MODA
Estilo en construcción
Siguiendo el rastro que dejan las publicaciones de moda dirigidas a mujeres editadas en Chile entre 1960 y 1976, la investigadora Pía Montalva analiza cómo los discursos públicos funcionan como dispositivo de control de las mujeres a través de la construcción de una apariencia, en su libro “Morir un poco”, de Editorial Sudamericana.
Por Victoria Lescano
Luego de trabajar durante un tiempo como diseñadora de ropa, ese cuento me pareció monótono y se me ocurrió que escribir sobre moda chilena podía ser mucho más estimulante. Percibí que se hablaba de lo foráneo como si fuera lo nuestro, nadie se preguntaba cómo se tomaban los modelos del centro y se materializaban aquí en la periferia. El foco de mi trabajo fueron los discursos públicos y su impacto en la instalación de mecanismos de disciplinamiento y control social de las mujeres, por la vía de la construcción de las apariencias,” dice Pía Montalva, sobre Morir un poco, su análisis de la moda y sociedad en Chile fechado entre 1960 y 1976. Las fuentes de esos discursos en los que Montalva buceó durante años y cuyo resultado recientemente publicó Editorial Sudamericana fueron las revistas femeninas Paula, Eva y Paloma, de las cuales logró construir una colección completa en los días en que trabajó en la sección revistas de la Biblioteca Nacional de Santiago de Chile.
La trama refleja el paso del estilo francés, desde los desfiles de los originales de la casa Dior en gira de moda por Sudamérica a los diseños de José Cardoch Sedan, quien en 1962 fue considerado por la crítica “el Dior chileno” (las mujeres modistas acostumbraban ya a usar falsos nombres franceses como Madame R.), a la construcción de una estética latinoamericana vía presentaciones de moda autóctona tanto en puestas en el museo de bellas artes y en el extranjero como intentos aislados de valorización de tejidos, tal vez el más contundente se llamó Operación Penélope, y abasteció de cientos de kilos de lana a setecientas tejedoras pertenecientes a doscientos centros de madres.
Sobre los modos en que la dictadura se hizo notar en la vestimenta, Montalva destaca bajo el apartado El Silencio: “El golpe de estado del 11 de septiembre no pareció incidir de inmediato en la vestimenta femenina y las publicaciones ofertaron estilos y apariencias que marcan continuidad con el período anterior, sin embargo, en los hombres el cabello largo y en las mujeres los bolsos grandes, fueron considerados sospechosos por el régimen, a las trabajadoras de oficinas públicas se les obligó a usar faldas y en las calles de Santiago, en varias oportunidades los militares cortaron los pantalones de las chilenas en plena vía pública así como también el cabello de los varones”.
–Así como para la presentación de su libro vistió un original Comme des Garcons en color gris plata, con zapatos al tono de su vasta colección de ballerinas. ¿Cuáles fueron sus primeras vinculaciones con la moda?
–La moda es una obsesión que me acompaña desde pequeña cuando iba con mi madre a la peluquería y la esperaba horas leyendo revistas femeninas. Así me familiaricé con marcas, estilos, opiniones de mujeres, diseñadores y se me hizo un hábito el preguntar referencias sobre esto o aquello. En paralelo les cosía los vestidos a las muñecas imitando los modelos de las revistas. Un poco mayor comencé a hacerlo para mí y a los 10 años ya elegía mis telas sola y también las de mis hermanas.
–El título del libro coincide con el de un film chileno revolucionario en su momento ¿podría establecer vínculos entre ambos proyectos?
–Buscando un título no descriptivo me encontré con la frase del poeta francés Edmond Haraucourt, quien escribió en 1891 esa canción del adiós que dice Partir es morir un poco, la vi en un muro de la Feria del Libro y recordé una canción del año 1967, el tema de una película chilena Morir un poco, que mostró a sectores marginales en sus espacios cotidianos, algo que el cine chileno no había abordado hasta ese momento tan descarnadamente. Considero que la expresión Morir un poco sintetiza también los procesos de la moda. Si lo que define la moda es la innovación, la moda al momento de instalarse ya deja de serlo y comienza a morir.
–¿Cuáles serían los rasgos esenciales del estilo chileno, sin los artificios importados de Francia?
–El estilo chileno se define por una factura que privilegia lo hecho a mano, por su vinculación con las prácticas artesanales tradicionales o urbanas, el soporte en el color del hilado en algodón o lana de oveja o bien teñido con elementos vegetales como raíces u hojas. También por la inclusión de motivos que hacen referencia a culturas indígenas, que alguna vez poblaron el territorio chileno. La referencia a gestos estéticos provenientes del mundo popular o campesino está presente en las versiones menos refinadas, de los ponchos y ojotas, a los calcetines, gorros o chalecos de lana. El traje regional chileno es el traje de huasa, de origen español: pollera larga negra, bolero corto con mangas (como el del torero), blusa con chorreras en el delantero y los puños y enagua con volantes que se asoma en la parte delantera de la falda. Sombrero masculino de fieltro negro y faja tejida de colores marcando la cintura y cuyos bordes cuelgan a un costado.
En 1971 fue citado por una diseñadora llamada Flora Rocca cuando la firma Lan Chile le encargó una colección de ropa con citas étnicas para vestir a las azafatas, que entonces fueron llamadas Las Huasas del Aire.
–¿A qué autores destaca como autores del estilo autóctono?
–Por un lado a Marco Correa, el creador del discurso de la moda latinoamericana para la boutique Tai en 1968 y también a Nelly Alarcón. Ella rescató la tradición textil de las mujeres chilotas, que consiste en el uso de telas de lana cruda hiladas a mano teñidas con vegetales y tejidas en telares horizontales colocados a ras de suelo, para elaborar a partir de allí una colección de vestidos inspirados en los paisajes de la isla. Valiéndose de sabanilla, géneros de 70 centímetros de ancho con colorido que se obtiene a partir de una variedad de tintes relativamente limitada, en tostado, café, gris, rosa viejo, anaranjado, negro, verde y crudo, realizó túnicas rectas con mangas largas y muy anchas en el puño. Su incursión en la moda despuntó en 1970. Las túnicas de Alarcón cautivaron a Diana Rigg, la Srta. Peel de Los Vengadores, quien se compró varias para su placard, en París se exhibieron en el mismísimo espacio Pierre Cardin y fue presentada por Pablo Neruda, que por entonces era embajador en Francia. Neruda las definió como ropas del viento y de lluvia de una isla lejana llamada Chiloé y destacó que esas mujeres tejían en soledad y que sus maridos salían a ganarse el pan mar adentro. En 1973 Alarcón fue destacada también por la revista Paula como ejemplo de madre soltera, ese mismo año, irrumpieron en las páginas de moda los diseños de ponchos y abrigos de coloridos muy estridentes de su hermana Ruby y en simultáneo Nelly se esfumó de la escena de la moda y se recluyó en la isla de Chiloé.