Viernes, 15 de septiembre de 2006 | Hoy
MUSICA
Aires musicales camperos y letras que expresan una manera de mirar el mundo bien del siglo XXI se fusionan en el primer disco de la uruguaya Ana Prada, que acaba de ser presentado en Buenos Aires. Soy sola es su desafiante título, que bien puede leerse como una definición de singularidad sin alardes.
Por Moira Soto
El reencuentro afortunado de Ana Prada con sus raíces maternas alumbró un disco que expande perfumes camperos desde la música mientras que las letras, a veces con resonancias de haiku, expresan a una mujer joven contemporánea, lírica, contradictoria, soñadora, enamorada, sensual, espiritual... Chica de tierra adentro que necesitó urbanizarse en Montevideo para asumir y valorar su total afinidad con el campo, su gente, sus usos y costumbres. Prada canta medios tonos, por momentos confidencialmente, con una voz verdadera, afable y cálida que parte del centro de ella misma, aunque pueda llegar a perder algún estribo en este viaje tan personal que realiza acompañada de excelentes músicos.
Coherente con la llaneza de su estilo, en el arte y en la vida, Ana Prada escribe sus textos poéticos siempre en minúscula y sin signos de puntuación, salvo alguna rara coma: “No quise darle a mis letras la importancia de una mayúscula o un punto. Me gustaba la idea de que tuvieran un sentido más circular. Además, la gran mayoría surgieron enteras y cantadas, y eso fue lo que intenté trasmitir. Las comas son las estrictamente necesarias para que el sentido no se tergiverse”, dice esta uruguaya que en su viaje a Buenos Aires estuvo en la Feria de Mataderos y en uno de los puestos se compró una cajita, que estaba tocando con la chirlera cuando se le apareció “como un duendecito, la Coplera Jujeña, una señora de trenzas. Yo me había puesto a cantar una copla de Mariana Carrizo, a quien admiro muchísimo, ‘Cantorcita soy señores’... A la coplera ya le gustó y me enseñó que a la caja hay que hacerle un agujerito para soplarle el alma que después te la devuelve. También aprendí de ella que la mujer no presta ni la caja ni el sombrero. Me muero por ir al norte argentino para ver de qué se trata el asunto, pasar una temporada allá, empaparme de coplas...”.
Ana Prada se crió en Paysandú, a orillas del río Uruguay y, al igual que sus dos hermanas, recibió el mandato paterno de hacer una carrera universitaria (“lo único que podemos dejarles es la educación, no esperen heredar otra cosa”, era una suerte de estribillo del padre). “Mis abuelos paternos eran maestros rurales que después trabajaron en la Unesco, y por parte de madre, totalmente del campo, más bien gauchos. Me crié con mucha influencia cultural argentina. Cuando era chica, más que ahora quizás, el río Negro que separa el norte del sur, era una barrera importante. Me llegaba más música argentina que uruguaya, la Trova Rosarina, por ejemplo.”
¿Ya cantabas en la infancia, en la adolescencia?
–Empecé muy temprano porque mi padre siempre fue muy musical, le sacaba sonidos a cualquier instrumento que caía en sus manos, si bien nunca se dedicó profesionalmente: él es ingeniero agrónomo. No había asado en casa que no terminara en guitarreada. También se escuchaba mucha música popular brasileña, de lo que sería el tropicalismo, bastante música clásica. Como era plena dictadura, de lo uruguayo teníamos discos clandestinos de Zitarrosa, de Los Olimareños, que escuchábamos a escondidas, sabiendo la niñas –mis hermanas y yo– que no debíamos repetir en la escuela esas canciones porque estábamos bajo una gran lupa, siempre con ese terror, esa amenaza de tener la camioneta de los canas en la puerta. Entonces, esas músicas clandestinas también me marcaron más de lo que me podía imaginar. Me acuerdo que una vez mi padre recibió a un amigo que había logrado oír por onda corta un tema de Los Olimareños. Yo no entendía mucho, pero tengo la imagen de ellos que se abrazaban y lloraban. Imaginate, una canción que precisamente decía “ay, paisito, mi corazón está llorando...”, que el grupo cantaba desde el exilio. Bastante tiempo después me di cuenta, cuando tuve que ir a buscar dentro de mí, en lugares sensibles, que tenía lazos muy fuertes con ese folklore, aunque lo mío no sea el género en estado puro. En el disco Soy sola esto se trasparenta, creo: canciones de autora en las que fluyeron, para mi sorpresa, zambas, chacareras, milongas...
