Viernes, 15 de septiembre de 2006 | Hoy
SOCIEDAD
Con la llegada de la democracia, las mujeres pudieron ingresar gradualmente en las Fuerzas Armadas, aunque hasta ahora, cuando están egresando las primeras oficiales de carrera, siempre lo hicieron en puestos típicamente femeninos: como enfermeras o administrativas. ¿De qué se trata esta apertura a la mínima diversidad tolerable –se aceptan mujeres pero no gays, por ejemplo–? ¿De qué modo las incluyen los planes de estudio de las Escuelas de Guerra?
Por María Mansilla
Colgarían un cuadro de Juana Azurduy. Eso susurran que harían las “cadetes femeninos” en el lugar que dejó en blanco el cuadro de Videla, destronado de entre los próceres de este edificio gigante que pertenece al Colegio Militar de la Nación. En los solitarios pasillos sus voces hacen eco: por primera vez en cien años de varonil historia dejan entrar mujeres para formarse como oficiales del Ejército Argentino.
–Habrán aprendido más sobre Azurduy desde que están acá...
–No. Tenemos Historia Militar, estudiamos las guerras mundiales, las batallas... Por ahí vemos la biografía de San Martín, de Belgrano, pero de nadie más. Después, cada uno se instruye en lo que le interesa –responde Jimena Siciliani, alumna de la institución.
Más allá de lo que sabe (o no) Jimena Siciliani de las mujeres militares de la historia oficial, ella tiene su propio referente: “Soy de Godeken, un pueblo chiquito de Santa Fe. En esa zona no hay unidades militares. Una de las primeras oficiales que egresó de este colegio era de allá. Cuando volvía, la veíamos pasar con su uniforme... Ella me contaba qué hacían, y me gustaba pensar en defender a mi país. Terminé el secundario, y dije: ‘Ahora voy a hacer yo la experiencia’”. Jimena tiene 22 años. Vuelve los fines de semana a su pueblo, donde la espera su mamá, que es ama de casa, su papá, empleado municipal, y los vecinos, para verla pasar con su traje que parece de azafata.
Las argentinas son aceptadas en las Fuerzas Armadas desde 1982, para ocupar cargos subalternos. La novedad es que, desde hace un puñado de años, las palabras mágicas se pronuncian también para ellas: pueden llegar a ser oficiales y, de ahí, general, cargo máximo de esta carrera militar, la que se premia con los dos círculos más pesados de la geometría: los que se llevan en el hombro. Es igual que ser almirante en la Armada, o brigadier, en la Fuerza Aérea. Fue la abolición de la obligatoriedad del servicio militar –la muerte del soldado Carrasco– el cambio que permitió sumar mujeres a las filas de los soldados. Además del primer paso, fue el gesto que le permitió a la institución pública con peor reputación subirse a la tendencia con la que los estados, en todo el mundo, se adjudican apertura y modernización.
En el Ejército, hoy, son más las mujeres aspirantes a oficiales (12%) que a suboficiales (4%). En el Servicio Militar Voluntario, suman el 12%. “Les hace bien a las Fuerzas incorporar otra mirada, otra perspectiva. Las mujeres tienen un aporte importante que hacer al proyecto de reconstrucción nacional”, dijo Nilda Garré, ministra de Defensa. Sin embargo, ¿se trata de la democratización de las Fuerzas Armadas o de reivindicarlas con un discurso políticamente correcto? ¿Hay cada vez menos varones dispuestos a someterse a un régimen militar? ¿Tienen conciencia de género las mujeres que ingresan? ¿Se plantea un cambio más profundo sobre el aporte que ellas hicieron y pueden hacer?
“Hay una tendencia de los ejércitos occidentales centrales que procuran cumplir ciertos ítem, como incorporar la diversidad social que según el país se manifiesta en términos de género, etnias, religión, clase... La incorporación de mujeres al Colegio Militar habla de un proceso de democratización del ejército, que no es lo mismo que decir que el ejército ha incorporado valores democráticos –analiza el antropólogo Máximo Badaró, doctorado por la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS-París), cuya tesis fue una investigación sobre la socialización de los cadetes del Colegio Militar de la Nación–. Esta incorporación tiene otra faceta, que es la de la imagen: se las utiliza como emblema de la modernidad. Pero, por otra parte, hay menos reticencia a darles espacio a las mujeres que a problematizar la cuestión de la homosexualidad, por ejemplo. Es una cuestión pragmática: parecerse a los ejércitos de los países poderosos, como el de los Estados Unidos. Es decir, tiene que ver tanto con una intención de incorporar algún elemento de la diversidad social como con una mirada pragmática en términos de construcción de una imagen institucional.”
