Viernes, 30 de septiembre de 2016 | Hoy
RESCATES
LUCRECIA CAPELLO
1938-2016
Por Marisa Avigliano
“No lo entiendo, es que no lo puedo entender” dice Nené (Lucrecia Capello) sentada en un sillón y sosteniendo en temblor de manos un pocillo de café en una de las escenas finales de Géminis, la película de Albertina Carri. Su voz prodigiosa devela la verdad afónica y suma lujo al álbum de recuerdos favoritos que el cine nos legó. En escenas anteriores Nené se queja de las invitaciones para un casamiento, “la letra no es nada sutil y la marca de agua es enorme, un mamarracho”, le molestan las nubes, la lluvia, el sueño largo de los nietos y habla de un peón muerto mientras se chupa los dedos con restos de postre. Es así de simple, cualquier escena en la que Lucrecia aparece -no importa lo breve que sea- es hoja completa de ese álbum selecto. Privilegio de dones -y de trabajo, completaría Lucrecia, “las personas que no están dotadas, pero trabajan y trabajan, le pasan de largo a los dotados” -.
Tenía 15 años cuando pidió cruzar el Riachuelo para ir a estudiar teatro al centro. De un lado del puente, Valentín Alsina, el qué dirán, el no de su padre y las dudas de su madre; del otro lado, Alejandra Boero. Tiempo después lo cruzó, claro, y fue boletera y actriz de Nuevo Teatro junto a Boero, Alterio y Correa, con quien vivió en los años setenta en Estados Unidos y en algunas ciudades del mundo actuando y dando clases de teatro con el grupo Once al Sur. ¿Qué la hace inmortal? ¿su cuerpo en el escenario? ¿su voz cósmica dulce y briosa? “quiero un varón para casarme y tener alegría, casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar” (La casa de Bernarda Alba), ¿ese saber decir letra ajena como propia? ¿la gracia y el donaire en una telenovela? Todo eso junto y más, y ese más aumenta cuando la volvemos a ver o cuando la recordamos en Sallinger, de Bernard-Marie Koltès o en cualquier otra dicha que hayamos vivido sentadxs en una butaca o en una silla de la cocina viéndola en una telenovela. “Me gusta hacer telenovelas y soy espectadora de telenovelas, porque yo siempre digo que no quiero ser famosa, sino popular. Y la telenovela te da eso: popularidad.”
Pose de bailarina, de gibosa, de diva, de mala, de buena, de perdida, de encontrada, verla es un festín pirotécnico que solo convidan las actrices que siempre protagonizan aunque el cartel de la calle las ilumine poco, el texto en suerte sea huidizo y los distraídos no recuerden nunca su nombre. Raíces, Sopa de pollo, Nadie recuerda a Fréderic Chopin, Víctimas y victimarios, Cristales rotos, Cremona, Agosto es apenas un borrador, una lista incompleta de obras en las que Lucrecia, “la siempre despampanante”, meneaba talento. Una enumeración desprolija que sirve en ausencia para imaginarla creándolos en insomnio eterno.
Pudo haber muerto asesinada por la dictadura (entraron a su casa cuando la familia no estaba) y fue una de las caras premiadas y visibles de Teatro y Televisión por la Identidad. En los pasillos del Teatro San Martín se escucha su voz caminante, no es extraño que después de tantos años la voz se quede cerca del escenario desde donde dominaba el afeite infinito de las palabras que salían de la boca de Lucrecia con gestualidad milimétrica para vibrar al unísono y en equilibrio.
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