Hasta el momento en que te pusiste a hacer Soy sola habías participado en proyectos ajenos, habías integrado el cuarteto La Otra. Ahora asumiste un compromiso mayor.
–Claro que te exige menos estar subida a un barco ajeno y dejarte llevar, por más que estés de acuerdo. Durante años canté con grupos cuya camiseta me ponía con gusto, pero que no representaban un proyecto de personas. Entonces, todo era más light, cosa que comprendo ahora desde la intensidad de las emociones que estoy viviendo.
¿Qué pasó con el mandato familiar de cursar una carrera universitaria?
–Bueno, no lo contravine del todo: soy psicóloga, carrera que seguí después de dejar Derecho, Ciencias de la Comunicación, quizá pensando en que me iba a ayudar a entenderme a mí misma, a los demás.
¿Paralelamente a este estudio entrás en el mundo musical profesional?
–Sí, primero en familia: soy prima hermana de Jorge y Daniel Drexler. Veraneábamos todos juntos en La Paloma, compartiendo una casa que hicieron nuestros abuelos. En la adolescencia, hacer música era algo natural, aunque a los 19 tuve una etapa de mutismo. Volví a cantar cuando Daniel empezó a componer y yo a hacerle coros, se armó el grupo La Caldera con el que anduvimos varios años, ahí gané los primeros pesitos. Siempre dividida entre dos aguas, me apañaba entre la música y la psicología, según me conviniera. Hasta que tuve que decidirme. Después de haber cantado con Jorge, con Fernando Cabrera, con Jorginho Gularte, se armó el cuarteto vocal La Otra, y ahí empecé a jugar más en primera, con Rubén Rada de respaldo.
¿De dónde sale ese nombre?
–¿La Otra? Es que nos llamábamos Tu Hermana y apareció una banda de covers, que después se esfumó, que nos hizo flor de lío con abogados por ese nombre. Así que le pusimos La Otra, que tiene más implicaciones, dispara fantasías en varias direcciones. Nosotras pensamos que era otra forma de hacer música, a capella, sin instrumentos. Tuvimos muchas satisfacciones. Después hice coros en Rada para niños.
¿Todavía no pensabas en componer?
–Tardé bastante. Mi primera canción es “Amargo de caña”, de 2004, que está en Soy sola. Creo que me la pasaba escribiendo mentalmente pero no me animaba a sacarlo. Le mostré ese tema a mi primo Daniel y le gustó. Yo estaba buscando por otros lados y me salió una milonga de tipo campero. Tenía esa inquietud de parir algo yo, hacerme responsable. Me compré un perro, un labrador negro, y agarré otro de la calle, planté unas plantas porque no tengo lugar para un árbol... Cosas simbólicas, claro. Y me puse a trabajar en un proyecto como intérprete: la idea era meter en un disco estas dos cancioncitas, “Amargo...” y “Soy sola”, mechadas con temas de autores contemporáneos míos, que tuvieran algo que ver, inéditas en lo posible. Hasta que me vio cantando Carlos Casacuberta, coproductor de los discos de Jorge Drexler, ex integrante de Peyote Asesino, un músico que para mí estaba muy cerca de Dios. Después de escucharme me llama y me dice que le interesa lo que estoy haciendo. Me comenta: No sé, te veo por un lado cercano a Violeta Parra. Pavada de piropo, un delirante Carlitos. Pero me ayudó a tener confianza para hacer nuevos temas. Me propuso encontrarnos los viernes, que le llevara un tema nuevo cada vez. Bueno, me puse a trabajar y en tres, cuatro meses estaba el disco. Sólo faltaba juntar a los músicos, coordinar lo del estudio.
