INUTILíSIMO
Animalitos de Dios domesticados
Los animales de compañía que muchas de nosotras hemos incorporado a nuestra vida familiar también deben atenerse a ciertas reglas de etiqueta que, claro está, es nuestra responsabilidad que se cumplan. Sobre todo si nos da gusto que estas criaturas irracionales participen de ciertas actividades sociales. Así lo subraya Leticia Vigil en su Manual Buenas Maneras (Javier Vergara, Bs. As., 1991): “No hay que olvidarse de que hay personas que no comparten el entusiasmo por los irracionales y si alguien expresa su miedo o alergia hacia determinada mascota, se la debe relegar al patio o a una habitación si se tienen visitas”.
Asimismo, hay que tener en cuenta que aun los amantes de las bestias domesticadas se pueden sentir molestos si un perro les salta encima de un traje impecable, dejando las huellas de su efusividad, y que ese mismo can hasta puede desbaratar el maquillaje de una dama si en su descontrol le “besa” la cara. “Es obligación de los amos controlar la amistosa energía de su pastor alemán en presencia de personas ajenas en su intimidad”, indica la señora Vigil. “Es pecado contra las buenas maneras presentarse con el gran danés a visitar a un enfermo o con un perrito juguetón a pasar el fin de semana a casa de amigos, sin previo aviso.”
Para peor, no siempre los animalitos que se tienen en casa son perros, gatos o canarios: “Hay personas que crían animosamente iguanas, ratoncitos o cachorros de puma”. En estos casos atípicos, hay que mantener a estos habitantes de la casa fuera de la vista de las visitas. Desde luego, remarca el manual consultado que no revela buenos modos recibir a una señora de cierta edad acompañados de un mono o una víbora: puede ocurrir que se nos infarte y se arruine la visita. Y por más que el animal de compañía sea un perro educado, no hay que permitirle entrar al comedor durante el servicio y rondar la mesa porque para los invitados “es realmente desagradable comer en compañía de un hocico ávido por más que sea un animal de pura raza y nos haya costado mil dólares” (sic). Tampoco está bien visto para la gente de buena crianza que la dueña de casa, por más amor y admiración que sienta por su mascota, la ponga a hacerles gracias a los invitados y a que demuestre todo lo que su ama le ha enseñado. No sólo se corre el riesgo de que se rompan cristales y porcelanas: lo más probable es que el chucho, asustado por la presencia del público, no haga las monerías esperadas.