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El matrimonio está en el banquillo. En la corriente revisionista que inunda el cine y la televisión y que parece cuestionar, una por una, todas las instancias que rodean a una familia –el enamoramiento teleológico, el casamiento o convivencia, lxs hijxs, lo que sucede con el matrimonio varios años después, etc.-, un punto fuerte de angustia es el devenir “matrimonio de mis padres” de una pareja que en un momento se pensó enamorada y distinta. ¿Estamos juntos solamente por lxs chicxs? ¿Este aburrimiento es lo que llaman “vida cotidiana”? ¿Cuántas veces por semana deberíamos coger? Preguntas por el estilo desvelan a estas parejas de ficción, por lo general relacionadas con una generación que vio a sus padres consumirse a fuego lento en parejas malsanas o que no deja de presenciar a su alrededor el derrumbe de otras familias más contemporáneas.

Leonel y Paola no están solos en esto: los protagonistas de la nueva película de Hernán Guerschuny se vienen a instalar en una larga cadena de parejas jóvenes que el cine y la televisión –sobre todo norteamericanas- no deja de poner en escena en películas o series creadas por directores que tienen la misma edad que sus personajes. Y también, que Leonel y Paola. Desde This is 40 (2012) de Judd Apatow hasta Togetherness (2015) de Mark Duplass, esta es la nueva sensibilidad de las parejas progresistas que no admiten los niveles de miseria y vulgaridad –ni los modelos de familia más conservadores- de Everybody loves Raymond (1996) o Married with children (1987). Guerschuny, que ya probó la comedia romántica con El crítico (2013), sabe que no está haciendo nada nuevo pero lo está haciendo argentino, quizás por eso en un momento hace decir a un personaje secundario interpretado por Rafael Spregelburd que ya no le preocupa ser original.

Efectivamente, la historia de Leonel y Paola quiere ser ante todo prototípica. Ella es psicóloga, él guionista, tienen un departamento amplio, dos hijos y un auto caro. Se desean pero están desencontrados (sobre todo para el sexo, siempre interrumpido), y cuando una cita con una pareja amiga se convierte en una cita de ellos dos solos ante la separación abrupta de los otros dos, entran en pánico. ¿Tendrán algo que decirse a lo largo de la noche, o más bien la soledad los enfrentará con su propio vacío?

Se sabe que Carla Peterson es una buena comediante, y Sebastián Wainraich está comodísimo en su papel del tipo que se deja llevar por una esposa más decidida, de esa clase que a veces prefiere asentir con un gemido con tal de no iniciar una pelea. La película logra que nos interesemos en ellos y nos apene por anticipado la idea de que puedan separarse; hay encanto en las conversaciones entre ellos y en la idea de acompañarlos en una noche por la ciudad, aunque todo se vuelve un poco más grueso cuando se encuentran con otra pareja conocida, la de Spregelburd y María Carámbula, y los chistes mutan hacia un tipo de humor más caricaturesco, con ellos dos sacando los trapitos al sol en el sopor de unas copas de más.

Con locaciones que tratan de asimilar Buenos Aires a la Nueva York deslumbrante construida por el cine y eligen las luces de Puerto Madero para algunos momentos cruciales, Una noche de amor apuesta por lo seguro y eso puede resultar algo decepcionante para un/a espectador/a que tenga vista mucha comedia americana. En la película no hay casi nada que no esté esbozado en el trailer y si bien la ejecución es efectiva, el encadenamiento de los tópicos sigue tan al pie de la letra el ABC de la comedia americana reciente que una se puede ir del cine con la sensación de que no ha visto mucho. No es tan seguro que la bravata puesta en boca de Sprebelburd con respecto a la falta de originalidad sea algo de lo que estar totalmente orgulloso.