Viernes, 26 de agosto de 2005 | Hoy
LIBROS - TUNUNA MERCADO
La vida de la escritora Tununa Mercado podría reconstruirse a partir de sus itinerarios, entre Córdoba y Buenos Aires, Francia y México –donde el exilio descontó sus días–. Pero también por sus libros, que como piedras que destellan en el camino van alumbrando una búsqueda personal que derrama belleza y también da testimonio.
Por Felisa Pinto
Días pasados, en la biblioteca pública Córdoba, el libro más reciente de Tununa Mercado fue presentado en su ciudad natal por Marcelo Casarín, un joven autor de un buen texto sobre aquel inefable terrorista de las palabras, el cordobés Bonino, y el Toto Schmuckler, un amigo de toda su vida. Yo nunca te prometí la eternidad fue editado por Planeta y en 1998 obtuvo la beca Guggenheim en narrativa. Este otoño pasado fue presentado también en la Feria del Libro en Buenos Aires, cuando despertó el interés de público y crítica, a través de una cuidada edición, cuya portada es una conmovedora foto de familia de la protagonista tomada en 1917, y un título coloquial. La propia escritora explica esa elección que nace en otra familia, la propia. “En realidad, la frase pertenece a Noé Jitrik, o mejor dicho a un sueño inquietante y doloroso que tuvo luego de una operación. Soñó entonces que se estaba muriendo y que nuestra hija, Magdalena, lloraba. Noé le explicó, calmándola entonces: ‘Yo nunca te prometí la eternidad’. Cuando se lo comenté a Paula Pérez Alonso, lo eligió entusiasmada para mi libro que editaría Planeta. Tenía razón, pues mi texto hace presente todo el tiempo lo que es una pérdida, una separación, todo lo que implica un exilio, que es todo lo contrario a la promesa de eternidad. Todo eso instala la provisoriedad. La cifra del exilio es lo aleatorio, lo contrario de la eternidad”, asegura la autora.
La solapa del ejemplar describe: “El libro es una historia real desencadenada por la guerra y el éxodo que lleva a sus protagonistas de Berlín a París, de España a Jerusalén y termina en el México de nuestros días. Urdida con los testimonios, diarios y cartas de los protagonistas, y con la propia búsqueda de quien relata y escribe, el pathos es poderoso”.
Y los que conocemos la marca de esta gran narradora sabemos que siempre es consciente del papel esencial de la literatura; crear belleza y dar testimonio. Siempre a través de su sensibilidad extrema y afilada, frente a las gestas ajenas que vive como propias, acordes, pero en calibres diversos, a su vida errante entre Córdoba, Buenos Aires, Besançon en Francia, el exilio en México y la vuelta a Buenos Aires.
“Desde el año ’39, cuando nací, probablemente yo ya había percibido algo así como mi primer recuerdo intrauterino de la Segunda Guerra Mundial, cuando mi madre me contó que, estando por esos días en Buenos Aires, oyó horrorizada el ulular de la sirena del diario La Prensa. El segundo sobresalto, seguramente, fue que el día en que nací, en Córdoba, lo hice con grandes peripecias, pues vivíamos en la calle Lavalleja 33, al lado de La Cañada, cuyas aguas siempre estaban quietas, hasta que ese día se produjo una inundación y no podía llegar la partera, cuyo nombre maravilloso recuerdo siempre: Amada R. de Caymes, quien ese día, 25 de diciembre de 1939, me trajo al mundo”, celebra Tununa.
Su libro La madriguera (1966) refleja su niñez en aquella casa, cuando todavía dormía en cuna y su posterior precocidad del despertar amoroso, a los 7 años, a través de su pasión por el profesor de inglés quien, ella lo confiesa, “desplazaba el costado edípico que sentía por mi padre, el Negro Mercado, un político de raza, demócrata, pero de Córdoba, donde ese tipo de demócrata no era un conservador y más bien parecía un radical progresista. O un liberal cordobés, como sus compinches de entonces, Miguel Angel Cárcano y Aguirre Cámara”. En realidad, el legendario Negro Mercado era lo que hoy sería un político progre. Además, un reformista, con la impronta de la Reforma Universitaria, fundada por otro libertario, Deodoro Roca, en el ’18. En La madriguera, precisamente, la escritora anota en forma magistral sus incipientes y maníacas búsquedas de la memoria universal, teniendo como mentor a su libro preferido: El tesoro de la juventud, detrás de cuyos tomos se escondía su cueva privada, su madriguera, repleta de papeles y recortes, e intentos de misivas de amores interdictos con su amor imposible: el profesor de inglés. “En este libro actual, hay principalmente una progresión de la búsqueda, a partir del detalle. Es un núcleo que se va abriendo, revelando cada vez más situaciones dolorosas e intrincadas. Por ejemplo, el diario de la madre (Sonia) es como una hoja de ruta que dispara mi propio cuaderno. Cualquier detalle me lleva a buscar y a viajar. No hay nada que no haya sido explorado por mí: nombres, lugares, circunstancias de la guerra y apariciones inesperadas de personas como Walter Benjamin y Otto Katz, por citar sólo algunos.”