¿Solo era cuestión de que alguien te valorara y te pusiera un plazo?
–No tan simple, me pasó de todo: me enfermé, transité por lugares de mí que nunca había visitado. En esa búsqueda para hacer canciones abrí una bolsa de poemas de mi madre, uno de los cuales, “La maleta”, era del ’79, cuando casi todos se exiliaban. Yo había leído algunas cosas de ella hacía años, porque en algún momento, además de hija me convertí en amiga. Pude aceptar que ella era un ser humano que había sufrido, que había tenido historias personales muy fuertes, más allá de lo que yo podía conocer de su vida con mi padre. En la infancia, hasta que los desmitificás, tus padres son Superman y la Batichica. Después los asumís en su dimensión más humana, comprendés que les pasaron otras cosas, que capaz que se enamoraron de otra persona... Ese intercambio con mi madre se dio a partir de una situación personal mía que me hizo dejar Montevideo, volver a Paysandú. Me acerqué mucho a ella, compartimos cosas profundas, y me dio en custodia la famosa bolsa. Pasaron los años, sabía que iba a ser fuerte para mí abrirla. Y en medio de esta movilización interna, un poco en carne viva por la vida iba yo, se ensambla todo. Ese poema que hablaba de una mujer que hacía sus maletas tratando de meter todo, quedó tal cual, salvo un estribillo, que lo tomé de otra parte: “y el cielo está tan gris y las palmeras tan derechas”. Después mi madre me contó que ese texto lo escribió frente a una plaza donde hay palmeras, cuando trabajaba en un liceo... En otros temas tuve aportes de Elvira Rovira, de Patricia Kramer, de Samantha Navarro que figuran en el disco.
¿Cómo fue que reconociste que el folklore era lo tuyo?
–Lo acepté sin menospreciarlo, cosa que había hecho con los dos primeros temas que dejé abandonados porque no era cool hacer folklore en el ambiente en que me movía. Capaz que necesité ser una tipa de 35 para decir abro esta puerta y que salga lo que sea. Aunque hay alguna canción con aires más brasileños, pero todo el tiempo esos lugares desde donde compongo tienen que ver con el campo. Y tengo más influencia del folklore argentino que del candombe y la murga. Es que me crié mirando ATC. Mis abuelos maternos son totalmente de campo, mi abuelo me enseñó a tomar mate, andaba con un facón en la cintura. Cuando yo era chica, había gallinero, mi abuelo plantaba morrones entre los rosales de mi abuela y se armaban unos líos bárbaros. El era muy gaucho, tenía el galponcito con las herramientas de campo, arreglaba todo. Mientras que la familia de mi viejo era mucho más intelectual, más de profesión. Logré integrar esa parte, rescatarla desde lo más profundo como algo valioso. ¿Viste que en todas las familias hay lugares de poder? Y a veces las personas relegan lo que supuestamente no es lo más prestigioso. En este disco, que dedico a mis abuelos La Mama y El Tata, afloró todo eso, asumo que me parezco más a la familia de mi madre. Es así.
¿Este disco podría llamarse Señales de identidad?
–Algo así, tiene muchas señales de ese tipo. Yo me fui a Montevideo a los 20, me costó mucho adaptarme. Entonces, me hiperadapté. Y vaya sorpresa, cuando me pongo a componer sin condicionamientos, libremente, ¿adónde voy? A esos lugares de infancia, de cielo abierto. Un redescubrimiento de las cosas que tienen peso real en mi vida, aceptando que eso está buenísimo. Estoy más feliz con este disco que antes, subida a proyectos ajenos, prestados, que, de todos modos, fueron parte importante de mi aprendizaje.
Ana Prada realizará nuevas presentaciones de Soy sola, los viernes 20 y 27 de octubre en La Vaca Profana, Lavalle 3683, 4867-0434.
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