CINE
La suerte de la fea
Alguien tenía que vengarse en la ficción del discriminador ideal de belleza que exige la cultura consumista dominante: Lourdes, la protagonista del reciente estreno cinematográfico Crimen ferpecto, fea como ella sola, despreciada y humillada por su apariencia física, toma a su cargo esta alocada tarea, interpretada por la extraordinaria Mónica Cervera.
Por Moira Soto
Eres fea, Lourdes, muy fea”, le enrostra el aspirante a yuppie a la oscura vendedora de cosméticos que se ha enamorado de él y ha logrado –chantaje mediante– someterlo a sus deseos en el reciente estreno Crimen ferpecto. Una realización de Alex de la Iglesia, el esperpéntico director de Muertos de risa y La comunidad. “Tú no tienes la culpa, yo tampoco. Es este mundo en el que vivimos el que me hace odiarte. ¿Me entiendes? Las revistas, la televisión... No es algo que piense solo yo, lo pensamos todos...”
Rara vez el cine ha confrontado tan abiertamente el tema de la fealdad física, llamando a las cosas por su nombre y proponiendo a una protagonista de verdad mal parecida para los cánones al uso. Y además, acomplejada, resentida, maligna. Es decir, que estigmatizada e inferiorizada por haber quebrado involuntariamente los patrones de belleza promovidos por la cultura dominante, la fealdad exterior ha contaminado su alma. Y hay que decir que la increíble Mónica Cervera se ha lanzado al abordaje de su personaje sin red, sin miramientos de ninguna especie, acentuando desde la actuación sus rasgos chocantes, que desde luego la cámara no hace nada por suavizar o mejorar.
Nada que ver con el caso Rossy de Palma, cuyo extraño rostro picassiano fue exaltado por Almodóvar hasta convertirlo casi en un objeto sofisticado. En Mujeres al borde de un ataque de nervios, la presentó con toda naturalidad como la novia del (entonces) atractivo Antonio Banderas, y sobre el final la sentó en el balcón terraza junto a Carmen Maura que le elogiaba el cutis. Luego en Kika, Almodóvar le dio a de Palma el simpático rol de Bruna, la empleada doméstica enamorada de su ama (Verónica Forqué) que no puede corresponderla pero igual le hace una sesión de depilación facial y maquillaje. De todos modos, como explicó el director, “ella no aspira a ser modelo, sino más bien jefa de prisiones femeninas, rodeada de tías todo el santo día”.
Como habrán advertido, salvo que se trate de algún jorobado de catedral (que entraría en la categoría freak) o de una versión literal de Cyrano de Bergerac con Gerard Dépardieu (dicho sea de paso, un actor feo, más allá de su magnetismo), cuando se trata de alguna manera la cuestión de la fealdad física en el cine se habla de mujeres. Tal si se tratara de una problemática exclusivamente femenina esto de sufrir por no ser alta, flaca, bella, preferentemente rubia (aunque se toleran, por cupo, las morenas perfectas como Halle Berry). Es que el prototipo promovido, exigido por los medios, la publicidad, el modelaje, centra la identidad femenina y su valoración en la apariencia física.
A cada una su belleza
Con bastante menos crudeza que en Crimen ferpecto, Michael Lehmann, sobre guión de Audrey Wells, propone en La verdad acerca de perros y gatos a dos personajes femeninos marcados por prejuicios complementarios: la retacona y rellenita Abby, insegura en cuanto a su aspecto aunque exitosa como conductora radial, y la alta, espigada y rubia Noelle, conflictuada por dudas sobre su inteligencia. Dentro de sus límites, este film conseguía el objetivo declarado de la guionista: “Hablar de una situación injusta que las mujeres tenemos que enfrentar todos los días en esta sociedad obsesionada por la belleza exterior, en la que no hace falta tener una nariz de Cyrano para ser rechazada. Cualquier pequeña desviación del ideal de la Madison Avenue hace que cualquier mujer se sienta en falta, cuestionada”.
Una fea con ganas según cánones occidentales impuestos al no por nada llamado “bello sexo”, que logró revertir la opinión sobre la jeta poco convencional que Jehová le dio, es Barbra Streisand. Una prueba contundente de cómo superar traumas de infancia –la actriz, cantante y directora ha contado que de niña su familia no perdía oportunidad de recordarle lo fea que era– a fuerza de talento, seducción y, sobre todo, la firme convicción de creerse divina de toda divinidad. En la última película que dirigió, El amor tiene dos caras (1997), a los 54, se puso de protagonista que primero usa una ropa arratonada como (maravillosa) profesora de literatura y que después se transforma en cisne (con perfil de Nefertiti, claro), atrae al marido de su hermana (Pierce Brosnan, qué menos) y se queda con el matemático Jeff Bridges bailando en la calle. La verdad, Narciso era un humilde y púdico mozuelo comparado con Barbrita.
