SOCIEDAD
Qué ven cuando las ven
La visibilidad tiene su precio. Mientras en España sectores conservadores y militantes feministas se lanzaron sobre las ministras que posaron para Vogue, en Argentina una dieta exitosa y una bombacha vislumbrada en cámara pusieron sobre el tapete a Elisa Carrió y Nina Peloso. Cuando de criticar a mujeres políticas se trata, los argumentos tienen bien poco que ver con las ideas.
Por Luciana Peker
Pelo rubio, atado (o al viento), trajecito sastre o vestido fastuoso. No hace falta decir look Evita para describir el estilo de Evita, una imagen que rompió esquemas más allá de su imagen política y que hoy en día es también una etiqueta de moda. Ya no se discute el derecho de Eva a desplegar su belleza, pero se sigue discutiendo (tanto o más) sobre el reflejo de las mujeres políticas, acá y en el mundo. Por mucho o por poco, porque se arreglan o están desaliñadas, por ser poco atractivas o demasiado sexies, por dejarse ver excesivamente frívolas o convertirse en dejadas, por estar obsesionadas con su cuerpo o ser gordas y no matarse con dietas, por fotografiarse provocativas o merecer ser tildadas de machonas. La imagen de las mujeres casi nunca deja de ser cuestionada. La última foto del escándalo fue la tapa de la revista Vogue de España, en la que las ocho ministras del primer gabinete con paridad de ese país (un hito en la historia de la equidad mundial que sólo comparte Suecia) posaron con modelos prestados para la producción por diseñadores de la talla de Valentino, Adolfo Domínguez y Armani. Más allá de las etiquetas, se veía simplemente a ocho mujeres con trajecitos blancos y negros, peinadas y maquilladas. Por esa foto, el Partido Popular (PP), hoy en la oposición, amenazó con pedir que las ministras Carmen Calvo (Cultura), Elena Salgado (Sanidad), Elena Espinosa (Agricultura), María Jesús Sansegundo (Educación), María Antonia Trujillo (Vivienda), Magdalena Alvarez (Fomento), Cristina Narbona (Medio Ambiente) y la Vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, vayan a declarar al Parlamento para explicar por qué dieron la nota.
“Han hecho el ridículo. Es lamentable que las señoras posen para una revista muy bien peinadas, vestidas y maquilladas”, acusó Mariano Rajoy, secretario general del PP. “Al 90% de las mujeres les interesa la moda. Es machista que porque seamos mujeres tengamos que justificar que vamos maquilladas”, le replicó Yolanda Sacristán, la directora de Vogue. Rajoy (candidato frustrado a ocupar el sillón presidencial) subió la apuesta: “Esa foto es impropia de cualquier persona decente”. Tanta indignación le habrá hecho olvidar que las ex ministras de José María Aznar, Ana Botella y Esperanza Aguirre, también habían posado para Vogue, aunque en forma individual. Y que la foto masiva se dio porque, justamente, nunca habían arribado, masivamente, tantas mujeres al poder. “Queríamos mostrar a las ocho mujeres que hay en el gabinete, muchas son recién llegadas y es interesante contar sus proyectos. Me ha sorprendido el escándalo porque nosotros queríamos hacer una foto absolutamente normal con ocho mujeres vestidas como irían a trabajar. Me da pena que si hubieran sido los ocho ministros, nadie habría dicho nada”, subrayó Sacristán. Pero las críticas no vinieron sólo desde los sectores conservadores. Marisa Castro, de Izquierda Unida, fustigó: “Las mujeres no están en política para ponerse modelitos”; la Red de Asociaciones de Violencia de Género sentenció: “Las mujeres españolas no nos sentimos representadas por ese tipo de reportajes” y Cristina Alberdi, ex ministra del PSOE, se lamentó: “Como feminista de toda la vida, estoy decepcionada porque esa foto ha sido demoledora”.Sin duda, el debate sobre cuál debe ser la cara (y el cuerpo) de las mujeres en el poder tiene muchas aristas y preguntas. Y, además, es una de las caras preferidas por el poder para apuntar contra las mujeres. En la Argentina, la tapa de Noticias con Nina Peloso en botas y minifalda bajo el título (exagerado) “El destape de la Evita piquetera” (si se le vio la bombacha es porque nadie en la producción, evidentemente, le avisó que se le veía y en la Argentina un poco de piel, rouge y piernas están lejos de ser una extravagancia, aun en las clases populares), la acusación a Cristina Kirchner de frívola y la resurreción mediática de Elisa Carrió a partir de su dieta que logró sacarle, paralelamente, 41 kilos, 7 talles y el mote de loca hablan de qué es lo esencial de la visibilidad femenina a los ojos de los medios. La socióloga y analista de opinión pública Graciela Romer remarca: “Uno de los atributos de los argentinos es criticar todo siempre, pero si la persona es importante se la critica más, si es mujer aún mas y, más todavía, por cualquier cosa que tenga que ver con su imagen. El componente machista en la cultura argentina es muy fuerte”.
Patricia Bullrich lo sabe. Cuando era Ministra de Trabajo hasta su mamá (Julieta Luro) la criticaba porque salía despeinada y a cara lavada por televisión. “Estaba todo el día trabajando. ¿Qué querían? ¿Que sacara el espejito en medio de las reuniones con los gordos de la CGT?”, comentaba ella. Por eso, en su última campaña electoral, le preguntaba a su marido (Guillermo Yanco) “¿me pinto?” cada vez que se exponía a una foto. “El es más coqueto que yo”, reconocía y dejaba que él le eligiera la ropa y le modernizara los cortes de pelo para no seguir siendo llamada, burlonamente, “la piba”. En realidad, Patricia comenzó a militar en el peronismo, donde una mujer ultrafemenina es el modelo madre de mujer política. “La apariencia no está puesta en cuestión cuando se trata de modelos o actrices, donde el requisito de belleza forma parte de su tarea. Por eso, como Evita viene del espectáculo, ella introduce una modernización en la imagen femenina. En esa línea, el peronismo rompe con la imagen de la mujer obrera que era más desexualizada, también, por ejemplo, en la elección de las reinas del trabajo cada 1º de mayo”, relata la historiadora Mirta Zaida Lobato.
Casi no hay mujeres que no sean sobreobservadas por su imagen. Karina Rabolini, esposa del vicepresidente Daniel Scioli, es catalogada de excesivamente sobria porque elige trajecitos sastre que podría seguir usando dentro de veinte o treinta años. Una ex modelo que elige cuasi invisibilizarse no deja de ser mirada, lo cual no sería necesariamente malo, si esa mirada no fuera generalmente maliciosa. No bien Cristina asumió el rol de primera ciudadana, Mirtha Legrand le criticó la desprolijidad del pelo. Cristina lo cambió. Pero la mayoría de los medios ahora critican que cambió su pelo, su maquillaje, que hace dieta y gimnasia Pilates y que se viste muy sexy. Cristina es indudablemente más llamativa que otras primeras damas. ¿Eso es indudablemente malo? Sí, para muchos medios que la tildan de frívola. Aunque su gusto por la estética no es nuevo. Ya cuando era diputada había dicho: “No salgo de mi casa sin perfume aunque me vengan a buscar los marines”.
Si la femineidad no viene en un manual de imposiciones, la imagen personal tampoco, y cómo verse debería ser una decisión personal. Aunque, por ahora, la sociedad exige que las mujeres demuestren capacidad, y a la vez se muestren. Pero, casi siempre, les hace pagar un precio por ser visibles (¡tan visibles!).