VIOLENCIAS
La historia de Nené
Fue cuando la búsqueda de Fernanda, la niña desaparecida en Paraná, entró en punto muerto cuando los investigadores apuntaron hacia los prostíbulos de Río Cuarto. ¿Por qué? Sencillamente esa es una de las plazas fuertes de la explotación sexual infantil en Argentina. Una realidad que muchos conocen, pero sobre la que poco se hace y en la que quedan entrampadas niñas y niños desde los diez años. Nené es una de ellas y esta es su historia.
Por Alejandra Dandan Desde Río Cuarto
A los 16, Nené tiene una rutina pautada que es capaz de describir como si fuera un horario escolar que empieza al mediodía: “Como y veo Marimar de la una a las dos de la tarde; de dos a tres me gusta Contalo Contalo. Mientras me tomo el té con rosquetas, de tres a cuatro, veo Doce Corazones. De las cuatro a las cinco veo La Niña de la Mochila Azul. De las cinco a las seis, otra novela que no me acuerdo el nombre. Después un ratito de Floricienta, un baño, y me vengo a trabajar”. Ahí es donde está mientras repasa sus programas favoritos, en su trabajo, parada en un bulevar del centro de Río Cuarto, en donde cada noche desde hace dos años espera a sus clientes. Así es su vida desde que le pidió a Mariela que le enseñe a trabajar. Ella tenía 14 y su amiga 13. Aunque eran vecinas del barrio Alberdi se habían conocido en esos días. “Nos conocimos una noche de calor, en una fiesta de bautismo. Mariela estaba drogada, se acercó y nos peleamos por un chico. Peleamos, pero después nos arreglamos y salimos a trabajar. Trabajamos en la plaza del centro, en la esquina de la Quiniela por la calle Buenos Aires. Ella me enseñaba cómo tenía que hacer. Me pasaba a sus clientes a mí, para que yo entrara en confianza. Les decía: ‘Ella es nueva’ y todos querían salir conmigo.”
Nené no está escondida, tampoco Mariela, ninguna de las niñas de las que los clientes al paso abusan a cambio de un módico pago lo está. La explotación sexual de menores está perversamente admitida en Río Cuarto, sobre un triángulo de calles y avenidas en las que pululan los comercios durante el día, y la oscuridad y el silencio durante las noches. Los taxistas, los remiseros y los caminantes conocen aquellas cuadras como una de las zonas rojas, los territorios donde las menores se alternan con adultas y travestis. Un mapa capaz de advertirse en unas pocas horas de aterrizaje, un universo silenciado por la doble moral y admitido entre el Bulevar Roca y el Ameghino, la calle Bolívar en el cruce de Lamadrid o sobre Alsina; la terminal de ómnibus o la Ruta Nacional Nº 8. Y desde hace tiempo, sobre unos seis o siete kilómetros de la circunvalación 005, la carretera del Mercosur donde confluyen las whiskerías y cabarets de la zona. Sin embargo, pocos parecen advertirlo, salvo cuando alguna denuncia puntual –como la que se publicó el lunes pasado en este diario– pone la situación de las niñas prostituidas en las narices de los funcionarios. Entonces las razzias levantarán a las chicas de sus paradas para hacerlas dormir en una comisaría.
El lunes pasado a las seis de la tarde, la puerta de la pensión no se abrió. El dueño estaba parado en la vereda. Conversaba tranquilo con uno de sus vecinos después de la visita de la policía. Esa noche, lapublicación de una denuncia de Página/12 le impidió facturar los cinco pesos por pieza que les pagan los clientes de las menores prostituidas sobre el Bulevar Roca de Río Cuarto, una de las diagonales del centro. La Unidad Regional Nº 9 monitoreó una redada gigantesca. La bulla y la denuncia los obligó a lanzar una repentina campaña de limpieza e invisibilización. Pero el hombre de la pensión, jubilado, seguía relajado: la policía le había avisado a tiempo que cerrara las puertas, que esa noche harían razzias, que el objetivo no eran sus piezas ni los clientes, sino las chicas explotadas sexualmente en la ciudad.
