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¿No será mucho?
Conejita de Playboy en 1993, viuda en 1994, la exuberante Anna Nicole Smith -famosa por el juicio que ganó a los herederos de su esposo de 90– muestra desde sus dildos hasta sus (casi) sobredosis de tranquilizantes en el reality show más popular del cable norteamericano. Excesos controlados por la adalid de los white trash (pobres, pero blancos).
Por Mariana Enriquez
Es gorda, es vulgar, es cómica, es hermosa, es una cazafortunas, es borracha, es estúpida... Demasiados juicios y opiniones sobre Anna Nicole Smith circulan desde que la rubia voluptuosa hizo su aparición en la cultura pop en 1993 como Playmate del año para Playboy, y se sumaron cientos más desde que protagoniza The Anna Nicole Show, su tremendo programa que debutó en E! Entertainment Television el año pasado como el reality con mayor rating de la historia del cable norteamericano.
¿Por qué Anna Nicole es una inagotable fuente de sorpresa y curiosidad? ¿Por qué la voracidad del público la ha erigido en diosa omnipresente de la prensa amarilla? Nativa del pequeño pueblo Mexia (Texas), Anna escaló su camino a la fama desde los clubes de strip-tease de Houston hasta los tribunales, y en el camino se convirtió en la más famosa modelo de tallas grandes de la historia, en sex symbol desbordado, en icono. Su verdadero nombre, Vickie Lynn Hogan, quedó sepultado por su personaje de rubia loca, encantadora y aparentemente naïf; pero Anna Nicole nunca dejó de representar lo que en EE.UU. se llama white trash, la basura blanca, los pobres de los trailers. Quizás por eso es rechazada y adorada en partes iguales; codearse con la crema de Hollywood nunca le quitó la pátina de vulgaridad que ella supo explotar y aprovechar como nadie.
Anna Nicole se hizo escandalosamente conocida cuando en 1994 se casó con el magnate petrolero texano J. Howard Marshall II; ella tenía 26 años, él 89. Pero era famosa desde antes: en 1993 fue la favorita de Playboy, y enseguida la cara y el cuerpo de una importante campaña de Guess. El romance con el anciano derivó en una injusta condena moral hacia Anna, que siempre insistió en que la relación se basaba en un intercambio honesto. Marshall II la conoció cuando ella bailaba desnuda en un night club de Houston llamado Rick’s Cabaret; Anna hacía turno tarde, porque los dueños del local consideraban que estaba demasiado gorda para entretener a los exigentes caballeros nocturnos. Marshall II, muy mayor, no trasnochaba, y una de esas tardes vio a su rubia debilidad. La cortejó unos meses, hasta que la exuberante señorita le dio el sí. Marshall la mimó: ayudó con la manutención de su hijo Daniel –Anna es madre soltera–, le compró casas, autos lujosos, ropa de primera y le entregaba de a 100 mil dólares para festejar Navidad. Además, de palabra, le prometió la mitad de su fortuna en el caso de que él muriera. Cosa que sucedió en agosto de 1995, luego de catorce meses de unión.
Después de un extrañísimo funeral –en rigor, dos funerales: el de Anna, con ella tras un velo negro con su perrito en brazos, y el de familia del magnate, muy sobrio– comenzó el circo judicial. Anna Nicole peleó en la corte por lo que creía justo: 450 millones de dólares. Después de cinco años de batalla legal, la corte le otorgó 89 millones. Fue el gran show mediático de Anna que se sentó en el banquillo para afirmar que “100 mil dólares es poca plata porque es difícil y caro ser Anna Nicole Smith”, lloró su amor por Marshall, afirmó que sólo ella lo amaba y respetaba -los herederos casi le prohibieron visitar al anciano agonizante, hacia el fin sólo podía verlo 30 minutos por día–, insultó a los fiscales, algunasveces llegó vestida con gusto impecable, otras con ropas y peinados aterradores. Su actuación fue soberbia. Pero todavía no pudo encontrarse con su dinero, porque el heredero Pierce Marshall, hijo del magnate, apeló la sentencia.
Una chica como Anna no podía quedarse sentada a esperar sus millones. Sabedora de que es un show ambulante, siguió modelando para tallas grandes –para la marca Lane Bryant–, participó en varias películas como La pistola desnuda 33 1/2 y Anna Nicole Exposed –una porno soft– y apareció en varias entregas de Oscar con muchos kilos de más y espectacularmente drogada. En 1995 tuvo su primera sobredosis, y según ella ya no toca drogas desde su internación en la clínica Betty Ford en 1997. Entretanto, su niñera nativa de Honduras la denunció por acoso sexual, y su carrera entró en decadencia merced a las demasiadas apariciones públicas desafortunadas.
Hasta que E! le propuso protagonizar su reality. Para muchos, se trata de pura explotación de una mujer fuera de control. Pero Anna prefiere decir que es sólo la documentación extraordinaria de una vida extraordinaria. “Yo gasto la plata que ellos me dan. Si me pagan, pueden explotarme. Mientras tenga mi cheque a principios de mes, pueden hacer lo que quieran conmigo.” En The Anna Nicole Show, la modelo se arrastra por las habitaciones de su nueva casa, rezonga porque las bañeras son demasiado chicas para sus curvas, juega con Sugar Pie, un perrito saltarín que toma Prozac, muestra sus cajas llenas de dildos –hace años que no tiene relaciones sexuales, afirma–, chilla porque no tiene tiempo de masturbarse, llora cuando ve a su esposo muerto en TV, se reúne con impresentables parientes texanos, discute con su abogado, gana concursos de comilonas, viaja a Las Vegas y tiene citas a ciegas con millonarios. El programa es una comedia disparatada, como The Osbournes, pero mucho más desaforada, y ver a Anna arrastrando las palabras con su acento texano -durante gran parte del show está bajo los efectos de tranquilizantes y calmantes– es casi un placer culpable. Su adorable hijo Daniel tiene que sufrir los excesos de amor maternal de Anna –”¿Me querés más que todas las gotas de lluvia y todos los peces del mar?”, le pregunta–, pero por lo demás es normal. Su entorno es una verdadera corte de los milagros, y todo es de una desmesura sólo comparable a los senos siliconados de Anna. Y hasta resultaría patético si no estuviera clarísimo que es Anna la que controla la situación. Como siempre.