Viernes, 11 de febrero de 2005 | Hoy
MODA
Géneros en tonos tropicales, caipirinhas, desfiles con ambientaciones (y presentaciones) creativamente delirantes, documentales con preguntas atrevidas en lugares insólitos: en la última edición del San Pablo Fashion Week hubo de todo. A continuación, instantáneas del encuentro que sabe cruzar industria, diseño, tradición y negocios.
Los metros de chita, una tela de uso popular con estampas de flores y tonos tropicales, engalanan paredes y sillones de una sala para prensa e invitados. Una versión reducida oficia de paño ornamental en cada vaso de caipirinha. Sucede que esos textiles llegados a Portugal desde la India inspiraron, además, a los expertos Renata Mellao, Renato Imbroisi y un grupo de colaboradores para la realización del libro Qué chita bacana, y también una muestra de vestidos y fotografías en el Museo do Casa Brasileira con trajes firmados por algunos de los nombres más influyentes de la moda brasileña. Ya en formato de empapelado, servilleta, material de documentación y atuendos para museo, la chita sirve de botón de muestra del modo en que Brasil, y más precisamente la organización del San Pablo Fashion Week, fusiona industria, diseño, tradición y negocios serios (las cifras oficiales de inversión en el SPFW alcanzan los 6 millones de reales) con un constante espíritu de celebración.
Entre el 19 y 25 de enero, esos cruces se pudieron apreciar en el parque Ibirapuera y en los pabellones construidos por Oscar Niemeyer –sede habitual de esta semana de la moda que el empresario Paulo Borges gestó hace una década– y en el centro de compras Morumbí. Las últimas tendencias para el invierno 2005, con frecuentes citas al folklore pero también en nuevas lecturas del estilo deportivo, se mostraron en cuatro salas por las que pasaron cuarenta fashion shows, aunque algunos desfiles se hicieron en teatros y galerías de arte. Mientras tanto, en los interiores colosales de la Fundación Bienal, la muestra Miradas del Brasil consistió en una puesta de proyecciones non stop ideadas por el artista Randolph Mutti y un ciclo de documentales sobre moda y urbanismo de la vida brasileña, cuya programación incluyó desde anécdotas del club Aristócrata –un reducto de los años ’70– hasta un viaje de Orson Welles a Brasil, pero también O lixo da moda, un documental sobre la basura y el costado menos glamoroso del SPFW, filmado durante la última edición de ese ciclo.
Las colecciones de Alexandre Herchcovitch son las más esperadas por sus fusiones de moda avant garde apta para el uso cotidiano y puestas descollantes. Así como en la edición anterior cautivó con una jugada de miles de flores que adoptaron formas de osos y un parque tropical, el 19, día de la apertura y luego de los shows de sastrería de Ricardo Almeida y el homenaje de Ronaldo Fraga al poeta Carlos Drummond Andrade, la sala cuatro devino en el verdadero ojo de la tormenta. La puesta fue la irrupción sin pausa, y al ritmo del desfile de moda, de decenas de grupos de músicos, expertos en estilos tan disímiles como la ópera, el hip hop, virtuosos del violín y los tambores y hasta sonidos de un tango. Esos remixes hablaban también de las múltiples fuentes de inspiraciones y la experimentación en molderías y construcciones que hacen a la identidad de Herchcovitch, y fueron el soundtrack perfecto para una colección de invierno de inspiración barroca y tropical, en la que abundaron piezas de sastrería negra, bonetes contrastados con tops y faldas de látex (obtenido del árbol seringueira) con calados que citan a las guirnaldas mexicanas, estampas de flores y camuflado rara avis en pantalones. Desde las sillas, la audiencia fashionista combinó drag-queens, una princesa imperial, Preta Gil, hija del músico y líder de una banda propia, un escritor de telenovelas que hacía research para los guiones del próximo gran culebrón hecho en Brasil, cuya trama estará vinculada con el mundo de la moda.
El diseñador de 32 años, que empezó diseñando trajes para su madre en la adolescencia e ideó los looks más freaks para el off de la escena paulista, actualmente realiza ocho colecciones anuales que, además de su tienda en el barrio Jardins y tres shoppings de Brasil, se venden en Nueva York, Londres, Japón y Canadá. Como indicadores de fusiones de moda e industria, las modelos llevaron uñas postizas pintadas por una maquinita llamada Imaginail, que promete revolucionar el mundo de la manicura (tiene 2 mil opciones de colores y la usuaria puede, además, agregarle por ejemplo fotos de su archivo propio), y también se desfilaron los últimos modelos de la alianza Herchcovitch con Melissa: botas de taco chino y caña corta en punta y tonos rosa chicle y arena. La colección masculina del diseñador, que se presentó el día seis del maratón, consistió en su recreación del estilo boxeador con influencias dandies: chaquetas y pantalones deportivos con telas y cortes de Saville Row aggiornados, foulards a lo Cary Grant, shirts con estampas de knock-outs, rostros maquillados simulando cansancio y algún ojo negro, y en las manos, en lugar de guantes, vendas médicas.
El cinturón trofeo, resultante de esos rounds en la pasarela, llevaba efigie de calavera con iniciales AH y también la estrella de David. Entre ambos shows, el diseñador tuvo además la presentación de Cori, una firma que contrata sus servicios de diseño. La propuesta de moda consistió en citas al folklore del este con espíritu rocker, y una puesta de bloques de hielo que rodeaban la pasarela y que en un gesto humano –y brasileño– se derretían y caían sobre un baldecito, y trapos de piso sin diseño.
