. Pero no es así. Justamente,
desde hace un puñado de años, ese atroz estrés y
las particulares formas en que se ensaña sobre los inmigrantes
es tal que la medicina le otorgó su propia denominación técnica.
Fue Joseba Achotegui, un psiquiatra barcelonés, quien bautizó
a este conjunto de síntomas comunes y particulares como el Síndrome
de Ulises, inspirándose en el largo y accidentado regreso al hogar
del héroe griego, luego de la guerra de Troya. Toda una ironía
ya que Homero describía al trotamundos de Odiseo (quien recién
sería popularizado como Ulises por los escritores romanos) como un hombre
especialmente diestro en el manejo de las frecuentes crisis humanas que acaecían
entre sus belicosos contemporáneos.
Achotegui, que dirige el Servicio de Atención Psicopatológica
y Psicosocial a Inmigrantes y Refugiados (Sappir) que funciona en el Hospital
San Pere Claver de Barcelona, relata que más de 50 por ciento de los
pacientes atendidos en el Servicio padecen alteraciones del sueño y cefaleas
continuas. Los trastornos según él expresarían
la fragilización que supone elaborar el duelo migratorio en un
contexto de fuerte estrés legal, laboral e identitario y con muy poca
red de apoyo social y familiar.
Este psiquiatra, que también es profesor de la Universidad de Barcelona,
se especializa en la atención de los problemas de salud mental de los
inmigrantes ilegales desde 1994. Y asegura que en esta temática, a pesar
de que España es primer mundo, ocurre lo mismo que en el
tercero, tal vez porque sus sufrientes protagonistas de allí provienen.
Sea por la razón que sea, lo cierto es que no hay cifras confiables sobre
la verdadera prevalencia del Síndrome de Ulises. Sin embargo, aunque
no hayestudios epidemiológicos suficientes, se estima con bastante
certeza que la mayoría de los inmigrantes sin papeles (alrededor
de 600 mil sólo en la península Ibérica) está en
situación de riesgo de sufrirlo. E incluso buena parte de los que sí
están residiendo de manera legal (otras 300 mil personas) también
sufren inestables situaciones de transición y son candidatos a padecerlo.
LOS DETALLES DEL DUELO
A la hora de relatarlo en términos técnicos, los profesionales
psi proponen diferenciar dos diferentes tipos de duelo
migratorio: el simple (y poco común), que aparece cuando el sujeto emigra
en buenas condiciones personales y se encuentra con un medio social acogedor
que le facilita el éxito de su proyecto. Y después está
el más frecuente, el complicado. Allí se conjugan
circunstancias personales y sociales adversas que dificultan el proceso de elaboración
del duelo migratorio, terminan poniendo en peligro el equilibrio psíquico
del recién llegado y son capaces de desatar el Síndrome.
Este duelo migratorio es parcial. Y se distingue con claridad del tradicional
duelo por la pérdida de un ser querido, el clásico referente del
concepto. Es que en la migración, el objeto del duelo que vendría
a ser la patria no desaparece sino que sólo se pierde
para el individuo. E incluso ofrece la eterna posibilidad del regreso. Lo que
significa que el duelo migratorio sea más parecido al generado por una
separación que por una real pérdida.
Por supuesto, eso no quiere decir que sea fácil de resolver, sobre todo
porque es recurrente y extendido en el tiempo. Esto se explica por el hecho
de que la persona está sometida a un ir y venir en relación con
sus contactos y afectos y por los recuerdos de su origen que siguen estando
presentes con continuidad.
Para complicar más las cosas no se trata de un único y solitario
duelo. Es más bien múltiple ya que abarca hasta siete
áreas concurrentes: la familia y los amigos; la lengua; la cultura; la
tierra; el status social perdido; el contacto con el grupo étnico y/o
nacional y los riesgos físicos ligados a la propia migración.
En pocas palabras, casi todo lo que rodea al migrante cambia. Y no siempre para
mejor.
DEPRESION Y ALGO MAS
Y ¿cómo afecta en la práctica esta dolencia de nombre mitológico?
Es un estrés que se caracteriza por ser crónico (se soporta durante
largos períodos de tiempo), y como quedó dicho múltiple.
Por otra parte no es algo que la persona pueda controlar y se vive con muy poco
apoyo social, por la falta de redes sociales de contención.
Por eso, la sintomatología se expresa en depresiones que se traducen
en tristeza y llantos. A lo que se suma el área de ansiedad (preocupaciones
excesivas, insomnio reiterado). Y una suma de síntomas variados que incluyen
cefaleas, fatiga y molestias osteoarticulares. En ocasiones se encuentran indicios
de tipo disociativo como confusiones temporoespaciales. Y todo esto se sazona
con una interpretación cultural de la sintomatología que dificulta
el diagnóstico ya que muchas veces aparece un sentido mágico,
concepto extraño para la medicina occidental. En buen romance, quien
sufre las consecuencias del desarraigo, muchas veces las atribuye a un mal de
ojo o algún tipo de brujería.
Y un detalle particular es que aun en los casos extremos quienes
lo padecen no suelen concretar el suicidio, aunque las fantasías al respecto
están a la orden del día.
RECETAS PARA EL INMIGRANTE
Según recomienda Achotegui que desde su servicio hospitalario se
ha convertido en el gurú de la patología, la intervención
terapéutica profesional ha de mezclar una combinación de factores
y recetas. Estas incluyen acciones de tipo psicodinámicas (contención
emocional) y cognitivas (disminuir la confusión y los errores cognitivos
en el procesamiento de la información). A lo que se le suma el arsenal
de la farmacología, sobre la base de medicamentos ansiolíticos
o antidepresivos. Y, por supuesto, el imprescindible enfoque psicosocial, tratando
de potenciar la generación de alguna red de contención mutua.
Lo positivo es que la abundante experiencia clínica española muestra
que la mayor parte de estos pacientes mejora rápidamente luego de recibir
el apoyo sanitario pero sobre todo social indicado. En definitiva,
es posible tener un final feliz a pesar de ser un mal con reminiscencia a tragedia
griega.
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