Viernes, 25 de marzo de 2005 | Hoy
ARTE
Henri Matisse quedó prendado del ambiente calmo y voluptuoso que se respiraba en Marruecos a principios del siglo XX. La textura y los diseños exóticos de las telas orientales quedaron fijos en su memoria y se tradujeron en sus pinturas, casi siempre como fondos de otras voluptuosidades, las de los cuerpos femeninos. De esto da cuenta una muestra en Londres, que espiamos en estas páginas.
Hasta fines de mayo podrán
visitar (quienes anden por allí o quienes disfruten de una imaginación
poderosa), en Londres, la muestra Matisse, su arte y sus textiles: la tela de
los sueños, exhibida en los salones de la Royal Academy of Arts. La invitación
anticipa la excelencia en la reproducción de un desnudo de mujer sentada
sobre el suelo y rodeado de telas decorativas plenas de color e imaginación.
La pintura original es de 1926 y se llama, precisamente: Figura decorativa sobre
una superficie ornamental. La obra es representativa del período más
sensual y decorativo del Matisse de los años que siguieron a su visita
a Marruecos en 1911/12, cuando quedó deslumbrado para siempre por los
diseños impresos en géneros que reproducían irresistibles
tramas y texturas, y que permanecieron en su mirada muchos años más
tarde, especialmente durante la década del 20, pinturas que se
pueden ver en la actual muestra londinense.
La Royal Academy of Arts ha querido recrear esa atmósfera de palpable
seducción que se percibía en su taller de las costas del Mediterráneo,
donde el pintor, según dijo, buscó que se pareciera a un harén.
Un lugar donde se descubría el brillo y el crujir de las sedas suntuosas,
intercaladas con el destellar de las cuentas coloridas de collares rescatados
de los zocos de Marruecos. Ornamentos y exotismos usados por el artista para
resaltar con ellos la piel igualmente sedosa de su modelo preferida, Henriette
Daricarrere.
Fue ella quien posó infinidad de veces para Matisse como si fuera una
odalisca, instalada dentro de lujosas ambientaciones. A través de esas
evocaciones de exóticas odaliscas el pintor mostró su debilidad
por la atmósfera de Oriente y su rica iconografía rodeando su
tema central favorito: el cuerpo desnudo de una mujer.
Calma
voluptuosa
Quizá por haber nacido y tal vez sufrido, en el norte de
Francia, casi en la frontera con Bélgica, Henri Matisse eligió
el sur de su país para rodearse de paisajes y temperaturas más
benignas que las que padeció en su niñez y adolescencia. La primera
vez que visitó Niza en 1916, cuando ya tenía 48 años, fue
como si retornara a las fuentes que inspiraron su período de pintura
fauvista, donde ya se descubrían su sensualidad y los colores exultantes.
Fue en Niza donde contó, a su llegada: Dejé LEstaque,
en el norte, a causa del viento y las repetidas bronquitis que me pescaba en
ese clima inhóspito. Vine por primera vez a Niza por una cura de buen
clima y, en cambio, llovió durante un mes. Entonces decidí irme.
Pero al día siguiente de esa decisión el viento mistral se llevó
todas las nubes y descubrí la luz insuperable y paisajes sublimes. Me
quedé por el resto de mi vida.
Pero su vida en la costa del sur de Francia no fue sedentaria. Se mudó
varias veces, hasta que desde 1921 al 38 el pintor vivió y gozó
en su lugar favorito, un departamento inmenso situado en la Plaza San Felix
deNiza. Allí tenía un taller grande, casi como un teatro chico,
donde pintó sus famosas odaliscas, muchas de las cuales se exhiben en
la muestra de la Royal Academy of Arts en estos días. Muchas de ellas
fueron pintadas en ese espacio del siglo XVIII con vista a animados mercados
de frutas y verduras, además de vislumbrar el mar Mediterráneo
desde otras ventanas que descubrían entonces algunas siluetas de las
orillas de Cannes y el Cap dAntibes. Todos esos lugares eran los balnearios
elegantes de la aristocracia y la alta burguesía europea a fines del
siglo XIX y principios del XX.
No sólo el paisaje exterior era estimulante, también lo eran las
paredes y techos empapelados o forrados con textiles pintados por Matisse. Sus
cuadros terminados o en tren de hacerlo estaban apoyados sobre los muros plenos
de colores y arabescos floridos propios o ajenos, elegidos por el artista en
algún viaje al exotismo de Oriente. A toda esa fiesta visual agregó
además reproducciones de Miguel Angel, máscaras étnicas,
telas artesanales y pinturas o dibujos de Courbet.
Algunas litografías que se pueden apreciar en la exposición están
apoyadas delante de decorativos textiles que sirven de marco exuberante a los
desnudos femeninos. Estos están cubiertos, a veces parcialmente, por
telas de ensueño, parafraseando al título de la muestra. Allí
se pueden apreciar extraordinarias obras como Gran odalisca en cullote de bayadera,
que captura efectos casi fotográficos jugando con luces sobre el cuerpo
de la modelo Henriette y el contraste con las rayas anchas de la seda suntuosa
del pantalón que alternan con las flores de la tela del sillón.
Es admirable observar el diálogo de texturas entre la seda y la caída
pesada de la tela floreada que cubre el sillón (¿quizá
perteneciente a un mantón de Manila?).
Todos detalles típicos del Matisse de esa época, una de las más
interesantes para sus seguidores.
Para qué negarlo, su modelo Henriette de aquellos años dorados
en Niza tiene su mérito. Ella le puso el cuerpo a numerosas pinturas
entre 1920 y 1927. El pintor la había descubierto cuando ella tenía
21 años: siendo bailarina la vio en los Studios de la Victorine y luego
la hizo suya. No obstante, la jovencita siguió estudios de piano y violín
entre pose y pose del artista.
Según la crítica de arte Heather Lemonedes, del Christies
Magazine: No podemos subestimar el significado de la química mutua
entre modelo y pintor durante aquellos siete años de la década
del 20. Sin duda, la presencia bien dotada y por momentos teatral de Henriette
avivó la llama erótica en Matisse para esos trabajos. Aunque Matisse
ya había empezado a explorar el tema de las odaliscas antes de Henriette,
pero con ella alcanzó la cima. Es que la modelo podía deslizarse
cómodamente entre los pliegues de las telas y cambiar de escenario en
cada cuadro, pero siempre resguardando su personalidad. Todo esto se aprecia
en El reposo de la modelo rodeada de telas en rojos, o en Odalisca con collar.
O cuando se relajaba sentada sobre un sillón en Gran odalisca con cullote
de bayadera. En otra pintura, Odalisca con velo, se descubren los significativos
ojos negros de Henriette, su boca sensual y su cuerpo escultural para la época,
rasgos que la identificaban completamente.
Matisse siempre dijo que el objetivo de su arte era crear una atmósfera
de lujo, calma y voluptuosidad para inspirar al observador de sus
pinturas. Eligió para definirlas, quizá, nada menos que a Charles
Baudelaire para citar sus aspiraciones, que surgen del poema extraordinario
Linvitation au voyage, cuando dice en estrofas esenciales: La, tout
nest que ordre et beauté, luxe, calme et volupté (Allí,
todo es orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad).
Misión cumplida, Henri Matisse.
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