Cuando la chusma de su pueblo le pregunta qué hace acá, seguramente Julieta Siciliani relata que se levanta temprano, que cuando usa zapatillas extraña el peso de los borceguíes. Que se acostumbró a dar el presente cada vez que se sienta a comer. Que juega a hacer de cuenta que está en medio de una guerra, que entrena para afinar la puntería cuando lanza granadas. Que usa aros perlita que le dan en el Colegio (los únicos permitidos); que trata por el apellido a sus compañeras; que hace 64 flexiones de brazos en un minuto y medio. Que los varones, a veces, las miran con recelo pero son las más aplaudidas en cada desfile militar. Que aprendió a apoyar, sobre la silla, la remera de gimnasia dejando a la vista su leyenda: Ejército. Que tiene que salir corriendo –literalmente– luego de recibir cualquier pedido de un jefe. Que es impresionante cómo los cadetes más chicos obedecen a las indicaciones que les da. Que las clases son en aulas con pizarrón guillotina y mapas enormes y hermosos, pero de un mundo que ya fue: el de los años ’50. Que eligió esta vida, y qué. Que su lema es “Orden, Valor, Gloria” todo el tiempo, no sólo cuando reprime el frizado de su rodete con gomina y atraviesa el arco romano que marca la entrada al Colegio Militar de la Nación, en El Palomar.
Después de una invitación que tardó seis meses en confirmarse, Las 12 también atraviesa el arco romano que marca la entrada al Colegio Militar. La “cadete femenino” del pueblo chiquito de Santa Fe ya está adentro, junto a ella sus compañeras Pamela Troffer y Natalia Fourier. El jefe de prensa del Ejército, coronel Gustavo Tamaño, y otras tres personas siguen nuestra conversación con la atención de quien presencia una final de Rolland Garros.
¿Cómo se llevan con el manejo de armas?
Pamela Troffer: Yo manejé un arma, por primera vez, acá. No es que por entrar al Ejército nos convertimos en Rambo. A uno le dan el fusil, le enseñan cómo armarlo, cómo desarmarlo. En la primera lección el arma no tiene munición, entonces sabe que no va a correr peligro. Después, uno va al polígono, donde tiene un sistema de seguridad y sabe que no va a pasar nada grave. Ir adquiriendo destreza te da confianza para cuando el día de mañana la tiene que usar. Uno ya no le tiene miedo, sabe que te va a salvar la vida.
Natalia Fourier: Ser mujeres no quita que estemos formándonos y que seamos soldados. No perdemos el hecho de ser femeninas, pero si el masculino practica tiro, nosotras también.
¿Qué sintieron al ver las fotos de las mujeres del ejército estadounidense torturando a detenidos iraquíes?
–¿Qué? No nos enteramos –coinciden.
¿Y cuando supieron que el Ministerio de Defensa sería liderado por una mujer?
Jimena Siciliani: Nos generó expectativas pensar qué va a pasar de ahora en más, qué decisiones podrá tomar, pero nada más.
Si tuvieran injerencia en la nueva Ley de Defensa, ¿qué propondrían para mejorar su situación?
P. T.: Son cosas que se piensan a medida que se van produciendo las situaciones. Cuando leemos las condiciones del ingreso, sabemos que para entrar tenemos que ser solteras y sin hijos. Uno lo acepta. Si estás de novia con un camarada, sigue siendo tu camarada del arco para adentro. La relación afectiva, afuera.
¿Alguna compañera quedó embarazada?
–No –responden a coro.
¿Qué piensan de los actos públicos que reivindican la dictadura?
J. S.: Yo nací en la democracia. No sé lo que pasó porque no había nacido. Me crié en democracia y eso es lo que conocí.
En los últimos meses, varias denuncias exhibieron puntos discriminatorios en los requisitos de ingreso en las Fuerzas Armadas. “La ministra Garré trató el tema de las mujeres en las Fuerzas Armadas. Está bien que revisemos qué pasa en la permanencia en la Fuerza, pero si estamos hablando de apertura, tenemos que pensar cuáles son las condiciones de ingreso. Si no, todo se transforma en una demagogia legislativa poco profunda”, dispara Varina Suleiman, de la red de abogados voluntarios de Poder Ciudadano.
