Viernes, 30 de septiembre de 2016 | Hoy
CINE
Cuando parecía que lxs niñxs de hoy estarían a salvo del cuento de la cigüeña, Warner revive el mito y lo transforma en una extraña película sobre la familia actual.
Por Marina Yuszczuk
Muchxs pensamos que con tener un hijx ya estábamos saldando -aunque las razones fueran otras y tuvieran más que ver con el deseo- esa deuda con la humanidad que demanda que todxs y cada unx ponga su granito de arena para asegurar la supervivencia de la especie. Pero cuando el primer hijx ya anda por los dos o tres años y se desprende por fin de sus progenitorxs, tías, madres, abuelos y conocidxs nos sorprenden con un nuevo reclamo que nos deja otra vez del lado de lxs deudorxs: “¡A ver para cuándo el hermanito!”. ¿Nos están cargando? No, y el asunto se pone serio: no solo se puede ver como una falta quedarse un escalón por debajo de la familia-tipo sino que además, muchas veces se considera un asunto de crueldad mayor condenar a ese primer nene o nena a la categoría permanente de “hijx únicx”.
Aunque ningún menor pensará este tipo de cosas al ver Cigüeñas, La historia que no te contaron (la nueva película de animación de Warner a cargo de Nicholas Stoller, el director de Buenos vecinos 1 y 2 y The five year engagement), es inevitable no verla como un producto extraño, basado en una leyenda que -quiero creer- la mayoría de lxs niñxs desconocen en la actualidad y por la cual son las cigüeñas las que traen a lxs bebés colgando de sus picos. Cuando se trató de borrar el sexo y la corporalidad del origen de lxs bebés, se recurrió a la imagen de esas aves que supuestamente se caracterizan por su gran dedicación maternal, y allí están las de la película, aggiornadas como empleadas y jefas de una empresa de correos que se dedica a entregar paquetes ahora que caducó su función como delivery de bebés. Pero el deseo de un niñito que, aburrido de una vida compartida con padres que le dedican casi todo el tiempo a su trabajo, les escribe para pedirles un hermano, volverá a activar la factoría y entrega de bebés a cargo de las aves.
Es que Nate está cansado de jugar solo mientras la mamá y el papá, cada unx frente a su computadora, cumplen con su trabajo de inmobiliarios freelancers que les permite trabajar desde casa mientras se hacen cargo de su hijo. Aunque se trate de una ficción para chicxs, eso que está en Cigüeñas es una imagen verdadera de ese nuevo tipo de familia donde la o el o lxs padres se conceden a sí mismxs la posibilidad de tener un hijx pero, al mismo tiempo que tratan de pasar más tiempo en casa y flexibilizar los horarios laborales, no resignan lo profesional para entregarse de cuerpo entero a la familia. Cigüeñas podrá ser muy inocente y tierna en su envoltorio de animación simpática para niñxs de cinco, pero no deja de cuestionar fuertemente ese nuevo modelo desde la mirada de un protagonista imaginario que, no quedan dudas, la pasa decididamente mal.
La solución para la soledad de Nate está en una mega-fábrica que se encarga de elaborar bebés en serie y de manera muy fordista (aunque nunca se explica cómo sucede la cosa), para que las cigüeñas los entreguen a sus respectivos hogares. Si algunx de ustedes pensaba que la leyenda de las cigüeñas era ridícula y pasada de moda, acá tienen algo peor, la imagen de una sociedad reproductiva deseable dislocada en dos partes que no se tocan: de un lado la fábrica robotizada que produce sin límites, del otro los padres con la lengua afuera tratando de llevar adelante una vida familiar-laboral-personal pegoteada y confusa. La película nunca revelará el verdadero secreto de que son esos mismos padres los que deben convertirse en factoría, transpirar, trajinar y pasar noches en vela, cuando no resignar cuestiones personales más profundas, para traer al preciado hermanito. Pero además, Cigueñas hace trampa: no hay abuelxs, ni tíxs, ni amigxs, ni compañerxs del jardín o de la guardería o de la escuela en toda la película, nada por fuera del núcleo ínfimo de esos tres que la película elige mostrar como insuficiente y desvalido.
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