Viernes, 30 de septiembre de 2016 | Hoy
ESCENAS
El tono de voz es el signo que Steven Berkoff recupera en su pieza Decadencia como el semblante teatral de las clases altas.
Por Alejandra Varela
El talante en el decir es la matriz de un comportamiento aprendido para destruir cualquier impulso sensible que conceda naturalidad a esos cuerpos. Representar es una madeja de la que Helen y Steve no quieren deshacerse. La alimentan hasta convertirla en una máquina imparable. Necesitan contar para reafirmar la impostura. La lengua será explícita porque la pornografía es el gran circo romano contemporáneo. También es un estilo que lxs delata. Aquí ya no hay apariencias que cuidar. Berkoff exhibe seres que se relamen en el espectáculo de su impunidad.
Hacerlxs hablar implica someter al público a un desparpajo desconcertante. La risa ocurre para defenderse de semejante sopapo. La intriga no importa. Los personajes se tragaron la peripecia que lxs contiene del mismo modo que Helen y Steve se atoran con un banquete imposible. Ellxs imponen la anécdota porque en el texto del autor ingles lxs espectadorxs son ubicadxs en el lugar de ese populacho sombrío que es insistentemente burlado. Por eso Les no puede concretar su objetivo, por eso se escabulle entre estrategias estrafalarias cuando Sybil le pide que castigue a su marido infiel. Porque Les no ha llegado a la cima y la acción ha decretado su exclusiva pertenencia a esa aristocracia que parece matar el tiempo mientras gobierna.
Las mujeres son en Decadencia los cerebros escondidos que digitan la masacre. Helen hace una crónica escatológica de sus cacerías. Perseguir al zorro agitada en su caballo la deja empapada de fluidos. Su técnica se repite en Sybil, que la aplica en un territorio más doméstico. Pobre de las mujeres dulces que tratan al marido con candor, serán simples basurales de semen. Para los personajes que Ingrid Pelicori desarma como si entrara en sus criaturas para romperles los huesos, chupar pijas es algo así como amaestrar a los machos, reducirlos a sus simple lugar de bestias.
El realismo que rechazan en sus vidas se lo piden al teatro porque no hay nada más divertido que ver sufrir al pueblo. La crítica de Berkoff no se acota exclusivamente a la clase dominante, lxs oprimidxs son para él la garantía de credibilidad de esa pantomima que convirtió a lxs ricxs en sus propios bufones.
La exageración es el procedimiento que los actores comprenden para llevar a escena la impudicia. Los parlamentos son barrocos, intrincados y a la vez, colmados de efectos que despabilan a la platea como si ocurriera una carrera poblada de sucesos deslumbrantes mientras Pelicori y Horacio Peña despuntan esa trama tempestuosa, ese trabajo antropológico de entender y exponer cómo funciona el acto de mandar en estas cabezas huecas.
Convencer de su superioridad implica una actuación opulenta que el pueblo legitima. En esa aceptación Berkoff desfigura toda posibilidad de rebelión. El conflicto de la obra se juega entre esa composición de los intérpretes y el público. Todo es una provocación que el espectador callado de esta época no puede asumir, aunque por momentos la carcajada se le atragante. En esa estructura se define la variable política de la puesta.
Las poses que Rubén Szuchmacher propone como imágenes, dan cuenta de esa desconexión permanente, de una palabra casi automática que no tiene correspondencia con el partenaire porque la tensión hacia el interior de la historia es puro entretenimiento.
La Inglaterra de Thatcher sirve de ciénaga. El imperio vive en una sociedad predemocrática. En una convención donde el público que festeja la obra es también esa muchedumbre encandilada con la brutalidad histriónica de sus patrones.
Decadencia de Steven Berkoff, dirigida por Rubén Szuchmacher, con las actuaciones de Ingrid Pelicori y Horacio Peña se presenta los martes a las 21 hs en el Teatro Payró.
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