Viernes, 26 de febrero de 2016 | Hoy
ESCENAS
En Antihéroe off un actor venido a menos viene a mostrar la hilacha de la masculinidad en crisis.
Por Alejandra Varela
Zambullirse, tirarse en el mar colorido del kitsch. Dejar la vergüenza a un lado para que una caracterización farragosa, una utilería confusa logren mostrar la orfandad. Pero no se trata aquí de cualquier desvalimiento. El desamparo que salpica la escena de Antihéroe off es el masculino. El que puede experimentar un hombre que retiene parte de su juventud al plantease un objetivo mundano, inaccesible, tan práctico como lejano en su deteriorada capacidad de subsistencia.
Para que esa vulnerabilidad masculina se convirtiera en el soporte de una confesión grotesca, de una humorada donde los oficios oscuros de un actor desprovisto de fortuna pudieran funcionar como la cáscara de la tristeza, se necesitaba de la mirada de una mujer que pudiera sostener esa travesía de la imposibilidad desde un opuesto y, de algún modo, brindarle cierto amparo.
Ese hombre robusto se enfrenta al público para explicarle que esa actuación alocada, extrema, casi desesperada, tiene como fin conseguir el dinero suficiente para viajar a Londres y encontrarse con su hijo. En el relato de Remo su ex mujer aparece como una figura sólida, constructora de decisiones que a él lo dejaron mudo. La destreza para trabajar como bailarina, mantener a su hijo y llevárselo a Inglaterra, la soltura para decirle la palabra justa, para descubrirlo en su endebles y también para lanzarle pequeñas pistas que lo hagan reaccionar, ubican a este muchachote payasesco como espectador de su drama, una figurita suelta que busca un lugar en el reparto inventando una versión de Hamlet a lo Sylvester Stallone.
En la dirección de Paula Marrón el relato de una paternidad más sensible le da un lugar central al armado del personaje. No es común que los hombres se definan desde su rol de padres. Aquí el vínculo roto tiene ese color opaco del abandono. No estar presente como padre, no lograr una subsistencia decorosa, no ser capaz de sostener una familia, operan como una enumeración maligna para asignarle ese rincón donde el mundo se observa a una velocidad infranqueable.
Esa imposibilidad de lograr su objetivo, ese propósito maltrecho, elude siempre la violencia, las variables de la impotencia que funcionan como el último bastión del macho.
Tanto la estrategia delirante de postularse como un actor de la Royal Shakespeare, como la estética ochentosa de sótanos desangelados en los que despliega su histrionismo bizarro, están suavizadas por una afectividad que se supone delineada por la dirección de Paula Marrón, atenta a sacarse de encima todos los esteriotipos de la masculinidad, dispuesta a ofrecer otra imagen y otras conductas que no están pensadas en términos de antagonismo. Remo no se pelea con la madre de su hijo ni con el entorno, su batalla es más interna. Él se imagina como un bandolero, conquistando sus pasajes de avión por asalto porque está midiendo sus límites, grita para salir de ese capullo de frustraciones como si la voz fuera hacia adentro, hacia alguna válvula que destrabe su destino.
La sinceridad es el trazo que le da Paula Marrón a su personaje porque tal vez la masculinidad sea la mayor de las mascaradas. Entonces se necesita de una mujer que le diga al hombre que no es necesario que lo pueda todo, que no está obligado a ser un héroe y que la paternidad también puede ser el impulso, el hueco que le permita sentirse ligado a otro cuerpo, un apego que derrite las representaciones y deja al afecto expuesto en su matriz. Tan imperfecto como indestructible.
Antihéroe off, escrita e interpretada por Patricio Abadi y dirigida por Paula Marrón, se presenta los viernes y sábados a las 21 horas en Teatro Onírico.
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