Río Cuarto creció mirando hacia fuera como un gran pool de servicios que incluye el mercado del sexo. La ciudad está en el centro geográfico de las carreteras que conectan norte, sur, este y oeste del país. Un punto de paso obligado. De cuatro a cinco mil autos, camionetas y camiones de transporte pasan a diario sobre uno de sus cordones perimetrales, la circunvalación 005: una carretera que insertó a la ciudad en la poderosa ruta del Mercosur. La A005 y la ruta 8 son uno de sus dos polos de desarrollo, el otro pulmón es el campo. Impresionantes extensiones sojeras estimulan en este momento una economía con índices de desocupación y de pobreza en baja. Alrededor de estos dos imperios productivos creció el mercado de la explotación del sexo: “Acá tenemos clínicas, tenemos universidad, gastronomía y prostitución”, dice uno de los periodistas locales para retratar la dimensión de un fenómeno que está todos los días en las calles y sobre las rutas, pero escandaliza cuando la brutalidad de una foto lo devela, se planta y aparece.
Cuando Página/12 publicó los relatos e imágenes de dos adolescentes de 15 y 16 años que paran todos los días después de las seis de la tarde en la puerta de la pensión del jubilado del bulevar Roca, se difundió también una suerte de estadística, un diagnóstico recreado sobre 300 casos de menores prostituidas elaborado hace tres años por Zunilda Ferraro. Fue una de las primeras mujeres que durante seis meses recorrió las calles de la ciudad contando menores. Quienes la conocen de cerca aseguran que aún no ha dejado de hacerlo. Aquel conteo inicial le permitió establecer la dimensión del fenómeno para conseguir subsidios y desarrollar el Proyecto Angel, un programa de recuperación de la llamada niñez en riesgo. En los primeros tiempos, la difusión de sus datos provocó un escándalo fronteras adentro de la provincia, un escándalo que volvió a repetirse en estos últimos días cuando el diario retomó aquel conteo. Entonces, funcionarios y responsables de las instituciones del Estado encargadas de la niñez establecieron una discusión en base a la verosimilitud de las cifras, del trabajo de campo y de la dimensión de los casos que saltan a la vista. Para el juez de menores los números están “sobrevalorados”. El intendente Benigno Rins, en cambio, parece haber descubierto el problema en estos días. Jefe de gobierno local durante la era menemista, Rins recibió de Carlos Menem un premio como mejor intendente del país. Aliado a los sectores de la oligarquía vacuna llegó al gobierno nuevamente hace apenas tres meses, cuando ganó las elecciones con el 48 por ciento de los votos contra una propuesta alternativa de la centroizquierda. “Tengo la misma sorpresa que todos”, dijo después de la tapa de Página/12. Mientras la clase política se pronunciaba y comenzaban las razzias, los médicos de la maternidad pública de Río Cuarto instruyen a las chicas embarazadas que trabajan en la calle para que, al menos, “corten el trabajo cuando sienten que rompen bolsa”. Mariela, Laurita de 15 años y Nené de 16 seguían esperando a los clientes en las veredas.
Nené cambió de parada seis veces a lo largo de ese tiempo cada vez que, dice, “empezaba a correrme la policía”. Tiene una panza de cuatro meses de embarazo, la cara de una nena de 16 y un impresionante tono de mujeradulta cuando habla de su cuerpo, convertido en una suerte de herramienta distante y dramáticamente efectiva en un mercado que pide nenas y bajos precios. Sus clientes son también sus vecinos: profesionales y trabajadores de Río Cuarto. “Yo cobro mi precio –dice–, lo que pasa acá es que las chicas se pelean muchísimo. Si una mina está cobrando 15 pesos un polvo y 20 una media, la otra va a ir a cobrar 10 y 15. Y si la otra está cobrando 10 y 15, otra va a cobrar cinco con tal de trabajar. Se pelean para trabajar, es así. Y no tiene que ser así. Es feo, porque si salgo con un cliente que me da 40 pesos un polvo, y sale con mi amiga y a mi amiga le da 10 pesos, el cliente no me va a dar más 40 pesos, va a salir con ella porque le pide 10. Se pierde la clientela porque ella les cobra más barato.”