Suleiman lleva adelante el recurso de amparo presentado por Paula González, aspirante al servicio militar voluntario, madre de una nena de 4 años. Piden que se declare inconstitucional, “por irrazonable y discriminatorio”, el requisito que excluye a quienes tengan hijos o familiares a cargo. “Esto deja en evidencia un grave problema: la situación de las mujeres con hijos frente al empleador. Justamente ocurre dentro del Estado, que tendría que hacer acciones positivas y esfuerzos porque esta discriminación se elimine”, dice la abogada.
La respuesta oficial afirma que ese punto ya fue removido, a través de la resolución número 849: deroga cualquier impedimento de entrar en el Ejército teniendo hijos y hasta permite licencias por maternidad (hasta el momento, si una alumna quedaba embarazada debía pedir la baja). Sin embargo, esta resolución, que se declama en la página web del Ministerio de Defensa, todavía no llegó a Poder Ciudadano ni circula en ámbitos jurídicos. Entrar como soldada voluntaria le permitirá a Paula dejar de vivir en un hotel, tener obra social y comer todos los días; son sus razones. Si en noviembre no puede incorporarse al Servicio, ya sabe qué hará: se anota en la Policía.
“El Ejército siempre fue de elite: de militares e hijos de militares. He escuchado a dinosaurios renegar porque, ahora, ingresa mucha gente por necesidad de trabajo. ¿Y qué tiene eso de malo?” –plantea el ingeniero Roberto Baqueriza, ex capitán, miembro del Cemida, Centro de Militares Democráticos–. Hoy el pueblo no está alineado con el Ejército porque no sabe qué es lo que defiende el Ejército. Esto pasa especialmente en nuestro país, por la dictadura. A este Ejército primero hay que desnazificarlo, tiene que cambiar su forma de pensar. Se están haciendo cosas pero, en gran medida, todavía somos un auxiliar del Ejército de Estados Unidos. La apertura real significaría que vean, también, la importancia que tiene la mujer, lo que hace. En su origen, la mujer estuvo, pero porque se trataba de una lucha legítima y de un ejército popular. Hoy no sé hasta qué punto la incorporan por la convicción de lograr la igualdad entre los sexos o, exclusivamente, por contar con carne de cañón, con mano de obra.”
La incorporación de mujeres al Colegio Militar habla de un proceso de democratización del Ejército, que no es lo mismo que decir que el Ejército ha incorporado valores democráticos.
Hay otros requisitos para el ingreso en el Ejército que insinúan una lógica de pensamiento en la cual el cuerpo es el espejo de cierto abolengo y moral. Se consideran NAPI (No Aptos Para el Ingreso) las mujeres que miden menos de 1,55 y más de 1,85 metros, las personas tartamudas, las que tienen várices, las que llevan “tatuajes extensos y/o situados en regiones corporales descubiertas”, las que se están quedando peladas (alopecía), las que tienen cicatrices “viciosas o antiestéticas” (¿como las de una cesárea?), y a las que les faltan más de cinco dientes. Además, les exigen hacerse el test de VIH (“según Decreto Ley 906/95”) y presentar copia del acta de matrimonio (o divorcio) de los padres.
“Es imposible hacer una estadística de cuántas personas son discriminadas por estas normas, porque no todo el mundo denuncia. En este caso, muchos de los que ingresan son menores de edad. Necesitan que sus padres tengan conciencia cívica, medios para consultar a un abogado y tiempo para seguir adelante una denuncia”, lamenta la abogada de Poder Ciudadano.
La Escuela Naval es la elite de las Fuerzas Armadas; al menos, dicen, así es como la fuerza se ve a sí misma. El Colegio Naval está ubicado en una isla sobre el Río Santiago, cerca de La Plata. El día que Las12 navegó hasta la base, unas 20 cadetas esperaban, vestidas excepcionalmente con uniforme de gala, en los enormes jardines del predio, que incluye un cine y un planetario. Reflejan el estilo que engalana su página de Internet, donde se lee: “La aventura comienza en... Escuela Naval Militar. Animate a entrar!!!”. Una vez allí, la única manera de volver atrás es discando el interno 4952, y llamando al ferry.
