Viernes, 7 de julio de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Mientras las discusiones salariales arrecian, nada se dice sobre reparar la brecha económica entre mujeres y varones. Las obligaciones de cuidado de niños y ancianos siguen extendiendo más y más el horario de la doble y hasta triple jornada, sin que las leyes o los entornos urbanos se adapten para solucionar la desigualdad. La precarización, otra vez, afecta más a las mujeres. Y los derechos laborales de las mujeres, ¿dónde quedaron?
Por Luciana Peker
“Los argentinos discutieron mucho y no hubo ningún tipo de perturbación, ni en la producción ni en el trabajo. Los economistas neoliberales dicen que discutir salarios en la Argentina, razonada y responsablemente, en el marco del crecimiento económico, es la puerta al caos y no es cierto”, resaltó, la semana pasada, en La Plata, Néstor Kirchner. ¿Por qué, entonces, en un momento donde se discuten salarios se discute tan poco y tan bajito, que casi no hace ruido, sobre los derechos (postergados) de las trabajadoras? “La brecha salarial, que había disminuido en los ’90, por efecto de la caída del empleo de los varones, hoy sigue creciendo y está alrededor del 32 por ciento menos de ingreso para las mujeres”, señala Estela Díaz, secretaria nacional de Igualdad de Género de la CTA y a cargo de la Comisión de Mujeres de la Coordinadora de Centrales Sindicales del Cono Sur.
Paradójicamente, en tiempos de negociaciones salariales y aumentos de alrededor del 19% (por ejemplo, para camioneros, mecánicos y metalúrgicos) casi no se habla de políticas para equiparar los sueldos de hombres y mujeres, ni de revertir otras desigualdades. Beatriz Wehle, titular de Sociología del Trabajo de la Universidad Nacional de Quilmes, subraya: “A partir de 1994 en la Argentina se ha dado jerarquía constitucional a los tratados internacionales que consagran la igualdad de oportunidades y de trato entre mujeres y varones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Sin embargo, el marco de desigualdades subsiste. Por ejemplo, en la segregación del empleo femenino en el mercado de trabajo, ya que coexisten mercados de trabajo segmentados, uno primario reservado para los varones y otro, secundario, donde existen ocupaciones netamente femeninas.” La lista de postergaciones sigue: “Uno de los principales problemas que afectan a las trabajadoras son la informalidad y la precariedad laboral. En el sector privado, según datos del 2005, los asalariados precarios varones son el 48%, mientras que para las mujeres esta cifra asciende al 60%. En promedio, las mujeres estamos un 10% más precarizadas que los varones”, destaca Díaz.
Los problemas no son nuevos, pero sí sorprende que en una época de reactivación de peleas gremiales no se tengan en cuenta las desigualdades entre trabajadoras y trabajadores. “Si bien en estos dos últimos años se ha reactivado muchísimo la negociación colectiva y la mayoría de los convenios han sido con subas salariales y mejoras de condiciones de trabajo, esto no necesariamente ha redundado en una mejora en la incorporación de cláusulas de género –analiza Díaz–. Por ejemplo, no se ha avanzado en el acceso de las mujeres a puestos de mayor jerarquía y de ingreso a sectores en los que tradicionalmente no están representadas. No se cumple con el cupo de mujeres en las negociaciones y son débiles e incluso escasos los mecanismos de control del cumplimiento de la ley por parte del Ministerio de Trabajo.”
Por su parte, Olga Hammar, presidenta de la Comisión Tripartita de Igualdad de Trato y Oportunidades entre Hombres y Mujeres en el mundo laboral del gobierno nacional, da algunas razones para explicar la falta de cambios: “Es un proceso largo y hay obstáculos de tipo cultural que a veces pesan más que las leyes. Además, falta participación de las mujeres en los reclamos de sus derechos. Pero nosotros, por ejemplo, nos estamos ocupando de la violencia laboral y de llevar esta problemática al interior, donde las mujeres trabajan básicamente en la administración pública y en el servicio doméstico”.
La desprotección de las madres que trabajan
El gran desafío de la inserción de las mujeres en el mundo del trabajo fue cómo conjugar la maternidad con el trabajo. Ese desafío sigue siendo un desafío. Y después de la flexibilización laboral salvaje de los noventa el desafío se recrudeció. “Yo trabajaba en negro cuando tuve a mi primera hija. Llegué de la clínica a mi casa con la beba en brazos. Sonó el teléfono y atendí porque supuse que era alguien para saludarme por el nacimiento. Era mi jefe para decirme que le redacte una gacetilla. Me senté en la silla como pude, todavía dolorida por los puntos, y escribí llorando lo que me pedían”, cuenta Sofía, una periodista que hace tres años, cuando nació Macarena, trabajaba para una agencia de prensa. Por supuesto, sin aportes jubilatorios, ni aguinaldo, ni obra social, ni derecho a la maternidad. Si su caso hubiera llegado a la justicia, seguramente el empleador le habría tenido que pagar su deuda. Pero son pocos los casos de mujeres que hacen juicio, precisamente porque necesitan trabajar. Y muchas, en cambio, las situaciones en donde la licencia por maternidad no es respetada.
