Viernes, 25 de marzo de 2005 | Hoy
(Sobre la indignación de las mujeres católicas frente a la jerarquía eclesiástica.)
Es una pena para la comunidad
de fieles católicos que haya tantos obispos argentinos que comparten
la posición del obispo Antonio Baseotto no sólo en relación
con el aborto, sino también en la complicidad con la dictadura militar.
Ellos no pueden entender que la despenalización del aborto es para salvar
vidas de muchas mujeres y que el derecho al aborto es un derecho de las mujeres.
No saben de salvar vidas y no saben de derechos humanos los que fueron cómplices
de la dictadura militar.
Es obvio que el conjunto de la feligresía católica no puede sentirse
culpable por los atropellos de la jerarquía. Somos muchas las personas
que hemos aprendido la fe católica y hemos tomado de las enseñanzas
de Jesús los mejores valores que han guiado nuestras vidas. Muchas mujeres
católicas que en su juventud optaron por la militancia en la izquierda
fueron víctimas del terrorismo de Estado bendecido y asesorado por una
cúpula eclesial, mujeres presas, mujeres en el exilio, mujeres en los
campos de concentración. Entre ellas recordamos y nombramos especialmente
a las monjas francesas desaparecidas Alice Domon y Leonie Renée Duquet.
Pero no sólo mujeres, laicos, religiosos y hasta un obispo como Enrique
Angelelli fueron perseguidos, torturados o muertos en esos tiempos de la dictadura
por ser fieles al Evangelio y haberse jugado por lo que creyeron. Queremos rendir
homenaje a todas y a todos los que perdieron su vida por vivir el Evangelio
de manera radical y nombramos también a Salvador Barbeito, José
Barletti, Carlos de Dios Murias, Pedro Dufau, Héctor Ferreiros, Alfredo
Kelly, Alfredo Leaden, Gabriel Longueville y Carlos Mugica y seguramente habría
una lista muy larga si conociéramos el nombre de cada uno, de cada una,
que inspiradas en la fe se comprometieron con el prójimo/a porque se
conmovieron y se indignaron ante la injusticia.
En el 29 aniversario del golpe militar es justo recordar a los/las 30.000 desaparecidos/as
y recordar sus rostros, sus compromisos, sus valores, sus ideales y saber que
entre ellos/as había personas de diferentes religiones y muchas que renegaban
de su pertenencia religiosa justamente por el espanto que les causaba los
compromisos de la jerarquía católica con la dictadura tan
lejos del Evangelio y tan lejos de la gente.
Angelelli, ese obispo cordobés de gran corazón, decía siempre:
Con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo, en ese pueblo
del que somos parte las mujeres con nuestras demandas y nuestras luchas también.
Para él ésa era la clave para los cristianos y así lo enseñaba
y por eso lo mataron. Escuchar el clamor de la gente y leer el Evangelio con
el corazón abierto para comprender, para caminar juntos, para encontrar
la tan ansiada justicia, que hoy sigue siendo una necesidad imperiosa para todas
y todos en este país, eran motivos suficientes para perder la vida.
El proyecto inclusivo de
Jesús fue y sigue siendo subversivo. Ese espíritu del Evangelio
es negado por los que prefieren defender un determinado orden y un sistema donde
tienen privilegios. Aquellos que hoy están pidiendo que tiren gente al
mar, como en los vuelos de la muerte, invocan (fuera de contexto) pasajes del
Evangelio donde Jesús utilizaba palabraspropias de la época para
conmover a los poderosos que atentaban contra humildes y pequeños. Pero
nunca la jerarquía usó esta expresión para condenar a los
curas que abusaron sexualmente de niños, de niñas, de seminaristas,
de mujeres, de religiosas. Qué condena, qué reflexión,
qué corrección proponen para Mr. Storni o el padre Grassi que
fueron, entre muchos otros, denunciados y procesados por abuso sexual en nuestro
país.
