Sábado, 17 de julio de 2004 | Hoy
FABRICA DE MUSCULOS Y DOPING GENETICO
A fines de 2003, el doctor
Lee Sweeney, director del Departamento de Fisiología de la Universidad
de Pensilvania (Estados Unidos), hizo un anuncio que dejó a los adalides
del fair play petrificados: En dos años estarán listas las
técnicas de modificación del tejido muscular en seres humanos.
No hay que ser matemáticamente brillante para darse cuenta de que esos
dos años ya no son tales y que toda actividad deportiva que se practique
en canchas, piletas, pistas y rings del planeta se aproxima cada vez más
al vértice de ese agujero negro conocido como manipulación genética.
Y que una vez que el plazo expire, el peor de los infiernos se desatará:
superhombres y supermujeres con brazos fabricados a medida batirán sin
transpirar a la troupe de tenistas encabezada por Roger Federer y Justine Henin
para ganar Wimbledon o cualquier otro torneo que se les antoje; esquiadores
con súper rodillas cosecharán collares de medallas
doradas en las rampas de Aspen; nadadores ágiles como delfines y veloces
como atunes se mojarán lo justo y necesario para subir al podio; y así
ad nauseam.
Por más hiperbólicos que sean estos pronósticos, la avaricia
científica no descansa en pergeñar la fórmula mágica
que empuje cada vez más a los atletas de todo el mundo en dirección
de la realización del ideal deportivo más popular de la era moderna:
más rápido, más fuerte, más alto. Como
si escasearan esteroides, anfetaminas, hormonas, diuréticos y los golpes
debajo del cinturón, la biotecnología promete una fruta prohibida
que en vez de venir en envase de manzana lo hará en forma de vacunas
(genéticas) dirigidas específicamente al músculo que el
atleta desee embelesar. Y para regodeo de tramposos, no habrá control
médico que lo pueda delatar.
ROBO PARA LA CORONA
Hace 50 años, los esteroides anabólicos hicieron su debut triunfal
en el deporte. En cierto sentido, fueron la punta de la pirámide química
que se levantó desde el siglo XIX con el auge de la morfina, ampliamente
usada en los deportes de resistencia como el ciclismo; la estricnina, de moda
en las maratones de los Juegos Olímpicos de Londres (1904), y las anfetaminas
que aparecieron en los Juegos de Berlín (1936) bajo el clamor nazi.
Desde hacía tiempo la veta lúdica del deporte había emigrado
para ser reemplazada por la persecución de la victoria a toda costa.
Un triunfo pronto se convirtió no sólo en signo de la perfección
individual sino en muestra del tesón de una nación y su derecho
a vociferar su dominio natural sobre el resto. Así lo entendían
los jerarcas de la Alemania del Este que financiaron los trabajos de más
de 1800 científicos para diseñar un esteroide made in Germany
en los laboratorios de la ciudad de Kreischa, con el que pudieran alimentar
a sus deportistas desde chicos. A la píldora le dieron el (secreto) nombre
de Oral Turinabol y se presume que fue suministrada por lo menos a diez mil
atletas. En su momento no se supo cómo, pero entre 1968 y 1988, la República
Democrática Alemana se alzó con 519 medallas olímpicas.
Los efectos de tales tratamientos están hoy en evidencia como es el caso
de Heidi Krieger (hoy, tras una operación de cambio de sexo, Andreas
Krieger) quien vio cómo su cuerpo se masculinizaba producto de las altas
dosis de andrógenos (hormonas masculinas) que le daban sus entrenadores.
WE ARE THE CHAMPIONS
Hasta que la ingeniería genética no mostró al mundo sus
verdaderas capacidades, los deportólogos se saciaban con estudiar al
detalle los más nimios factores que entran en juego a la hora de la competencia:
la altura, el peso, la alimentación, las horas de sueño y la composiciónmuscular
del deportista bajo inspección. Pero cuando los científicos se
percataron que podían jugar con los genes de un organismo y modificarlo
a su antojo, no tardaron en germinar los sueños de dar con el ser humano
hecho a la carta. Es necesario aclarar que aún estos intentos no son
una realidad, pero que se estén llevando a cabo unos 500 estudios en
animales para ver, por ejemplo, la forma de aumentar la capacidad de transporte
de oxígeno de la sangre, indican un camino.
Se cree que no es muy osado fantasear con inyecciones de cócteles químicos
que modifiquen la información genética de las células y
hacerlas capaces de sintetizar hormonas de forma permanente para generar masa
muscular adicional donde se quiera. Los optimistas presumen que esta nouvelle
vague del dopaje (dopaje genético o celular) conseguiría aumentar
la fuerza muscular de un deportista hasta en un 27% sin ningún tipo de
entrenamiento.
Uno de los laboratorios en la delantera de este tipo de investigaciones se encuentra
en la Universidad de Pensilvania donde sus miembros se empecinan en modificar
genéticamente los músculos de ratones llamados de entrecasa
ratones Schwarzenegger. El equipo, dirigido por el anteriormente
citado doctor Lee Sweeney, modificó el ADN de los músculos de
las patas de los ratones luego de inyectarles un virus que portaba un gen para
la fabricación de la hormona IGF-1, molécula que desarrolla el
sistema muscular. Sorprendentemente, se registró un aumento de un 18%
en la masa muscular de los ratones en comparación con otro grupo que
no recibió el tratamiento.
LA LEY Y EL ORDEN
El Comité Olímpico Internacional (COI) y la Agencia Mundial Antidopaje
ya se hicieron eco del tumulto que causarían estas inyecciones a ser
aplicadas en las piernas, brazos y espaldas de los atletas de elite para llevar
a las nubes su rendimiento, y añadieron al dopaje celular en la lista
de sustancias prohibidas. El dopaje celular o genético se define
como un uso no terapéutico de genes, elementos genéticos y/o células
que tienen la capacidad de mejorar el rendimiento de un deportista, reza
ahora el nuevo Código Antidopaje del Movimiento Olímpico.
Lo que más alarma es que este tipo de dopaje no sea detectable con un
análisis de orina o sangre (como los llevados a cabo por primera vez
en Sydney 2000). Para fustigar al tramposo, habría que tomarse el trabajo
de extraer muestras de tejido muscular de los atletas y ponerlos bajo la lupa.
Ni para los Juegos de Atenas (que comienzan el 11 de agosto) ni para su versión
invernal en Turín 2006 se cree posible que estas inyecciones todopoderosas
estén listas. Tal vez para Beijing 2008, pero sólo tal vez.
Entonces, dos opciones tendrán que ser tenidas muy en cuenta: o claudicar
ante la idea de que desapareció el deporte tal cual como se lo conocía
o cambiar de un plumazo las reglas de aquello que alguna vez nació como
un juego bello y entretenido y que descaradamente transmutó en una ostentación
de orgullo, banalidad y poder.
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