Son los hombres quienes regulan el precio del uso del cuerpo de las chicas. Son los clientes que, como relata Jorge Berlaffa, jefe del servicio de salud mental del Hospital Central de Río Cuarto, “tienen la idea prejuiciosa, creo yo, de que hay menos riesgos en una ciudad chica como ésta y por eso es más visible la problemática y hay más acceso. Se cree que la penalidad puede ser menor, o que es más difícil que los descubran”. Esos clientes, dice Berlaffa, “disfrutan de la situación de abuso”. La sensación de dominación sobre el menor, en estos casos, “está elevada a la máxima potencia. Aunque se puede repetir con las y los adultos, en estos casos no hay ningún tipo de participación de las niñas o niños porque no saben ni entienden de qué se trata”. El adulto domina en forma total la situación sin que haya ningún tipo de reciprocidad. Esa es una de las principales fuentes de placer del cliente: la desaparición del sujeto del que se apropia. “El goce con la cosa de carne y hueso que en relaciones sadomasoquistas está relativizado porque aún ahí hay algo de la presencia del Otro. En estos casos –sigue el psiquiatra–, es la abolición, la anulación total de la presencia de otro.”
Nené, ajena a toda teoría, relata el sistema de precios que ella intenta subir en una escala normada y naturalizada de uno y otro lado, y donde el trabajo parece capaz de diseccionar el cuerpo: “Los tipos vienen y te dicen: ‘¿cuánto cobran un completo?’... La vagina y el bucal, tanto, decimos. Y así... te preguntan”. Esos “tipos” son, en cientos de ocasiones, los varones mayores profesionales o con oficios de Río Cuarto. La gente del Proyecto Angel no encontró entre los clientes ni lúmpenes, ni propietarios, ni camioneros. “Hay una demanda muy bien informada, formada en muchos años de impunidad. La policía lleva en redadas a las niñas pero es cómplice de la demanda. Entre los clientes hay políticos, jueces, abogados, médicos y curas”, explicó Zunilda alguna vez. Nené dice que entre sus clientes también hay albañiles que en este momento gozan de la explosión del mercado de la construcción de viviendas, que se expande con el flujo de ingresos de las cosechas y las ventas de soja. El lunes pasado, cuando comenzaron los operativos policiales, Nené esperaba a uno de los timberos de la city. Empleado del Bingo, un hombre con hijos más grandes que ella. Es uno de sus clientes estables desde hace un año y medio.
Ninguno de estos hombres es indiferente a la edad de las chicas. Por algo intentan trocar sus servicios por baratijas: “Nunca en mi vida me morí tanto de risa como anoche. Un viejo se paró y le dije a Mariela, la otra chica: ‘Andá Maru, seguro que va a querer salir’. El viejo tenía una caja así llena de anillos. Y le dijo: ‘¿Si vamos por un anillo? Te doy un anillo en vez de los diez pesos’”.
Las menores y sus clientes se encuentran en las calles o en los cabarets donde la presencia de las más chicas es disimulada con documentos falsificados. Uno de los taxistas avezado en la noche, contacto y fuentede varios investigadores de la noche, le ha tocado en varias ocasiones lo que aquí en Buenos Aires se definiría como delibery: “Los dueños de los prostíbulos a veces no tienen a las menores ahí, cuando un cliente pasa y pide, las mandan a buscar a sus casas”. Las adultas se protegen entre ellas cuando salen con un desconocido. Prestan atención con los horarios, en ocasiones anotan los números de patentes. Las más chicas buscan alternativas semejantes. La pensión del viejo jubilado es una de ellas. El dueño les cobra a los clientes cinco pesos, la mitad de lo que cuestan los dos hoteles alojamientos de la cuadra. Ella y sus amigas prefieren quedarse ahí, y admitir que las expulse cuando llega la policía: cuando están más o menos juntas se defienden de ese miedo que se les mete en todo el cuerpo cada vez que aparece la cara nueva de un cliente. “Yo ya me acostumbré a esto, es como una costumbre que tengo. Pero cuando me voy, me voy callada y lo único que pienso en el auto, con el corazón en la boca, es en que pase la hora: que llegás allá, al mueble, que te bajás del auto, estás, te pagó y terminó. Y cuando te bajó del auto, en el mismo lugar donde te subió... uffff... me quedo chocha de la vida porque ya no lo tenés más encima.” Y también entre ellas se las arreglan para protegerse de amenazas menos tangibles como las enfermedades de transmisión sexual: “Nunca me voy a olvidar. Una noche de verano andaban unas mujeres de Córdoba con una bolsa lleeeeeeeeeeeena de preservativos. Nos preguntaron si trabajábamos, nos preguntaron los nombres y nos dejaron 100 preservativos a cada una. Más todos los que teníamos guardados nosotras, eran un montón. Cuando se nos acabaron esos, compramos. Porque los clientes por ahí te llevan al mueble y no te los quiere comprar. Y gastamos todos los días 1, 50 o 3 pesos y compramos dos cajitas y así tenemos las dos. Compartimos las cosas entre las dos”.