La oposición permanente de la jerarquía católica a la anticoncepción
y a la despenalización del aborto habla a las claras de la intención
de someter a las mujeres a una maternidad forzada. No puede una mujer ser madre
por coerción o por destino y mucho menos como consecuencia de una violación.
Es por eso que defendemos el derecho a la maternidad elegida y denunciamos que
la maternidad forzada es una violación a los derechos humanos de las
mujeres. Además, la doctrina de la Iglesia en estos y otros temas reconoce
la libertad de conciencia y toda vez que una persona se encuentra ante un dilema
ético no sólo puede, sino debe decidir en base a su propia conciencia.
El fanatismo y la intolerancia de los sectores fundamentalistas católicos
ponen en evidencia el parentesco que tienen con el fascismo, sosteniendo un
sistema de poder patriarcal, capitalista y excluyente que afecta a todos los
sectores postergados, empobrecidos o discriminados en nuestras sociedades, pero
afecta de manera especial a las mujeres.
También nos duele
y nos indigna que esté presa en Jujuy Romina Tejerina, violada y embarazada
por su violador, negada en su derecho de abortar, en tremenda situación
de violencia psicológica, quien da a luz al hijo producto de la violación
y le quita la vida. Para ella no hay atenuantes, no hay un oído que escuche
su dolor y comprenda desde el Evangelio, desde la justicia. Para ella sólo
el silencio y el olvido y de eso mejor no hablar. Triple víctima: por
el violador, por la ley que no le permitió acceder al aborto y luego
juzgada y encarcelada por infanticidio a pesar de encontrarse en plena crisis
puerperal. Hace dos años que está presa en Jujuy; las mujeres
reclamamos por ella; muchas mujeres católicas nos sentimos conmovidas
por Romina Tejerina y por lo tanto pedimos su libertad y que el derecho al aborto
legal y seguro sea posible para no llegar a estas situaciones tan dolorosas.
Las mujeres de todos los credos y las que no tienen credo hemos
dado suficientes muestras de cuidar de nuestra familia, de defender a nuestros
hijos e hijas en las situaciones más terribles de persecución
o de pobreza, no necesitamos que nos digan qué podemos o debemos hacer.
Somos adultas, tenemos capacidad moral, tenemos valores y podemos decidir. No
queremos que nos digan qué es lo mejor para nuestras vidas. Lo mejor
siempre ha sido poder decidir.
Como mujeres católicas insistimos en que podemos tener fe y creencias
religiosas aunque estemos divorciadas, no queramos tener hijos, hayamos pasado
por la experiencia del aborto, seamos lesbianas o estemos comprometidas con
una militancia de izquierda. La fe es una necesidad y es un derecho a respetar
en mujeres y hombres, que no debiera estar trabado por las exigencias de una
moral sexual que no tiene un carácter absoluto ni indiscutible. Y en
esta tarea de hacer posible la fe con nuestras opciones personales y políticas
y con nuestra sexualidad no estamos solas. Es justo rescatar también
la acción de muchos sacerdotes, religiosas, laicas y laicos que acompañan
este proceso desde las comunidades más pobres con un oído en el
Evangelio y otro en el pueblo. Tal vez no todos y todas lo hacen sin tapujos,
como Quito Mariani en su libro y en sus expresiones públicas, pero están
ahí haciendo también ellos un proceso junto a la gente.
En este aniversario del golpe militar de 1976, celebramos vivir en democracia
a pesar de todas las falencias que todavía tiene en nuestro país,
celebramos la firmeza del Presidente para destituir al obispo Antonio Baseotto,
pero también quisiéramos celebrar la eliminación del acuerdo
con el Vaticano para que no existan más vicarías castrenses. Porque
el Estado debe ser soberano y laico para respetar la pluralidad que somos como
pueblo. Porque cada día queremos que la democracia sea más radical,
que no se quede a mitad de camino.
Que Nunca Más se violen los derechos de humanas y humanos.
* Católicas por el Derecho a Decidir Córdoba-Argentina.
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