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Viernes, 23 de julio de 2004

ARTE TEXTIL

Teñir con sangre

Un viaje a Africa –como representante del proyecto Trama– sumergió a la artista plástica Mariela Scafati en la magia de los bogolanfini: paños rituales de confección precisa y con destino de compañía vital. Sobre su experiencia tiñendo géneros al sol con elementos naturales y otros aprendizajes únicos habla en esta nota.

 Por Victoria Lescano

La iconografía de los bogolanfini, telas envolventes y símil pareo pintadas con barro y de procedencia africana, son codiciadas por la industria de la moda y la decoración para la realización de accesorios, pero también inspiran a agrupaciones de artistas conceptuales de todo el mundo. La artista argentina Mariela Scafati –que participó de un taller en representación del proyecto Trama- se refirió en una charla del Centro Textil Argentino a su extraña experiencia de psicodelia arty (producto de haber pintado guiada por maestros del bogolan con 45 grados al sol o a la sombra, y pese a las barreras idiomáticas), mientras que la académica del diseño textil Rosa Skific dicta durante todo este semestre un seminario sobre técnicas textiles africanas y, junto a la artista Elsa Luis, prepara una colección de telas inspiradas en etnogeometrías.
“Los bogolans son paños rituales que cuentan una historia y que ilustran la habitual expresión de que la ropa habla de uno. En las mujeres, está ligado a la sangre porque es la tela en la que se las envuelve luego de practicarles la escisión, y esa misma pieza también las va a acompañar en el parto y se usará para ser envueltas el día de su muerte; de ahí que a nosotras nos guste llamarlos paños del dolor. Y en el caso de los hombres, para los cazadores funciona como un camouflage para ahuyentar a los malos espíritus a través de los símbolos y signos”, dicen Skific y Luis sobre los códigos que rigen su uso. Acto seguido, aportan algunas reflexiones sobre el complejo glosario de estampas del estilo bogolan: “Las estampas que ellos hacen con un palito y el barro que sale de la región adquieren un carácter mágico porque consideran que en ese lodo residen las almas de los seres por nacer. Habitualmente aparecen figuras de la flor de calabaza, el escorpión y su cola, los dientes del marido celoso, los dientes de la mujer celosa y un símbolo que indica a las mujeres jóvenes en edad de merecer. Sin dudas se trata de un arte de mujer, no sólo porque se usa la palabra mujer tintorera, sino también porque las prendas se usan para seducir a los hombres y a los antepasados”, continúan. Skific y Luis destacan la labor de la artista Nakunte Diarra y también los quilts de las mujeres de Alabama, las hijas de esclavos, cuyas concepciones geométricas son equiparables a las de artistas del siglo XX como Rothko.
La historiadora de arte Tavy Aherne especifica en Nakunte Diarra, Bogolanfini artist of the Beledougoure –el catálogo que editó la universidad de Indiana en ocasión de la exhibición de la obra de esa experta en Estados Unidos– que “Se puede clasificar a los bogolans de acuerdo a cuatro colores: negro, gris, rojo y blanco. Mientras que el gris es el menos popular, el blanco, llamado kanjida, es el mas común, las mujeres lo llevan en vestidos y los hombres en camisas y pantalones, y por regla general se los asocia con cazadores. El precio de cada pieza depende de la cantidad y sofisticación de las estampas que dependen de los pedidos de los clientes. Para preservar su mirada sigue a rajatabla un consejo transmitido por su madre, su verdadera maestra de esas técnicas textiles, y recurre a lavarse los ojos con el agua donde enjuagó los textiles. Como su hija se negó a continuar con la tradición, actualmente su hijo Binde y su nieta Yaoussa son quienes continúan con la tradición familiar”.Mariela Scafati aporta su anecdotario personal, producto de un viaje al Africa a fines de 2003, matizándolo con su labor en el taller de serigrafía popular y las estampas rara avis con que suele vestir a participantes de movimientos piqueteros y cooperativas de trabajo.
“Fue en Bamako, al noroeste de Africa, y en un centro cultural llamado Teatro du soleil.” La experiencia duró tres semanas y transcurrió junto a artistas europeos de la Reis Academy, un grupo que incluyó desde una fotógrafa que se tomaba autorretratos vestida con bogolanes hasta otra que estampaba imágenes de la arquitectura del lugar en los textiles, y también a un diseñador africano que usó técnicas de bordado, el punto cadena y los hilitos de colores que las mujeres africanas suelen usar como aros. “Mi fantasía pasó por integrar la serigrafía e incorporar tímidamente la fotografía al bogolan con imágenes de frutos que había en los caminos y baldíos. Aunque la idea inicial fue pintar una tela para vestido, porque me fascinaba cómo se vestían las mujeres y la competencia de sus telas, al principio no quedé muy conforme, mi obra parecía más apta para un mantel. Trabajamos con la guía de un maestro del bogolán llamado Amadú, él nos trajo un tejido de algodón que venía en tiras y un cacharro donde nos enseñó a teñir con el barro de la zona, óxido de hierro y raíces de baobab, el árbol de El principito y que aparece muy ocasionalmente camino a las mezquitas. El paño debía sumergirse en el momento y después lo dejábamos expuesto toda la tarde al sol. La fórmula incluía también ceniza, que ellos usan para calentar té verde y aporta el color marrón, mientras que los tintes del baobab dan un tono amarillo. La tela era muy pesada y necesité ayuda de Amadú, y como teníamos problemas para entendernos por el idioma yo me lanzaba y experimentaba más, los pigmentos me dieron sorpresas, pero la mayor sorpresa fue la caída de un cigarrillo que hizo en mi tela un agujero de veinte centímetros.”
Luego, agrega anécdotas sobre la escasez y también el exceso de recursos que se colaron en la experiencia de Africa.
La experiencia de Scafati coincidió con la realización de la bienal nacional de fotografía en esa región de Africa y con la exhibición de Seidou Keita, un célebre retratista de la sociedad africana y sus trajes populares con imágenes tomadas en los años ‘20. Motivada por esa profusión de estilos, Mariela decidió finalmente descolgar la tela y con la ayuda del diseñador africano y autor de prendas relacionadas con la morfología de naranjas y aros de hojalata, hubo un pase de moda con su bogolan pintado con círculos. “La única experiencia extrafotográfica fue la nuestra. Yo creí que el bogolan era algo que se veía en la calle, pero por el contrario es muy caro y está muy codiciado por el turismo. El director del centro du soleil y quien pertenecía a una casta superior tenía esas vestimentas, también las usaban mujeres muy finas que vi en el hotel. Y esos contrastes de la riqueza de los tejidos tanto como el abismo entre un diseñador que hace a lápiz vestidos y cáscaras de naranjas y la abundancia de laptops y cámaras y pinturas muy sofisticadas de los artistas europeos ingresaron como tema de reflexión al sitio de Trama.”(Por información sobre los seminarios de textiles africanos: [email protected]; por más detalles de las actividades de Trama: www.proyectotrama.org)

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