“La Armada está tratando de abrirse para que las diferencias que se pudieron llegar a crear, por alguna otra cosa, vayan pasando –dice una de las futuras almirantas–. Hay días que vienen los scouts, también los guardacostas. En Córdoba hay un programa que se llama Telemanía, tipo Feliz Domingo, y uno de los premios es traer a los ganadores a pasar un fin de semana. Abrimos las puertas para que vean lo que hacemos, que no estamos locos. No queremos que nos vean como a un soldado o a un militar, como a un tipo con un arma, sino como personas con capacidad humana.”
Aunque las cocineras, “mamás” en la jerga de los cadetes, afirmen que lo único que cambió en la Escuela desde que aceptan mujeres es que circulan más libritos de Avon, su desembarco es contundente: son 4 en quinto año, 17 en primero. Muchas de las jóvenes que viven en este lugar, rodeadas de remos y salvavidas, son del norte del país y, cuentan, nunca habían visto el mar. Desde que ingresan en la Fuerza, cobran $ 270 por mes. Cuando egresan, alrededor de $ 1300. La más famosa entre ellas es “Saavedra”: llegó hasta la Antártida, a bordo del rompehielos Irízar, con una tripulación de 150 varones. “Es un espacio de hombres, pero vamos ganando respeto. Entre los oficiales, siempre alguien pregunta si necesitamos algo. No les decimos: ‘Queremos un jacuzzi’, hacemos pedidos a conciencia: Poder usar colitas en vez de rodete, tener un horario para depilarnos... Así logramos que las chicas que tienen dolor menstrual consigan que en enfermería les den un día sin servicio”, cuentan Cynthia Maizares, Romina Mesina y Andrea Villagra, las primeras egresadas del cuerpo de oficiales de la historia de la Armada.
“Mi pregunta fue: cómo afecta la presencia de mujeres el vínculo tradicional entre masculinidad y actividad militar. Esto es algo nuevo dentro de una estructura consolidada: un espacio únicamente masculino al que se le incorporan mujeres, se incorpora diversidad. Después, hay que ver cuáles son las estrategias institucionales que se implementan para encauzar las diferencias dentro de un marco establecido –agrega Badaró, que también es investigador del IDES–Unsam (Instituto de Estudios Sociales de la Universidad de San Martín) y coordinador del Núcleo de Estudios sobre Memoria–. En muchos casos, ellas no están bien vistas porque son mujeres en un mundo tradicionalmente masculino. Y, en muchos otros, porque son un elemento emblemático del cambio. Pero lo cierto es que las mujeres ya están adentro del Ejército, y los efectos que van a producir son bastante impredecibles o, posiblemente, se van a producir en ámbitos no esperados.”
Mujeres de ir al frente hubo siempre, como las que pelearon por la independencia de nuestro continente. Juana Azurduy, Carmen “la mamá negra” Ledesma, Macacha Güemes, Remedios de Escalada y Mariquita Sánchez, Xaviera Carrera en Chile, Rosa Campusano en Perú, Josefa Camejo en Venezuela, “Las Adelitas” mexicanas, símbolo de las soldaderas de esa revolución, también “rameras de los oficiales” (su típica foto andando en tren es todo un documento). Abrían las puertas de su casa a las discusiones políticas, lavaban uniformes de los soldados, les cocinaban y curaban sus lastimaduras; hacían de espías, vestían traje y fusil por cuenta propia o siguiendo los ideales de sus hijos y otros amores.
Ahora, salvando las distancias, su presencia en los conflictos armados modernos se ha profesionalizado: el último espacio que les resta conquistar, formalmente, es el de Infantería y Caballería, el que se ejerce en plena línea de fuego. El que más mujeres recluta, hoy, en sus filas, es el país que más necesita un ejército siempre listo: Estados Unidos. España y Francia ostentan el segundo lugar. En las fuerzas españolas, el 11% son mujeres; eran el 0,7% hace 10 años (incluso muchas de las últimas incorporaciones fueron de argentinas nietas de españoles), y su reclamo pasa por instalar guarderías dentro de los cuarteles. El Ejército inglés, por su parte, hasta celebró el casamiento de sus cadetas Sonya Gould y Vanesa Haydock.
Por amor a la patria: hacer frente a las violaciones y hostigamientos sexuales en el Ejército de EE.UU. se llama el libro que grita una denuncia que, también, ya se hizo pública. Las mismas que se atienden del otro lado de la línea habilitada por la Asociación de Mujeres Militares (estadounidenses), para recibir llamados relacionados con la “violencia asociada a lo militar”.
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