Otro punto que frena el ascenso de las mujeres en el mundo del trabajo es que, en la Argentina, los jardines maternales son pocos, poquísimos, poquitísimos. El Estado no cubre esta necesidad y las empresas no cumplen con su obligación de contar con jardines maternales propios. María Elena Naddeo, presidenta del Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires, asume: “La demanda insatisfecha de jardines maternales y escuelas infantiles es permanente y sostenida en el tiempo, en particular en los barrios de la zona sur, como Lugano, Soldati, Boca-Barracas, pero también en Villa Urquiza, Balvanera y otros. La ciudad de Buenos Aires ha incorporado el mecanismo de convenios con asociaciones de la comunidad para aprovechar instalaciones existentes, reducir tiempos de espera en obras de infraestructura y designar desde el área educativa el personal docente, pero el plan de creación de nuevas sedes y aulas tuvo un crecimiento menor de lo esperado”. La responsabilidad también es privada. “La legislación argentina es pobre e inexistente. Actualmente nos manejamos con la Ley 11.317 de 1924, por la cual se estableció que empresas con un mínimo de 50 empleadas debían habilitar salas maternales para niños menores de 2 años donde quedarían en custodia durante el tiempo de ocupación de las madres. En 1975, se estableció un proyecto de ley donde el mínimo de mujeres se reducía a 20 y se determinaba la obligación de instalar en los mismos edificios o en las cercanías guarderías infantiles para todos los hijos de mujeres. Pero esto, lamentablemente, dista mucho de la realidad”, señala Gabriela Gamillo, gerente educativa de Jardines Maternales Diálogos, una empresa que se dedica a brindar el servicio de jardines maternales a empresas. “Actualmente muchas empresas ofrecen subsidios a los empleados que no alcanzan para abonar la cuota de un jardín maternal. Y no es lo mismo –diferencia Gamillo–. En EE.UU. se han hechos estudios respecto del nivel de satisfacción, compromiso y ausentismo de las madres que poseen el servicio de jardín maternal dentro del lugar de trabajo y se ha comprobado el profundo impacto que genera este beneficio. Por nuestra parte, notamos que las mamás se sienten cerca de sus hijos, ya que pueden pasar a verlos en todo momento, jugar con ellos y amamantarlos.”
La falta de derechos laborales encadena un problema detrás de otros. No hay jardines maternales en la mayoría de las empresas. Las mamás no pueden dar la teta en el horario de almuerzo con sólo tomar el ascensor. Pero, muchas veces, tampoco se cumple con la debida reducción horaria por lactancia. “Sí, soy una boluda, ya lo sé, pero estaba en negro, no tenía derechos, ¿qué iba a hacer?”, se pregunta Mariana, una empleada estatal que hace dos años tuvo su primera hija y cuando volvió a trabajar se vio empujada a dejar de dar la teta porque se le cortó la leche.
La responsabilidad es compartida: de los empleadores que incumplen, del Estado que no controla y de los gremios que no reclaman. “Mientras los gobiernos no entiendan que amamantar es una medida de salud pública, de previsión en salud, y no protejan, valoren y jerarquicen la maternidad y el período de crianza, será todo a fuerza de pulmón y negociación por un derecho que corresponde tanto a la madre como al hijo/a”, sentencia Inés Copertari, de la Fundación Lactam. Aunque ella, además, hace una acusación polémica, pero muy escuchada. “Con respecto a los descansos por lactancia suelen ser las compañeras mujeres que no han amamantado las que se quejan y ven en esto una especie de ‘avivada’ para trabajar menos, parece mentira pero muchas veces son las menos solidarias.”
¿Y la solidaridad de género?
Por un lado, el derecho a la lactancia no depende de la mala cara de la vecina de oficina, sino de que los derechos se cumplan. Sin embargo, es interesante tomar ese puntapié para animarse a hacerse más preguntas: ¿falta cultura de solidaridad de género para que la inserción laboral de las mujeres implique redes para cubrirse, ayudarse y defenderse entre
mujeres? “El problema es que las líderes en la Argentina no quieren formar parte del colectivo mujer. No quieren ser identificadas como mujeres, sino como ejecutivas. Hay sólo un dos por ciento de mujeres que llega a puestos clave en empresas argentinas. Sin embargo, ¿cuánto hacen ellas por otras mujeres en su empresa? Hay muchas ejecutivas súper exitosas que sostienen que las mujeres en el poder no suman. Esas mujeres no quieren que lleguen otras. Algunas líderes me han dicho claramente ‘si somos menos, mejor’. No todas participan de la idea de solidaridad de género”, desnuda Lidia Heller, licenciada en Administración de Empresas, experta en management femenino y autora de Nuevas voces del liderazgo (dilemas y estrategias de mujeres que trabajan).
La postura de las mujeres en puestos altos no es un tema menor porque la imposibilidad de acceder a cargos jerárquicos es una de las razones para que ser mujer implique ganar casi un tercio de lo que ganan los hombres. En este sentido, Diana Maffia, filósofa y directora académica del Instituto Hannah Arendt, enmarca: “El problema salarial en este momento es de todos los trabajadores, no sólo de las trabajadoras. Pero la brecha para las mujeres sigue siendo ofensiva. A veces no se expresa en diferencia explícita de salario, sino que a igualdad de capacidades no se promueve a las mujeres y por lo tanto permanecen más tiempo en lugares jerárquicos menores. También la falta de flexibilidad en relación a la maternidad y crianza es lesiva para el equilibrio laboral y familiar de modo sexista”.
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