Otras actrices más o menos exitosas como Chlöé Sevigny, Rosie Pérez, Sarah Jessica Parker (que con los mejores zapatos sigue teniendo rasgos de potranca), Toni Collette, Kathy Bates, Christina Ricci, Christine Baransky han demostrado que la imperfección puede resultar atractiva. Que liberadas de un ideal inalcanzable de belleza se puede desarrollar un estilo personal, en el que el carisma y el humor suelen jugar un rol destacado. Ellas, entre varias otras, contribuyen a modificar esa idea reaccionaria, oprimente y discriminadora de la belleza sin tacha. Esa dictadura bajo la que han caído, cada uno en su género, Rafael y Lourdes, los descentrados protagonistas de Crimen ferpecto.
El milagro de Lourdes
“Hace mucho que no creo en nada, y eso me confunde”, ha declarado Alex de la Iglesia. “El mundo no es como me lo imaginaba. Me lo imaginaba mal pero es muchísimo peor. Esto me provoca diversos sentimientos, todos malos: envidia, rencor, dolor, mucho dolor. Sin embargo, no puedo olvidar que hace mucho tiempo, en una galaxia realmente lejana, yo creía en algo. Y ese recuerdo me hace creer en la comedia, como una especie de expiación o redención de los males, algo que no explica ni justifica, pero por lo menos mejora la existencia o la hace más soportable. Si nos van a cortar la cabeza, que sea sonriendo.”
Por cierto, la última comedia con que pretende mejorar nuestra calidad de vida el bueno de Alex es negrísima. “La más bestia que ha hecho”, según el excelente Guillermo Toledo, que se pone el traje brilloso de Rafael, ese tipo que se siente en su elemento en la gran tienda, vendedor de la sección señoras que ansía ser jefe de planta a cualquier precio. Pero sin matar a nadie: la muerte de su rival don Antonio es un accidente y no le queda otra que hacerse cargo del cadáver. Ahí es cuando entra a tallar nuestra Lourdes, o “El destino aciago”, como la llama el director: “En realidad, ella vive torturada por el mismo motivo que él: las apariencias. Y aprovecha la oportunidad para hacer realidad su sueño de casarse con un hombre guapo. Lourdes no es una mujer linda, de esas que salen en los avisos de la tele. Tiene gustos discutibles, aspiraciones vulgares, pero no deja de ser un personaje muy original. Yo la quiero con locura, y a la vez le temo. Para Rafael, representa todo lo que él odia más. El problema que tiene Rafael es que se niega a aceptar que existan Lourdes en su mundo perfecto, y eso es lo mismo que negar la realidad. Ella vive humillada por sus compañeras de trabajo que son altas y guapas. La va de inocente y buena porque no tiene otra alternativa, pero bajo esa fachada fea y gris esconde una determinación de hierro”. Alex de la Iglesia descubrió a Mónica Cervera, malagueña con algún curso de arte dramático en su haber, en Hongos, un premiadísimo corto de Ramón Salazar (director para el que después la actriz protagonizó 20 centímetros, en el papel de un transexual). “Nada más verla, supe que la quería para Crimen ferpecto. Es una superdotada, capaz de pasar de la comedia al drama en décimas de segundos.” Mónica, que según un periodista español, “prescinde del glamour apestoso de las estrellitas patrias, que figuran un día sí y otro también en revistas de presuntas tendencias”, habla con ternura de su Lourdes: “Es verdad que soy un poquito mala, aunque el único crimen que cometo es enamorarme de Rafael. El ha cometido un pequeño error y yo le tiendo un cable ¿o le hago la vida imposible?”
Pero Lourdes no es el único personaje femenino de Crimen ferpecto: además de las vendedoras (lindas) que este donjuán de pacotilla seduce, están la hermanita de la protagonista y una clienta a la que Rafael doblega con malas artes de vendedor compulsivo. La nena de 8 añitos anuncia en comida familiar: “No puedo comer porque estoy embarazada. Me violó mi profesor de gimnasia. No pienso abortar. Si me llevan al reformatorio, abro la llave de gas y voláis todos por los aires”. Por su lado, la clienta, una señora madura, es acechada por Rafael que debe hacer una gran venta para conquistar el puesto de jefe de planta. El la cala de inmediato: “Se ha prometido no comprar nada, pero en el fondo de su alma desea comprar cualquier cosa hasta olvidar sus penas, la angustia que la carcome porque pesa diez kilos de más y ya nadie la mira”. El muy zorro la interrumpe cuando ella está mirando una prenda: “No, no le conviene”. “¿Por qué?”, se sorprende ella. “Es para una mujer de más edad”, le explica el taimado. Ella ya está bajo su influencia y termina comprando un abrigo carísimo y –sin saberlo– paga con un cheque sin fondos suficientes. Una precisa parábola del consumismo, con víctima y victimario. Un gran cameo de Rosario Pardo en un personaje que es la antítesis de la dura, obsesiva, revanchista Lourdes, que hasta el final no se compra nada bonito ni se hace un buen corte de pelo, aunque con esa fealdad que Dios le dio, a más de un gil dejará de a pie.