Mucha carne en el asador en el primer capítulo de la cuarta temporada de Six Feet Under. Quizá demasiada para que todos los cortes y achuras tengan su exacto tiempo de cocción. Mucho acercamiento carnal la noche de la boda de Ruth Fisher con George, empezando por los propios recién casados, muy quilomberos, que escandalizan a Arthur (el freaky al que en el pasado cercano se quiso levantar la señora Fisher), fastidian a la redondita Claire (la hija que de momento está sin novio y pretende no querer saber nada del tema) y provocan comentarios humorísticos en David (el hijo gay que acaba de tener un buen reencuentro con su amante negro ex policía y actual personal de seguridad): “Si ellos siguen haciendo esto nos vamos a tener que ir”.

Lejos de la casa familiar y taller de recauchutaje de cadáveres para ponerlos presentables en las ceremonias del adiós, Nate (el primogénito, que quedó medio tocame un vals después de una operación cerebral, y que al final de la temporada pasada era convocado por la policía que había encontrado el cuerpo de su esposa Lisa) busca refugio en la casa de su ex amante, la fogosa Brenda, que lo lleva a la cama a dormir –”es lo que te hace falta”, le dice– y como para confortarlo lo rodea con sus brazos (que ya sabemos cuán ardientes pueden ser). La carne es débil y, sobre todo, inflamable. Nat se apasiona en menos que canta un gallo y Brenda no se hace rogar. Pero él, atenazado por la culpa, se detiene a mitad de camino. Es que Nate acaba de enterarse de que su mujer ha muerto ahogada, acaso, bastante probablemente, suicidada. Brenda comprende, pero cuando él parte temprano en la mañana decide calmar su inquietud con el vecino de los gatos, que le trae comida china y parece una persona gentil, aunque en esta serie no se puede poner las manos al fuego por nadie.

Miren si no lo que le pasó a la pobre Claire con aquel noviecito artista, almas gemelas parecían, que terminó engañándola con el insoportable profesor de ambos. Y en este capítulo inaugural visto el sábado pasado por HBO (a las 22), el muy trucho tuvo el tupé de hacerle una escena de propiedad privada ultrajada a Claire cuando ella –que lo llamó para que la acompañara en el duelo por Lisa– le cuenta que después de la separación tuvo que hacerse un aborto. “Se trataba de mi hijo”, gimotea.

El caso es que Nate quiere que se cumpla la voluntad que alguna vez formuló Lisa: ser enterrada directamente en la tierra, cerca de algún bosque. La madre de ella tiene dispuesto que la cremen y que sus cenizas vayan al mausoleo familiar. Es que esta vez los Fisher no tienen un cadáver para acicalar y embalsamar porque el agua y los peces se han encargado de desfigurarlo horriblemente. De modo que simular una cremación y entregarle otras cenizas a la crispada señora Kimmel es pan comido para Nate y David, quizá con la complicidad de Freddy, el ayudante latino que ahora es socio y que la noche candente anterior tiró la chancleta con una stripper y después se fue a confesar con un cura de otro barrio.

Hay que volver al principio de este episodio para saber de quién son las cenizas que se lleva tan emocionada la madre de Lisa: en la primerísima secuencia se ven pantallazos de una fiesta juvenil con aires setentistas, hasta hay un negro con el afro look típico de las películas de blaxploitation. Drogas a granel, naturalmente. Una pareja pasada de ácido sube a la terraza, se dicen cosas bonitas, él decide emprender vuelo y se estrella contra el techo de un coche. Bruno Baskerville Walsh, 1951-1971, dice la lápida aunque nunca nadie fue a buscar las cenizas que ahora se está llevando la madre desconsolada pero satisfecha de haber impuesto su voluntad... Nate, por su parte, mientras la ciudad duerme, se va a cavar la tierra cerca de unos árboles. Cava hasta el agotamiento, mucho más de seis pies bajo tierra. Como pudo verse, en este primer capítulo de latemporada tuvimos una boda hetero y una casi boda gay, pero la empresa Fisher de pompas fúnebres no tuvo oportunidad de brindar sus servicios habituales.