El texto no tiene género determinado y solamente se atiene a lograr la buena literatura y con protagonistas de carácter universal, lo que también es una faceta interesante. No hay referentes argentinos. Solamente su autora, quien es la que busca y encuentra una cita adecuada del poeta argentino Edgar Bailey, que define una ética y una poética, en cierta manera descriptiva: “Es infinita esta riqueza abandonada”. Eso es, justamente, el diario de Sonia, que Tununa explora y cuyos vacíos llena.
El mensajero es Pedro
Pedro Preux es el niño que, en 1940, huye con su madre escapando hacia el sur de Francia para salvarse del avance de los nazis sobre París y buscar al padre y marido, brigadista internacional en la Guerra Civil Española. El éxodo es desesperado y, en ese caos, la madre pierde a Pedro en la multitud cuando sale a buscar alimentos. Allí empieza su búsqueda desgarradora que Tununa rescata admirablemente a través del texto de Yo nunca te prometí la eternidad.
Muchos años después, en el Distrito Federal de México, Tununa conoció a Pedro como su profesor de Técnicas textiles, en el Taller Nacional del Tapiz. “Pedro, Pierre para sus padres, de sobrenombre Pierrot, cuando niño, se había acercado a los exiliados argentinos en México, durante la dictadura militar iniciada en el ’76, y cuando en su momento escribí una memoria de aquellos años para narrar el exilio y el cierre que significó el regreso a la Argentina, diez años después, el ‘niño extraviado’ tuvo allí su lugar en mi libro Estado de memoria (1990). Ya entonces había reparado en lo que llamé su ‘difusa nacionalidad’. Demasiado joven para haber estado en la guerra española, y demasiado francés para ser español. Sólo podíamos especular sobre su origen y su apego solidario cuando frecuentaba los lugares del exilio que no suelen ser de algarabía ni ofrecer ninguna recompensa. Luego de leer aquel libro mío de 1990, Pedro me entrega el diario de Sonia, su madre. A partir de allí, yo le descubro a él su propia historia contada por mí en Estado de memoria e interpreto sus avatares. Empecé las entrevistas en el ’97 y ahora, cuando veo el libro en las vidrieras, me conmueve hondamente. Fue como si abriera su persona, lo que le produjo un gran sufrimiento, que sin embargo consideró necesario. Ya en mi primera entrevista con él, le pedí que me trajera las fotos, todas las que tuviera. Las desplegué sobre la mesa y ahí empezamos a hablar.”
Se diría que la escritora tuvo un reflejo periodístico y, como ella lo dice, era importante escudriñar cada ropa, cada gesto, objetos a veces banales y otros muy importantes, como un elefante de madera, el único juguete que el pobre Pierrot llevó en su peregrinar. “Creo que fue una investigación disparada por las fotos del niño y su familia. Y la importancia del legado que significó para mí el diario de Sonia. Yo sólo vine a reconstruir lo que ella había apuntado en su cuaderno de notas”, reflexiona Tununa.
En estos días, Pedro, gran amigo de los Jitrik, vive en México y ha cambiado los textiles por la pintura y el grabado. La autora, en cambio, partiendo desde su casa en el barrio de Tribunales, continúa practicando errancias, ahora muy placenteras, como sus viajes académicos, y el intento de nuevos libros. No se sabe si, como es su tendencia, se meterá nuevamente en historias de guerras, campos de concentración, o búsquedas heroicas como las que refleja en Yo nunca te prometí la eternidad. En este caso, ella misma lo confiesa: “Yo necesitaba saber lo que había sucedido en el siglo XX, y los elementos que me habían configurado como persona, a partir del año 1939”. Y , en lo posible, seguirá siempre su otra tendencia reconocida: “Celebrar a la mujer como a una Pascua”, parafraseando el título de su primer libro, publicado en 1967.
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