SOCIEDAD
Pibas Chorras
Todavía son pocas, no más del 13 por
ciento del total de adolescentes en conflicto con la ley penal. Pero cada vez que una chica aparece
involucrada en un delito, los titulares la señalan como la jefa de la banda. Algo de “cholulismo” –dicen los especialistas– y de espanto, por quebrar con
lo que se espera de una niña, se cuelan en esa mirada peyorativa que abunda en calificativos diversos.
Por Roxana Sandá
Están juntas en esto hace tiempo, más o menos desde que decidieron entender al resto del mundo como unos “giles”. La Virgen y Muñeca Brava llegaron a sus 16 y 21 años luego de encender y apagar demasiadas hogueras hasta algunas semanas atrás, cuando un allanamiento policial les puso los puntos, las colocó entre rejas y difundió a “esa gilada” tan deplorada por ellas que las “acusadas de liderar una banda” de delincuentes que tenía a maltraer a pacíficos vecinos de Palermo ya no causarían más disturbios.
La versión oficial sostiene que ambas, con otros cuatro cómplices, burlaron la entrada de un departamento en Santa Fe al 5200 simulando ir a un cumpleaños, mientras entre sus manos cargaban papas fritas, chizitos, pistolas y cuchillos. El resto es materia conocida: encerraron en una habitación a una mujer de 60 años, a otra de 40, a sus hijos de 18, 15 y 13 años, y a la empleada doméstica, de 48 años, y se llevaron dinero, televisor, equipo de música y computadora. Fin.
Algunas fuentes relataron que durante los allanamientos, los gritos y los insultos corrieron como agua. Por estos días se les enturbia el horizonte en cada rueda de reconocimiento a la que son sometidas, en cada indagatoria que les adjudica el papel de cabecillas y en la probable certeza de que esos motes de Virgen y Muñeca Brava las arrastraron por un laberinto a contrapelo de sus deseos.
Las “menores en situación de delito”, chicas ladronas o, sin mayores eufemismos, pibas chorras, ocupan cada vez más espacio en las crónicas policiales y en las estadísticas oficiales del crimen, con una presencia que conforma el 13 por ciento entre los menores que delinquen y que en los últimos años se duplicó en los institutos Inchausti, de Capital Federal, y Pelletier, de La Plata.
“Y cada vez va a haber más adolescentes involucradas en acciones delictivas, entre muchos factores, porque se cayó el velo y la sociedad dejó de sesgar la mirada de que por ser chicas no pueden cometer delitos”, enfatizó la socióloga Silvia Guemureman, que integra la cátedra Delito y Sociedad, de la Facultad de Ciencias Sociales.
Las últimas cifras nacionales indican que un 10 por ciento de menores que infringen la ley penal son chicas, en tanto que en la Capital Federal esa cifra asciende al 13 por ciento, de acuerdo con un estudio de la Procuración General de la Nación de abril último, a partir de un relevamiento en juzgados de menores.
Guemureman coincidió en ubicarlas en “un círculo de riesgo permanente”, acaso como emergentes de familias numerosas rotas en pedazos, escapándoles a situaciones de maltrato o “abuso sexual”, metidas en el pase de drogapara subsistir o mezcladas en un abanico de delitos. Una mochila pesada como yunque si se le agrega la estigmatización que de ellas hace una sociedad afecta a excitar el morbo cuando las presenta como “cabecillas de delincuentes”.
“Es que resulta más pintoresco exhibir una banda de chorritos donde aparece una piba de 14 años, le da un grado de cholulismo para ser explotado periodísticamente; parece generar una zozobra social mayor que si se tratara de un varón. Pero también es un tema que sirve para incentivar todas las falacias con las que se manejan la mayoría de los medios sobre el debate de la inseguridad”, reflexionó la abogada María del Carmen Verdú, que integra la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi).
Sin embargo, Guemureman relativizó ciertos costados de fragilidad, “porque cuando aparecen esos casos en los juzgados de menores, se trata de chicas pesadas de verdad. Los códigos de las bandas son masculinos, por lo tanto se juega el tema del poder y quién se expone más. Para que una chica pueda permanecer en esos grupos, tiene que demostrar que puede más. Y ya no son “novias o mujeres de”, son jefas de bandas. Uno se pregunta, además, si la cuestión del uso de las armas por parte de las chicas se vincula con demostrarles a los otros que también pueden o está dentro de la misma lógica de esos pibes que están jugados”.
Lo cierto es que, a entender de la socióloga Alicia Entel, el asomo de una “piba chorra” frente a la “opinión pública” despierta, inexorablemente, perversión. “Una chiquilina robando moviliza un costado tremendo de perversión, lo cual conlleva otro supuesto de ‘seguro que también es puta’ como rasgo distintivo y aumentativo de su marginalidad. La sociedad, con gran hipocresía, se cuestiona: ¿por qué esa chica no se quedó en su casa?”.
