SOCIEDAD
La prisión extendida
Quien haya pasado un domingo cualquiera cerca de una cárcel sabe que la mayoría de las visitas, formadas en colas eternas, sometidas a todo tipo de maltratos injustificados, son mujeres. Ellas sostienen a los detenidos manteniendo el vínculo con los hijos y hasta aportando la comida que se desvía en el Servicio Penitenciario. Para apoyarse mutuamente y para resistir el estigma de entrar en la cárcel, las familiares se reúnen lo más lejos posible de la “tumba”.
Por Sonia Santoro
Ella reserva una muda de ropa especial para ese día. Un jean gastado y holgado. Una remera que cubre con creces la línea de la cintura. Y un pulóver viejo. Nada de negro ni gris, ni borseguíes. Un corpiño sin aro. Ningún anillo. Cada 15 días repite la rutina. Se levanta temprano, se viste; toma el colectivo y la combi que la llevan hasta el penal. Después de varias horas de viaje, tendrá otras tantas de espera. Si todo sale bien, lo que implica un gran paréntesis, logra visitar a su familiar. Vuelve ya tarde a su casa, desesperada por sacarse esa ropa y guardarla en el placard. Pero su cuerpo, el de quien tiene a alguien querido preso, no se rearma con la facilidad que se deshace de un pulóver. La angustia empieza dos o tres días antes de la visita y se prolonga hasta otros tantos después. Y eso que ella, Delia Zanlungo, es psicóloga y tiene seguramente más herramientas para elaborar la situación. De eso, justamente, se trata el Grupo de acompañamiento y orientación para familiares de detenidos en la Fundación T.I.D.O. (Trabajo Investigación Desarrollo y Organización de Mujeres): de trabajar el tránsito por las instituciones judicial y penitenciaria junto a otras personas que pasan por lo mismo.
El hecho de que Zanlungo, fundadora del grupo junto a una colega, pida expresamente adoptar el genérico “familiar” en lugar de individualizar la relación parental que la une al detenido para no perjudicarlo podría considerarse parte de lo que en la victiminología se conoce como “victimización terciaria”. “Está la victimización primaria, que es la persona que recibe un daño. La victimización secundaria, cuando la persona que recibe un daño transita por los espacios judiciales, policiales y vuelve a ser maltratada porque no se le cree, etc. Y hay una tercera forma, la victimización terciaria, que es la que padecen el que cometió el delito cuando es maltratado en la comisaría, por el Poder Judicial y por el Servicio Penitenciario, y los familiares que acompañan. Porque no solamente es considerado delincuente quien delinque sino toda su familia”, explica Zanlungo.
En el nivel de la victimización terciaria o “pena por añadidura” es en el que se ubica el Grupo, que funciona desde hace un mes en Castillo 460, Villa Crespo (4776-6478). Laura Cironi, psicóloga, en su trabajo como empleada del Poder Judicial de la provincia de Buenos Aires empezó a sentir que más allá de la asesoría legal, la gente necesitaba hablar con alguien de lo que le pasaba, de las requisas, de cómo eran las visitas, cómo hacerse cargo de los hijos que se quedaban o de los nietos.
Esa sensación se transformó en idea hace un año y medio, cuando su compañera de facultad vivió personalmente eso de lo que habían leído más de una vez, eso que le pasaba a otros. “Es la primera vez que tengo unfamiliar detenido, en toda mi familia es la primera vez –cuenta Zanlungo-. Con lo cual, fue todo absolutamente nuevo. En las visitas en el penal empiezo a escuchar otras historias y el malestar de las mujeres. Porque es importante aclarar que así como en el ámbito social el lugar de la mujer es el de cuidadora, dadora, protectora, en las instituciones cerradas las que acompañamos, en su mayoría, somos las mujeres. Entonces, empiezo a escuchar que las mujeres se enferman emocionalmente, físicamente, en lo que significa el tránsito por el sistema judicial y penitenciario. Que las mujeres de esto no hablan. No hablan en su trabajo, no hablan con toda la familia. Muchas veces los hijos van al penal y piensan que van al trabajo del papá...”
Como es previsible (aun sin ser posible imaginarlo), el primer tiempo de ser familiar de un detenido es una desorganización tan grande que es muy difícil continuar con la vida normalmente. Recibir la noticia genera caos. Nadie está preparado para saber qué hacer en esta situación. Dónde buscar un abogado. A quién recurrir. Y a eso se suman los propios miedos, los prejuicios. El estigma social es mucho mayor cuando se es “la esposa”, dicen las especialistas, porque “vos lo elegiste”. Pero también se escudriña a la madre por haber criado semejante delincuente o por no ir a verlo desde que está en la cárcel. La culpa, ya se sabe, siempre es de la mujer. “Las mujeres siempre quedamos atrapadas en estos mandatos, en estos mitos, que también inciden en tu salud; porque no es la misma exigencia que tiene el varón”, dice Cironi. Y agrega: “Conocí un caso de una mujer que había recorrido todas las unidades carcelarias de la provincia siguiendo al hijo, se mudaba con toda su familia. Ella siempre decía que no iba a abandonar a su hijo y que le hacía bien la visita. Pero trasladaba a toda la familia”. “Ahí te das cuenta de que no sólo el que está preso está encerrado. O muchas mujeres organizan su vida en función del llamado porque es muy complicado llamar desde la cárcel. Entonces, tienen más o menos un horario. También terminan presas”, agrega Zanlungo.
El grupo intenta trabajar los efectos que genera en las personas pasar por las distintas etapas de acompañamiento de un preso. Cómo les afecta mientras está el familiar detenido y posteriormente. Los primeros que se acercaron, por ejemplo, fueron un hombre y una mujer cuyo hijo estaba por salir de la cárcel. Sus planteos giraron en torno de cómo se reconstituye la familia después de 5, 7 años, cuando antes tal vez no convivían; o cuando hay nuevos embarazos o relaciones iniciadas en la cárcel.
“Así como la persona que está detenida queda con experiencias que la marcan para toda su vida, también ser familiar te marca. Pensá en las personas que no lo hablan, que te dicen ‘me separé de mi marido’ y tienen que ir el domingo al penal, que te destroza. Pensá el vínculo con sus hijos”, cuentan.
Al principio pensaron hacer el grupo en los bares frente a la cárcel de Devoto, donde se juntan las mujeres antes o después de la visita. Pero finalmente buscaron la contraria, sacar a esas mujeres de la subcultura de la cárcel, del código tumbero. “El tema es qué hacés por vos, que también te están pasando cosas en esa situación –dice Ceromi–. La idea es centrarse en que la mujer no está detenida, que el que está detenido es el otro, y que lo que una puede hacer es acompañar este proceso. Compartir lo que te pasa con alguien que te escuche desde afuera ya es abrir un espacio de salud.”
El grupo plantea también da la posibilidad de que la mujer se corra del lugar del deber para poder pensar qué es lo que quiere. –¿Quiere, realmente, ir dos veces por semana de visita?–. Trabajar con las culpas que eso genera. Y salirse de la idea de que como el otro está peor, yo tengo que ceder. En fin, conceptos que a nadie vienen mal y específicamente en este contexto pueden ser muy saludables, incluso másallá de la experiencia individual. “Es un problema social y socialmente también tenemos que encontrar respuestas”, resume Zanlungo.