Viernes, 5 de agosto de 2016 | Hoy
Del poliamor al “alloparenting” –una palabra en inglés que describe a esa crianza en la que participa más de una generación y se abre por fuera del binomio progenitor–, de las “comunidades intencionales” al fenómeno single y la convivencia compartida, hoy pueden observarse desplazamientos, aggiornamientos y verdaderas innovaciones en la frontera de lo cultural y legal donde la amistad toma una nueva preponderancia.
Por Laura Marajofsky
Que la palabra amistad (friendship del inglés) no haya figurado en la versión de la Enciclopedia Británica en 1879 puede parecer una mera curiosidad del léxico, sin embargo, esta omisión podría alumbrar años de menosprecio sistemático en un contexto cultural que tuvo, históricamente, a la familia nuclear como célula social -el término “familia nuclear” data técnicamente de 1947, pero la estructura de organización socioafectiva a la que hace referencia tiene prelación-. En este sentido, si nos guiamos por las posibilidades que ofrece el lenguaje actual, existen muchas maneras de referirnos a una pareja en cualquiera de sus variantes (esposo o esposa, novia, novia, concubino/a, compañero o compañera, amante, chongo/a) y poco rango expresivo para hablar de la amistad en sus diferentes facetas de compromiso o intensidad. Esta asimétrica disponibilidad del lenguaje (inclusive Facebook, que se supone la red social de la amistad, ofrece numerosas opciones para reflejar el estatus romántico de alguien), pareciera poner en evidencia la dificultad para abordar el vínculo amistoso en lo contemporáneo.
Se sabe, en la jerarquía relacional el último eslabón de la cadena, luego de la pareja, los hijos e hijas y los padres y madres, son las amigas y los amigos. O al menos ésta era la hipótesis hasta hace poco. En los últimos años, las tasas de nupcialidad y natalidad en baja, un aumento en la longevidad, nuevas dinámicas urbanas mediadas por la tecnología y hasta un creciente interés desde el ámbito científico, fueron configurando el escenario para repensar esquemas de vida por fuera de la familia nuclear y la pareja tradicional, revalidando e institucionalizando la figura de la amistad en esta cultura.
De acuerdo al Encyclopedia of Human Relationships las y los jóvenes adultos pasan entre 10 y 25 horas por semana con amigos o amigas, y una encuesta del 2014 realizada por el American Time Use Survey reveló que quienes están en la franja etaria de los 20 a los 24 eran el grupo que más tiempo pasaba en promedio socializando con otros y otras durante el día. Si a esto le sumamos que cada vez se empuja más la edad media para contraer matrimonio (la tasa bruta de nupcialidad en la Ciudad de Bs As ha descendido de 6,1 en 1980 a 3,8 en 2015 y en Provincia se replica la tendencia) y también se espera un poco más para tener hijos, se entiende que las nuevas generaciones inviertan gran parte de su tiempo en amistades, mientras se sigue en el hogar familiar (por primera vez en 130 años vivir en el hogar de origen es la opción preponderante en la franja de los 18 a los 34 en los EEUU) y se prueban diversos trabajos.
Por su parte, la cultura pop, en la que la pareja tradicional siempre tuvo una prevalencia temática y estética, parece por fin estar dedicándole más espacio a personajes cuyas amistades son tan o más importantes que otros vínculos: desde las exitosas series Broad City u Orange Is the New Black, pasando por la remanida Girls, a películas como Bridesmaids o las recientes Mad Max: Fury Road y la injustamente vapuleada Ghostbusters femenina, la mirada se vuelve una y otra vez sobre la amistad entre chicas como algo central, y más importante aún, elegido. Como sugiere Megan Garber en The Atlantic, “aquí el lazo no es sólo un cuestión de circunstancia social: no están simplemente manteniéndose acompañadas hasta que llegue el “felices para siempre”. Ellas son su “feliz para siempre”, el amor en la vida de la otra”.
Pero antes de seguir hablando de cómo la amistad está reclamando mayor atención como institución social -y a su vez inspirando nuevos experimentos relacionales por fuera del entramado familiar clásico-, hay que pensar primero en el avance del single. La reciente revalorización de la amistad es posible, en tanto la figura del soltero/a comienza también a desestigmatizarse y naturalizarse como nueva realidad demográfica, cultural y política en las grandes ciudades. “Vivimos en un momento en donde nunca antes en la historia tanta gente eligió vivir sola” explica Eric Klinenberg, autor de “Going Solo: The Extraordinary Rise and Surprising Appeal of Living Alone”, un libro que ya tiene cuatro años pero es un puntapié perfecto para comenzar a entender el fenómeno single -otro punto ciego de esta cultura. Si pensabas que la tendencia sólo se enmarca en el contexto de una sociedad desarrollada como la estadounidense (donde sólo el 51% de los adultos está casado y el 28% del total de hogares tiene un sólo habitante), pensá de nuevo. Según Klinenberg la tendencia puede verse representada con porcentajes mayores en Europa, y observarse en franco crecimiento en lugares como China, India, Brasil, e incluso en Japón, que aún pese a su tradicionalismo exhibe cerca de un 30% de hogares unipersonales.