Angela C. nació en Villa Insuperable, en La Matanza, hace 17 años, y allí sigue, abrazada a un par de changas que le dan de comer y le evitan pensar. “Por suerte pegué dos laburos que me permiten vivir en la casa de mis viejos y eso te ayuda a zafar, porque si no, tenés que caer en la que hacen otras pibas, que salen de afano en grupitos o las usan para pasar cualquier porquería.”
Tajeada por la General Paz hacia Capital, esa geografía de casas bajas y aroma a desconfianza cobija racimos de adolescentes que marcan territorio cada dos esquinas, cuidando de no burlar otros límites que imponen El Monte y Las Antenas, las dos villas de la zona que ocupan unas diez cuadras donde la cumbia villera le pisa el poncho a lo más rancio del rock and roll y las camisetas de Chicago suelen transpirarse por algo más que el club o las corridas policiales. Dicen los vecinos que en El Monte algunos todavía trabajan y por lo menos, los más chicos estudian, pero en Las Antenas la suerte se escapó hace rato.
Aquí cayeron muchos pibes, pero ahora también les están dando a las minitas –confió Angela–. Antes te enterabas de afanos o enfrentamientos de tipos grandes con la policía, ahora los que van al frente son los de 14 y 15 años.”
Algunos fiscales bonaerenses estimaron que aumentó el nivel de participación de las chicas en robos y hurtos, y coincidieron en describirlas como “chicas que están muy jugadas, van muy rápido. Casi siempre se mueven en grupo, trabajan para otros adultos o para bandas más grandes, aunque prefieren moverse dentro de los límites del barrio, y cuando caen son reemplazadas sin mayores trámites”.
Natalia Juárez, de 19 años, su cuñada, de 16 y otro joven están detenidos a disposición de la Justicia de San Nicolás desde febrero último, luego de que Natalia llevara a Brisa, su hija de cuatro meses, a la guardia del Hospital Subzonal de San Pedro acompañada por la adolescente, donde relataron una historia alucinada de desaparición de la beba y posteriorhallazgo en un pozo de agua de la vivienda que ocupan con su abuela. Tras la revisación, el equipo médico comprobó que Brisa presentaba lesiones graves en la vagina y el ano, por lo que ordenaron su traslado al hospital Pedro de Elizalde, donde se le practicó una cirugía reconstructiva de urgencia que salvó su vida.
En la fiscalía que dirige María Belén Ocariz, a cargo del caso, creyeron encontrarse frente a un hecho concreto de violación, pero en menos de 48 horas los investigadores determinaron que la niña habría sido utilizada como “mula” en varias oportunidades, para ingresar droga al penal de San Nicolás donde se encuentra detenido su padre, Leonardo Jorgal.
“En estos diez años letales para la sociedad, estas chicas que provienen de hogares disociados, eyectores, hijas de padres excluidos socialmente, sufrieron una suerte de alienación, de anomia absoluta respecto de su autoestima. Se meten en cosas escabrosas y definen una pérdida de identidad social por motivos que no crearon ellas”, precisó el criminólogo Elías Neuman.
Pocos o ninguno se preguntan por Silvina hoy, cuando ya pasó un año después de que esa chica de 15 años sospechada de dirigir la banda de “Los Enanos”, acusada de secuestrar al padre del futbolista Leonardo Astrada, fue detenida y luego internada en el Instituto Pelletier, de La Plata. Un mes antes apresaron en la Villa Hidalgo, de José León Suárez, a Diego, de 15 años; los hermanos Lucas y Rodrigo, de 16 y 18, y Jorge, de 17 años, novio de Silvina. Los cinco son investigados por al menos, otros nueve secuestros en la zona Norte, pero sólo a ella le adjudican un presunto liderazgo para, según deslizaron allegados al caso, “tapar que en realidad, estos pibes trabajaban para otra gente”.
Para la opinión pública o “publicada”, al decir de Elías Neuman, acaso el estigma de Silvina fueron su mirada desafiante, el pelo teñido de rosa flúo, la infancia en Villa Hidalgo, la muerte de sus padres, los primeros robos a los 9 años, la droga y la soledad. “La culpa es de mi viejo, por haber contagiado a mi vieja de sida. Y se murió mi vieja. Y si mi viejo no la hubiese contagiado, mi vieja ahora estaría conmigo. Y yo no haría lo que hice porque no me dejaba salir a ningún lado mi vieja. Porque yo a mi mamá le iba a hacer caso”, lamentó el año pasado, en un reportaje concedido a una revista.
“La criminalización de la miseria equiparó los sexos y se señaliza a chicas, que por un poco de droga se prostituyen o delinquen, que tienen mermada cualquier pauta educativa y todo sentimiento de identidad -concluyó Neuman–. Si se les pregunta a cualquiera de estas adolescentes cuál es su expectativa de vida responden que, con suerte, se imaginan en pie hasta los 25 años.”