El Teatro Municipal de San Pablo (más precisamente su backstage) fue el sitio elegido por las diseñadoras de la marca Raia de Goeye, quienes afirman haberse inspirado en el mundo de Francis Scott Fitzgerald y la silueta de los años ’30. Resultaron prendas en sedas con lunares, estampas op art y abundantes faldas (mini y maxi), en tono sexy con modernidad de la una de las pocas colecciones sin citas de ningún folklore.
Continuando con la modalidad de desfile en sitios a redescubrir, el diseñador Reinaldo Lourenco, otro de los nombres más fuertes del mapa de la moda paulista, hizo su presentación en la Fundación Armando Alvares Penteado. Antes de ingresar a una sala en blanco absoluto con una puesta de camas y ventanas a lo Dogville, se impuso abstraerse del cocktail previo para contemplar los vitreaux y también las esculturas barrocas en madera. El hilo conductor fue un homenaje a la ópera, por momentos rocker: chaquetas de cuero negro, chaqueta gris con corset reconstruido, abrigos glam en dorado, pero también vestidos en terciopelo bordo con pasamanería.
La colección, y el clima, más cautivante del circuito off pabellón fue la de Neon, marca que agrupa a los diseñadores Dudu Bertolini y Rita Comparato (él con superlook de turbante y aros como parte de su producción cotidiana), ambos debutantes en el Fashion Week. Fue presentada en el teatro Oficina, un edificio, construido por la arquitecta Lina Bo Bardi para otro revolucionario, el director de teatro Celso Martínez Correa. Fueron tema de la partida túnicas, caftanes, kimonos, faldas y bañadores con fabulosas combinaciones cromáticas y simpleza de formas, además de plataformas en technicolor desarrolladas en asociación con la firma Arezzo. Las prendas desfilaron con absoluto dramatismo y el dúo afirma que en su atelier hogareño recibe clientas de entre 15 y 70 años.
El joven Pedro Lourenco, diseñador de escasos 14 años, hijo de dos de los nombres más influyentes de la moda brasileña –Gloria Coelho y Reinaldo Lourenco–, recurrió a la galería de arte Lemme para su colección con reelaboraciones de la campera perfecta y vestidos con cierres en colores contrastantes.
No todo es arty, también estuvieron los grandes nombres de la industria del jean, léase Zapping, Ellus, Zoomp y Triton (quien tuvo el bonus de incluir a Gisele Bundchen en la pasarela, horas después de que la supermodelo fuera encerrada en un corralito de vallas metálicas para posar junto a la muestra fotográfica de Vogue, que celebra su década en la moda). En muchos casos, la ropa no aporta nuevas molderías ni conceptos, pero, sin embargo, cautivan las puestas por sus animales de utilería, citas a Alicia en el País de las Maravillas o falsos bloques de chocolate.
El show de cierre correspondió a Cavalera, la marca fundada por un empresario bautizado Turco Loco (el apodo se desprende del modo en que vendía ropa desde un espacio televisivo) junto a un músico de la banda Sepultura... Actualmente, Cavalera convoca un equipo de diseñadores graduados en la Escuela Santa Marcelina. La puesta tuvo un corral de gallos de utilería y el lanzamiento de una corona-collar en homenaje a la familia imperial brasilera, y también un guiño poco elegante y gracioso: la aparición, al cierre, de modelos con bandejas con rollos de papel higiénico con estampa real...
Una rareza de la industria fueron los abrigos de la firma Osklen, con inspiración en la Patagonia y sutiles accesorios recreando boleadoras. Su autor es un médico devenido designer llamado Osckar Metsavaht.
Entre las debutantes de las pasarelas se alistó Fabia Bercsek –autora de una colección inspirada en el chamanismo y también en la cantante Cher–. Los hits, además de canciones by Cher que compusieron la trilha sonora, fueron faldas y pantalones en blanco y verde, y Gisele Nasser. En su show, oda al estilo femenino y las siluetas griegas de Madame Gres, entre los visos con superposiciones y cuidados bordados, aparecieron detalles de transparencia y el famoso cola-less o bombachas hilo dental.
El cronograma hizo lugar a propuestas genuinas, como la colección de Lourdinha Noyama, un diseñadora de 62 años, quien debutó como costurera a los 13 e hizo una colección con citas a la invasión holandesa al nordeste de Brasil. Tereza Santos reinterpretó el estilo de Bahía y Clo Orozco, la estética de los ’50, y en plan más experimental, Gloria Coelho, una de las diseñadoras con más proyección internacional, remixó abrigos de estilo medieval para uso cotidiano.
La gran favorita de la prensa y los compradores resultó Isabela Capeto. Su colección para el invierno 2005 mantuvo el sello colorido y los bordados y avíos de otras temporadas; aunque resultó menos barroco y más preciosista, se la pudo contemplar desde banquitos de madera especialmente construidos y luego de acceder con una invitación bocetada por su pequeña hija. Capeto es también la diseñadora de un línea más comercial para Club Chocolate, una tienda de tres pisos que además de reclutar piezas de diseño foráneo, de Rei Kawakubo a Helmut Lang y una selección de frutas y panes, tiene un rinconcito de lingerie y soft porno llamado A Boutique das Meninas. Las cronistas norteamericanas que quedan cautivadas por el folk de Capeto se compran varios vestidos de la colección de verano (que en liquidación cuestan 500 reales), mientras que las sudamericanas, en cambio, optamos por tomar nota de sus detalles ornamentales y pensar en encargárselo a una modista. Nos consuela la crónica del diario oficial del SPFW, un tabloide con fabulosas fotografías e ilustraciones que pregona “el estilo Capeto, new retro y new vintage, recuerda a tesoros de abuelas y recupera el chic de los vestidos a medida hechos por una muy buena modista”. Así sea.
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