Con más gente viviendo sola como elección de vida y no una contingencia, la amistad, toma preponderancia como lazo de apoyo, sustento afectivo, y también en ocasiones como base de proyección personal y laboral, reclamando espacio y energía ante otras relaciones.
Si bien un lugar común suele ser que a medida que pasa el tiempo los lazos entre amigos se van desgastando, fruto de las responsabilidades familiares y laborales, y hasta se habla de una especia de curva natural de intensidad en las amistades (que decrece con la edad, tiene su pico con el casamiento, se relaja post-retiro y se acentúa más en los hombres en general), lo cierto es que las nuevas dinámicas urbanas y demográficas podrían estar poniendo en jaque este modelo. Tardamos más en independizarnos, pasamos más tiempo en nuestros trabajos, y muchas veces estas relaciones terminan tomando el formato de familias extendidas que son elegidas por motus propio, o sustituyendo las de origen directamente. Asimismo, la experiencia de la soledad, o mejor dicho de vivir solos pero acompañados en ámbitos urbanos, se ha modificado radicalmente, al punto de que la soledad, para algunos, es un término casi relativo y el mito de la soledad en las grandes urbes, sólo eso, un mito. Otros como la socióloga y especialista tech Sherry Turkle, se han dedicado a estudiar el impacto de la tecnología en las nuevas formas de estar solos y de cómo nos comunicamos.
En un icónico artículo sobre la amistad publicado hace algunos años en el NYT la periodista Tara Parker-Pope exponía el escaso interés que las ciencias sociales manifestaban sobre este vínculo, y cuán poco se conocía sobre su impacto en la salud, en contraposición con los miles de dólares y cientos de horas invertidas en investigar las relaciones románticas y sus diversos efectos en nuestro cuerpo. Con el mismo ahínco con el que la academia se ha dedicado a ignorar la temática, también se ha construido una tesis sobre el supuesto impacto positivo de la pareja en la salud o las virtudes de la familia a través de distintos estudios científicos, aunque en muchos de estos casos sea verdaderamente difícil comprobar la causalidad. Así, títulos como “Los casados viven más que los solteros” o “Las parejas son más felices” operan cual cautionary tales para cualquiera que esté pensando si mudarse con su novia/o. Habría que preguntarse si un contexto de subvención cultural de determinados esquemas, no condiciona precisamente esa causalidad que se señala, y por tanto, el supuesto beneficio que se obtiene al suscribir a ese régimen particular. Se entiende que una planta crecerá más fuerte o mejor si se la riega con constancia y cuidado en vez de dejarla librada a su suerte. Y sin embargo, en el azar, la contingencia o la contracorriente, muchos logran florecer.
Por otro lado, existe también bastante evidencia de que los amigos son fuente de salud, ayudando a bajar los niveles de estrés, mejorando el funcionamiento del corazón, subiendo la autoestima, y como todo vínculo social, proveyendo apoyo emocional y prolongando la vida.
En contraposición a toda esta clase de estudios que establecen condiciones fijas para los individuos (ser casados o solteros) que decantan en un estado de mayor o menor felicidad, en el último tiempo se exploró la idea de que aspectos como la depresión pueden ser contagiosos, y que así como grupos sociales cerrados pueden retroalimentar esta enfermedad, también pueden servir de antídoto, dada la configuración adecuada. “Tus amigos pueden protegerte de la depresión o ayudarte a recuperarte de ella”, explican los investigadores de la Notre Dame University donde se llevó a cabo el estudio.
