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Aunque en Cake –cuya traducción literal del inglés es torta– todo está permitido. ¿Sexo en la pista de baile? Por supuesto, señora, ¿para qué cree que están ahí esos fornidos rugbiers? Pues para servirla. ¿Desearía usted que se conviertan en compañeros de baile? Cómo no. ¿Qué la miren mientras aprende a bailar tomada del característico caño del cabaret de ruta? Para eso están. ¿Se siente más animada a probar la boca de otra chica? Mire en deredor, alguna más también querrá hacerlo. La consigna de Cake –cuya sede en Nueva York se hizo famosa después de que la visitaran las chicas de Sex in the City–, ese local escondido cerca del hipódromo londinense, es ofrecer a las mujeres la posibilidad vivir el sexo como lo vienen haciendo los depredadores de la especie humana, como una aventura, un servicio, un placer caro pero accesible con el dinero necesario. Cake -palabra cuyo uso corriente quiere decir concha– es un lugar destinado no sólo al jolgorio sino también al empoderamiento de las mujeres que así, en alegre compañía, se permiten no sólo la aventura, sino también ampliar los límites de lo que imaginaban posible. Emma Sayle, la joven organizadora de este sitio en el que una noche cualquiera la consigna es asistir con ropa de cama –para un auténtico pijama party–, está convencida de cubrir un nicho vacante en el mercado, ya que si bien existen los clubes nocturnos para varones, hasta ahora las chicas se tenían que conformar con exhibiciones de strippers que, como bien sabemos las porteñas, no son exactamente lo mismo que un cabaret. Apenas funcionan como una gran puesta en escena de la histeria colectiva. En Londres, dice Sayle, la cosa destila más ironía que otra cosa pero también sirve para afirmar deseos y concretar alguna fantasía, en un ambiente protegido y con muchos condones. Quién sabe, tal vez algún día Buenos Aires nos sorprenda.