Viernes, 15 de septiembre de 2006 | Hoy
INUTILíSIMO
Aunque a algunas lectoras les cueste creerlo, hace más de 40 años que el doctor Alberto Cormillot, con intermitencias, dicta cátedra de salud en los medios. En 1965, por ejemplo, estaba en el programa Buenas tardes, mucho gusto, y también aparecía en la revista del mismo nombre respondiendo a numerosas consultas, “producto de una intensa experiencia”, según se puede leer en el número de diciembre de ese año de la susodicha publicación. Las preguntas de esa fecha son acerca del miedo, “una perturbación general angustiosa del estado de ánimo debida a un riesgo o amenaza, en la realidad o en la idea, en la fantasía de una persona”, dice el galeno puesto a psi.
El problema, desde luego, no está en recelar de cosas reales que puedan efectivamente provocar daño, “como puede ser un animal furioso”, porque en esas oportunidades se trata de un útil mecanismo de defensa. En cambio, es el miedo infundado, paralizador, lo que puede resultar perjudicial. Por si alguien no lo sabía, Cormillot nos informa que “el chico ya nace con la capacidad de tener temor a las cosas que le puedan causar daño, no sólo físico sino también psíquico”.
A continuación, el doctor se explaya sobre la clasificación de los diversos grados del miedo, a saber: en primer lugar, “tenemos a la persona prudente o tímida, la manifestación más pequeña del temor, es la que dice ‘no te metás’ y vive en paz; el grado siguiente es el de la cautela, con la persona que se preocupa y se siente ligeramente pesimista, su conciencia no logra estar en paz; luego tenemos la alarma, la desconfianza acentuada que hace que el juicio pierda claridad; en el último escalón le toca el turno a la angustia, el pánico: si persiste esta situación se puede entrar en el terror, que es cuando la persona se queda petrificada como un muñeco o un mueble, con sólo las funciones de los pulmones y el corazón”.
Pero hay algo todavía más intranquilizador, amigas, según esta nota de Mucho gusto: “El miedo hace engordar”, si se lo aplica a cosas que no lo justifican. Verbigracia, “hay personas que le tienen temor a los insectos o a las cucarachas (sic), a pasar debajo de una escalera y demás supersticiones”. También las hay que “se toman de un hecho real para que surjan temores que pueden parecernos un tanto desproporcionados, y aquí es donde entran las personas obesas” (sic), es decir, “gente que se encierra en sus casas desconectándose del resto de la sociedad”.
Frente a las fobias, hay que decir que las mujeres corremos con alguna ventaja secundaria, como sucede con la agorafobia, el temor a lugares abiertos: a nosotras nos resulta más fácil salir del paso, pues siempre podremos decir que estamos demasiado atareadas con los quehaceres domésticos, según sugiere Cormillot. La cuestión candente es darse cuenta de cuál es la fobia nuestra de cada día, porque las hay infinitas, “en todo aquello que existe sobre la tierra”.
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