¿La cultura avanza más rápido que la ley? Es posible. Testimonio de esto es que todavía mientras se han reconocido algunos derechos para ciertas minorías, otras permanecen ignoradas, entre ellos, los solteros. Algo llamativo, en particular cuando representan una creciente proporción de la población y un cambio tangible en las formas de organización social y política. En el país el aumento de hogares unipersonales ya es una tendencia consolidada (el 60% de las personas solteras son mujeres y un 25% del total de singles tienen entre 25 y 44 años según cifras del INDEC), mientras que en otros lugares como EEUU la mitad de las mujeres adultas por encima de los 18 años no están casadas (56 millones registradas en el 2014). Sin embargo, nuestro código civil todavía no le concede suficiente entidad a nada por fuera del matrimonio o la familia sanguínea. Aquellos que desean heredarle a personas que no pertenezcan a su grupo familiar, por ejemplo amigos, sólo pueden dejarles un mero 33%. Los solteros tampoco reciben alivios tributarios, ni facilidades en salud, préstamos, seguros o afines, ya que todo está pensado sobre la base de dos o el grupo familiar.
¿Y qué decir de las parejas que desean evitar el registro civil o criar a sus hijos por fuera del matrimonio? Con la nueva reforma del año 2015 y en un intento de aggiornamento de las instituciones, se introdujo la figura de la unión convivencial, con algunos derechos similares a los del matrimonio (se puede puntualizar qué ocurre con la vivienda, qué tipo de educación tendrán los hijos y quién quedará al cuidado de ellos, qué sucederá con las mascotas y los bienes), pero no todos. Mientras que con esto los chicos quedan más protegidos, los cónyuges siguen expuestos en temas relativos a la vivienda o el patrimonio individual (no concede derechos de herencia ni patrimoniales aunque se puedan reglar casos excepcionales para la vivienda o tramitar pensiones). Hay que aclarar que la unión convivencial no es equivalente al viejo certificado de concubinato (que debía ser renovado regularmente para tener validez y era un dolor de cabeza para las parejas no casadas), en tanto esta nueva figura genera derechos y obligaciones puntuales.
De este modo, estas uniones que son válidas en todo el país, se acercan un poco en espíritu a los famosos PACS franceses (pacte civil de solidarité), en los que primero se buscaba igualdad de derechos para las parejas gay, pero que luego ante la exclusión legal fueron tomados por los heterosexuales que se oponían ideológicamente al matrimonio. Pese a esto la pregunta persiste: ¿qué tipo de entramado social busca favorecer la ley tal cual está planteada (y las políticas que la sustentan)? No es muy difícil imaginar la respuesta. Para alumbrar un poco la cuestión, la autora y activista queer Nancy Polikoff propone en su libro Beyond (Straight and Gay) Marriage que “lo importante es eliminar el matrimonio como línea divisoria entre relaciones que cuentan ante la ley y las que no, ya que el matrimonio es un switch de on y off que tienen consecuencias legales para la gente”. Polikoff, una de las pocas figuras en cuestionar las implicancias legales y culturales del matrimonio gay, propone pensar si no existen maneras más adecuadas de reflejar y proteger los distintos tipos de relaciones, y por eso prefiere hablar de “unidades económica y emocionalmente interdependientes”.
En esta línea, la socióloga Karen Hansen, autora de Not-so-nuclear families: class, gender and networks of care, también refiere a “redes de crianza”, pensando en padres o guardianes que establecen un grupo de cuidado para sus hijos. Claro que para el público general estas categorías pueden ser, todavía, difíciles de decodificar y asimilar. Si la lucha por incluir a las minorías LGBT acarreó un arduo trabajo, establecer la idea del carácter excluyente -y poco igualitario- del régimen matrimonial pareciera una misión casi titánica.
Como un juego de ilusiones ópticas en donde el ojo tarda un buen rato en acostumbrarse a la imagen de modo de poder percibir las formas escondidas a simple vista, nos hemos habituado a una imagen fija de lo que suponen las variantes de organización socioafectiva hoy, perdiendo de vista otras figuras que habitan en la escena. ¿Qué sucede cuando al cuadro entran más personas, cuando pensamos ya no sólo en las llamadas “familias rosas” con dos padres del mismo sexo, sino en estructuras ad-hoc que pueden estar compuestas por relaciones románticas o platónicas entre personas del mismo sexo, amigos o parientes?
El año pasado se hacía público un caso en donde dos lesbianas, dos hombres gays y un tercer concubino se distribuían de forma equitativa la crianza de un hijo como una única familia con múltiples hogares. “Cinco padres con los mismos derechos y responsabilidades, divididos en dos hogares” es lo que indica el contrato firmado por todos ellos. El trámite debió realizarse en Los Países Bajos donde se reconoció a las parejas de lesbianas el derecho a la maternidad. Si bien la legislación sigue reconociendo únicamente un máximo de dos progenitores por hijo, existe la opción de designar a otra persona como segundo progenitor legal. En Argentina también ya se están dando pasos significativos en esta dirección: el año pasado se inscribieron dos niños con triple filiación (dos madres unidas por matrimonio igualitario y un padre biológico que participa activamente de la crianza), constituyendo también las dos primeras familias reconocidas legalmente así en América Latina. Hay que recalcar que aún a espaldas de la ley, existen muchos otros casos como éste.