Formalmente Matilde Glineur Berne es médica pediatra y de adolescentes, pero por la camilla de su consultorio privado pasan muchas de las chicas que han sido prostituidas. Matilde es algo así como la primera guerrillera del ERP en la historia de militancia política de Río Cuarto, estuvo detenida en uno de los campos de concentración de Córdoba durante la era del Cachorro Luciano Benjamín Menéndez y más tarde en Devoto. Fue candidata a diputada nacional en los comienzos del movimiento de Lilita Carrió y ahora forma parte del Proyecto Angel, el programa dedicado al problema de la trata de mujeres y la recuperación de menores en riesgo. Un proyecto en donde con una mixtura se funden militantes católicos, “troskos”, dice Matilde y ex montoneros. Su cara apareció en la televisión local la misma noche del lunes cuando silenciosamente la policía comenzaba con estos operativos de desaparición.
–Acá tenés a las chicas en la calle –dice–, te las podés llevar a cenar si querés. Las chicas están a la vista: nosotros convivimos con esto, lo naturalizamos. Ese es el tema, pero nos horrorizamos cuando lo muestra alguien de afuera.
–¿Por qué cree que es tan difícil la asimilación?
–Porque una nunca quiere ver, hay una negación social de todas las cosas. Cuando se dio el golpe de Estado, se decía que no eran tantos los presos. Y todavía se discute si hubo 30 mil desaparecidos. Nunca hubo 500 niños secuestrados. “Por algo fue”, se decía en esa otra historia. Después, le demostramos al mundo que no mentíamos en nada de lo que dijimos. Y en este asunto pasa algo parecido: si bien pasó mucha agua bajo el puente, son temas que hacen a la responsabilidad social. Parece ser que es demasiado terrible hacerse cargo, porque también hay que hacerse cargo de que antes se miró para otro lado.
El Proyecto Angel recibe un subsidio de mil pesos por mes para trabajar con las adolescentes del programa. Cada semana, cada una, recibe 15 pesoscomo estímulo para salir de la calle, un dinero que cualesquiera de las adolescentes consigue en diez o veinte minutos de esa sumisión que tienen incorporada como trabajo. Por eso mismo, las mujeres adultas del programa a veces sonríen con una especie de autocrítica: saben que la “revolución” no pasa por el proyecto, apenas una pelea encarada en un medio donde el sexo es parte de un mercado que convive con la impunidad, la ausencia de políticas de Estado y una incómoda cuestión cultural que va permeándose.
“La mayoría de las madres de las chicas del programa vienen de la prostitución, no todas pero la mayoría”, dice Matilde. “Pero así como yo nací en una familia de profesionales y estudiar es lo norma, la prostitución es lo normal y es un laburo. Las madres funcionan como modelos. Nosotros tenemos algunas madres que les enseñan a sus hijas y a las amigas de sus hijas a trabajar. Tengo una abuela que prostituye a sus nietitas, y a una le jode pero las cosas son así.”
Tiempo después de haber comenzado a pararse en la calle, Nené escuchó de su hermana mayor el mismo pedido que una vez ella le hizo a Mariela. Yamila tenía 18 años, un bebé y un embarazo de cuatro meses; quería trabajar, no podía permitir que su hermana menor le siguiera comprando los pañales. “La traje y le dije: ‘Vos hacés una salida y te vas’. Le presenté a uno de mis clientes, le dije que era mi hermana, que la cuide. Salió y él le dio 50 pesos. Después a los seis meses de embarazo quiso venir de nuevo. Ese día yo le di 15 pesos a mi cliente, no quería que ella trabaje porque estaba muy gorda. ‘Llevala –le dije–, dale una vuelta, que ella te cuente por qué está trabajando. Y cuando ella te cuente dale los 15 pesos que yo te doy.’ Estuvo tan amable que fue y le dio 50 pesos: los míos más los de él, pasó por acá y me dijo que la llevaba a mi casa”, cuenta Nené, capaz de agradecer un gesto de humanidad en medio del abuso.
