Viernes, 5 de agosto de 2016 | Hoy
ARTE
Para la mexicana Mónica Mayer, cruzar arte y feminismo, más que una decisión, fue una estrategia de defensa personal que emprendió desde la escuela. Así, fue integrando a su trabajo elementos asociados a lo femenino como tendederos de ropa, tejidos, recetas, imágenes propias en manifestaciones feministas a la vez que fue construyendo su obra con otras, en trabajo comunitario con la doble premisa de lo que ella llama una “buena artista setentera”: que lo personal es político y que no hay distancia entre vida y arte.
Por Cristina Civale
La artista visual y activista feminista mexicana Mónica Mayer es noticia es estos días por haber culminado con éxito su inmensa muestra retrospectiva, Si tiene dudas, pregunte… en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de México DF. Además acaba de ser incluida en la colección de MALBA con su obra Lo normal. La misma formará parte del proyecto expositivo que MALBA tiene pensado para celebrar en septiembre su 15º Aniversario.
Mónica Mayer fue una de las primeras artistas visuales de Latinoamérica en poner en obra los principios del feminismo desde 1970. De esa época es su famosa instalación El Tendedero, donde justamente un tendedero de ropa itinerante gira por las calles para que las mujeres cuelguen una respuesta a una pregunta que va mutando con el tiempo y con el lugar donde se instala. Este último 8 de marzo El Tendedero giró por México en un esfuerzo por visibilizar y combatir el acoso callejero y la violencia de género, impulsada por Amnistía Internacional (AI). Así, las mujeres expresaron en breves mensajes su sentir ante esta violencia sorda cotidiana que sufren en el espacio público. En cuanto a Lo normal, obra patrimonio de MALBA, dice la artista: “Es una pieza interactiva que consiste en diez tarjetas postales sobre tabúes sexuales. En cada una de ellas estaba mi rostro con diez expresiones que iban desde el gusto hasta el horror y abajo un texto que imitaba la redacción de algunos tests de revista femenina en el que se le pedía al público responder a la pregunta de cada tarjeta trazando un círculo alrededor de la expresión correspondiente, sumar el resultado, restarle su fecha de nacimiento y, si el resultado era menor a 10 puntos (lo cual era imposible), la persona se podía considerar ‘normal’”.
Fueron procesos simultáneos. Estando en la escuela de arte, una compañera hizo una presentación sobre mujeres artistas, lo cual fue sorprendente porque en las clases de historia del arte jamás habían mencionado a ninguna, ni siquiera a Frida Kahlo. Al terminar, nuestros compañeros –supuestamente artistas progresistas y politizados– nos dijeron que las mujeres éramos menos creativas que los hombres porque la creatividad se nos iba en la maternidad. Yo ya sabía del feminismo, pero en ese momento me cayó el veinte y entendí que si no cambiábamos el mundo mejor me iba a mi casa a rascarme el ombligo porque mi trabajo no se iba a ver simplemente por el hecho de ser mujer. Para mí el arte feminista es un acto de defensa personal.
La búsqueda comenzó por varios caminos. Por un lado, integro fotos del movimiento feminista a mis obras, así como mi propia imagen fotográfica, más en un afán de hablar en primera persona que de hacer autorretratos. Por ejemplo, hay una imagen que utilizo mucho, en la que estamos mi madre y yo en una manifestación haciendo el símbolo feminista con las manos o la pieza Lo Normal, en la que utilizo mis fotos, tendiendo un puente entre gráfica y performance. También empecé a buscar un contenido desde lo formal, integrando a mi trabajo elementos tradicionalmente femeninos, como los tejidos, el tendedero o las recetas. Por último, hago piezas efímeras, de carácter no-objetual, como El Tendedero que integran arte y activismo. Este tipo de trabajos ya plantean ideas feministas desde lo temático, lo formal, la estructura participativa y su distribución. A la distancia puedo ver esto con claridad, pero en ese momento eran planteamientos más intuitivos que teóricos.
Como buena artista setentera, asumí dos ideas: que lo personal es político y que no hay distancia entre arte y vida. Esto me ha permitido situar mi práctica desde una lucha cotidiana que busca cambiar las ideas patriarcales interiorizadas y las que me rodean, incluyendo las de un sistema artístico sexista hasta el tuétano. Una vez definido el objetivo, las estrategias han sido múltiples: la denuncia, el humor, las complicidades, el afecto y el gozo, la investigación, la pedagogía, el trabajo colectivo, el archivo y la visibilización del trabajo de las artistas.
La pieza cuestiona la idea de que existe la normalidad y la forma en la que los medios de comunicación masiva tratan de moldear nuestro comportamiento sexual. Si se fijan, es una invitación a reaccionar a las distintas afirmaciones en las tarjetas, y, como si fuera un “test” de revista femenina, sumar las cifras de acuerdo a la respuesta para definir si somos o no “normales”. Le guste a una todo o lo rechace todo, el resultado siempre es el mismo: nadie es “normal”. La pieza es una invitación a no dejar en las manos de otros la forma en la que nos definimos y nuestras ideas sobre la sexualidad. Para mí, lo normal es/sería cuestionar constantemente lo que es normal.
De hecho, como soy golosa, tengo obra muy personal, hecha desde la intimidad, pero también colectiva. Sin embargo no son tan diferentes puesto que el trabajo colectivo siempre es el encuentro con otras personas que están en búsquedas subjetivas similares. Si abordo temas como la maternidad, el acoso, el sistema artístico o la memoria, es porque me son de vital importancia y procuro trabajar con personas para quienes también lo son.
En meses recientes El Tendedero ha estado muy activo en espacios educativos, de arte, de activismo. Aunque las preguntas generalmente tienen que ver con acoso sexual, cambian de acuerdo a cada comunidad o situación. No es lo mismo hablar del acoso en el transporte público que en una escuela secundaria, pero ambos temas son urgentes para quienes lo están padeciendo. A partir de la pieza en mi reciente exposición en el MUAC, se me antoja hacer un tendedero para preguntarles a los hombres cuándo y cómo les enseñaron que era apropiado acosar a las mujeres. Creo que las mujeres hemos ido entendiendo cómo fuimos educadas para aceptar todo tipo de violencias como algo normal y hace falta escuchar a qué procesos están sometidos los hombres o qué mensajes reciben que empujan a algunos a ser violentos para probar su masculinidad.
Por cierto, el término retrocolectiva lo acuñó María Laura Rosa, historiadora del arte feminista argentina cuando le comenté que me harían una retrospectiva y dijo que con tanto trabajo colectivo, participativo y en colaboración, se necesitaba otro término. La muestra la curó Karen Cordero, cómplice de muchas batallas de arte y feminismo desde los años 80 y fue una delicia trabajar con ella porque para ambas era importante que la curaduría e incluso la museografía reflejaran planteamientos feministas. Así mismo, para ambas era claro que la exposición no era un fin, sino un medio para seguir hablando de todos estos temas por lo que a lo largo de la muestra hubo muchísimos eventos paralelos. Estoy en proceso de subir todos los materiales al blog de la expo Si tiene dudas… pregunte, que encuentran en http://pregunte.pintomiraya.com/.
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