Con la existencia de otras formas de organización socioafectiva y sexual como el amor libre o poliamor, también es posible encontrar familias poliamorosas, en donde el cuidado y la crianza de un niño queda cargo de los distintos miembros del grupo poli. Una divertida crónica en primera persona publicada por la revista Vice da cuenta de cómo es crecer en esta clase de familias, que suelen ser estigmatizadas, aunque ahora estén más organizadas y tengan mayor contención. “Crecer en ese crisol contribuyó a ampliar mi perspectiva del mundo y a forjar mi personalidad.Tampoco creo que las relaciones poliamorosas sean mejores que las monógamas. Sencillamente, son distintas, pero me gustaría que no estuvieran tan estigmatizadas. Sólo el 17% de las culturas humanas practican la monogamia estricta, mientras que el resto abraza una mezcla de relaciones. Es posible amar a más de un amigo o familiar a la vez, por lo que la idea de que sólo se puede sentir amor por una única pareja resulta chocante”, relata el autor, Benedict Smith.
En los EEUU existen eventos dedicados a visibilizar estos estilos de vida, como el Policamp.org pensado para ayudar a la integración de las familias poli. En la argentina un grupo que vienen haciendo un trabajo más que interesante para despatologizar otras alternativas es la organización Amor Libre (www.amorlibre.org). Desde ALA se dictan talleres de celos, de comunicación asertiva, de consenso y consentimiento, se habla de otras formas de familia y cada dos meses se hacen las charlas abiertas SocializALA, donde se trabajan éstas y otras temáticas.
Si la familia clásica se desdibuja cada vez más, o como dice el escritor Christopher Ryan somos “omnívoros sexuales”, y la construcción de la narrativa romántica actual es en el fondo conservadora ya que vincula el deseo con los derechos de propiedad, ¿cuáles son las opciones para aquellos que quieran criar hijos o hijas -un imperativo social cada vez más desnaturalizado- de otra manera? De igual modo en que parece necesario correrse de la idea tradicional del amor, o trascender el régimen matrimonial para alcanzar una verdadera igualdad, quizás habría que empezar a cuestionar la noción de la familia nuclear como el mejor método de crianza. O para el caso, el único posible.
Capitalizando la frase popular “It takes a village to raise a child” (“Se requiere una aldea para criar a un niño”), el “alloparenting” busca justamente ofrecer una respuesta a los por qué y cómo de muchas parejas considerando tener hijos o hijas, padres y madres modernas sobrepasadas o simples curiosas, en un guiño a lo que la realidad señala: con la creciente complejidad que plantea la paternidad y la maternidad contemporánea, se requiere un ejército para salir a flote victoriosa. Desde la antropología, la psicología o la literatura se reflexiona sobre las virtudes de este sistema que articula los esfuerzos de padres, madres y otros agentes participantes, (amigos y amigas con o sin hijos o hijas, familiares cercanos o lejanos, maestras, mentoras y otrxs) que proveen asistencia de forma sustancial y regular.
Al fin y al cabo, como explica de nuevo Karen Hansen, basta ver los modelos actuales en los que muchos chicos son criados, con múltiples padres debido a familias con parejas del mismo sexo, ensambles post-divorcio, poliamor o gracias a las tecnologías reproductivas, para entender que el proceso ya se está dando. Por su parte la estadística sustenta que los abuelos y abuelas, tíos y tías, hermanos, hermanas y compañía son los principales cuidadores de los chicos y chicas en edad escolar, aunque estos aportes sean ignorados o minimizados. Por último, esta alternativa podría no sólo ser más apta para los niños y niñas, sino también para que los padres y madres mismos florezcan. La maternidad puede ser un lugar muy solitario con la subyacente presión cultural que conlleva, y en donde muchas problemáticas no se hablan, desde la depresión post-parto a la sensación de postergación personal y otros malestares existenciales que se barren bajo la alfombra.
Un largo camino se ha recorrido de la familia tradicional a la “poli” y el alloparenting, de aquellas utópicas comunidades intencionales de la década del 70 a la convivencia compartida, el furor single y el nuevo reconocimiento de la amistad como basamento relacional a la altura de la pareja. Y por suerte, tal vez como nunca antes, tenemos muchas posibilidades dialécticas y tecnológicas para hacernos ciertas preguntas, y empezar, por fin, a producir nuestras propias respuestas.
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