De acuerdo con los datos del Hospital Central, quienes quedan entrampadas en esa ruta lo hacen desde los diez u once años. Habitualmente son iniciadas por proxenetas, por madres, tíos, abuelas, sobrinos y amigas. En la ciudad hay quien plantea la prostitución como una institución y una herencia. “Es como una especie de bien heredable, hay una modalidad sistemática de iniciación con formas ya instituidas. El modo en que se inicia el aprendizaje desde la parte técnica a la parte comercial, trasmitido de madres a hijas. Y los varones de la familia lo toman como una cosa natural. Saben que hay mercado para eso, sobre todo para las menores, saben adónde buscarlo y en algunos casos los varones de la familia participan protagónicamente procurando el mercado y las condiciones”, dice Berlaffa. En ese mercado o economía doméstica, las niñas se cuidan según su lectura, como un capital u objeto productivo. El Proyecto Angel detectó como característica general que la iniciación se hace de modo progresivo. Las niñas primero pasan por “el toqueteo, después comienzan con la fellatio y recién más tarde mantienen relaciones de penetración”. Esa especie de exposición progresiva no sólo tiene que ver con los cuidados sino con la necesidad de que no se dañen. La llegada al hospital de una niña en situaciones delicadas suele poner en riesgo un negocio que necesita de lo clandestino.
Nené ahora está sentada en uno de los bares del centro, mientras se escapa de los patrulleros que dan vueltas como enloquecidos por las esquinas. La panza, un café con leche y un cigarrillo en la mano, eso que no puede dejar porque se pone como loca, dice, cuando no los tiene. Todavía no sabe si espera un varón o una mujer, en las últimas ecografías su hijo todavía aparecía sin sexo. En un rato, entusiasmada con la charla, se volverá aacordar de él después de un patadón que le revuelve el vientre. Su mamá quedó embarazada por primera vez a los 16, como su hermana Yamila, como su vecina de enfrente, como ella. El papá de su hijo está en Córdoba, aunque su nombre quedó escrito en una pared mucho más cerca. En la esquina de una farmacia donde hasta hace poco paraba Nené: “Ahora tenemos como quien dice una amistad. Cuando tiene plata viene y me trae. Por ahí peleamos como cualquiera, pero somos nada más que amigos. Vamos a reformar toda la pieza de la casa de él para poner las cosas del bebé porque se lo va a llevar cuando yo le dé permiso. Pero no sé todavía si le voy a dar, porque no me dio nada. A mí directamente me robaba la plata del bolsillo, no le podía decir nada. Dos veces me pegó una cachetada por tonterías mías. Me quedé embarazada y después quería que me lo sacara, intenté sacármelo y no salió, estaba muy prendido el bebé. Me hicieron ecografías, todo y ahora está bien”.
La madre de Nené ahora está con un novio nuevo, el único varón adulto de la familia y el hombre al que Nené acusa por varias situaciones de acoso o intento de abuso doméstico, uno de los índices de consulta más importantes en el área de salud mental del Hospital Central de Río Cuarto: “Me dijo que me daba toda la plata del mundo si me acostaba con él. Yo todavía no trabajaba. Le dije que no. Le dije a mi mamá pero no me creyó”. Nené se las arregla para no cruzarse nunca con el novio de su mamá. Igual que otra de las nenas incluidas en el Proyecto Angel. Está tan aterrada, dicen las organizadoras, que duerme como un animalito en la punta de un árbol. Esas situaciones de violencia doméstica muchas veces están ligadas a las historias de vida de las niñas prostituidas. “Una entiende por qué no las mamás no les creen a sus hijas: porque si lo hacen, tienen que sacar el macho de la casa. Y el macho es la parte fuerte de la casa. Les garantiza el sexo, y en estos contextos si vos no tenés un macho, perdés porque ‘no sos capaz de conseguirlo’, dicen.”
Mientras la ciudad hervía alborotada por el descubrimiento de las chicas de la calle, Nené intentaba hacerse un chequeo en el dispensario del barrio. Se lo impidieron. Caminó hasta la maternidad, pero por alguna razón la persona encargada de las admisiones no quiso atenderla. Los médicos le hacen los controles pero en ningún caso ella menciona eso que llama “mi trabajo”. A pesar de que en su casa lo saben, a pesar de la manera en que habla de su cuerpo, está cansada de pasar la noche a merced de sus clientes; y sobre todo de las redadas policiales. Ahora mismo ella intenta incluirse en el Proyecto Angel, no sabe cómo será su vida en adelante, pero sabe que merece una oportunidad distinta.