Viernes, 5 de enero de 2007 | Hoy
ENTREVISTA
En su informe mundial para 2007, Unicef reconoce por primera vez que la desigualdad de género que sufren las mujeres adultas influye negativamente sobre la calidad de vida de niñas y niños. Aquí, Gladys Vargas, representante del organismo para Argentina, repasa algunos indicadores de la brecha en el mundo.
Por Sonia Santoro
El informe sobre el Estado Mundial de la Infancia que cada año realiza el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en 2007 por primera vez pone en evidencia la estrecha relación entre la igualdad de género y el bienestar de niños y niñas. “Esto no sólo es a favor de las mujeres o de los niños, sino que es un aporte a la tarea de pensar un mundo de más alta calidad para las personas, tiene un efecto de un mejoramiento cualitativo de una sociedad”, dice Gladys Vargas, representante de Unicef en la Argentina.
El informe hace un diagnóstico devastador de América latina y el Caribe. En muchos hogares, dice, las mujeres siguen teniendo menor poder de decisión y esto afecta a la infancia, porque las mujeres suelen priorizar la nutrición, la salud y la educación de sus hijos. Y los niños cuyas madres no tuvieron acceso a la escuela tienen 2,5 veces menos posibilidades de recibir educación formal, por ejemplo. Además, la desigualdad está vinculada a la violencia doméstica, que afecta a entre un 10 y un 36 por ciento de mujeres de la región y es causa de muerte de unos 80 mil niños cada año.
En cuanto al ámbito laboral, el 43 por ciento de las mujeres mayores de 15 años carece de ingresos propios, frente al 22 por ciento de los varones. Y las mujeres adultas ganan menos del 69 por ciento de los ingresos de los hombres (en la Argentina, los varones ganan un 40 por ciento más que las mujeres), mientras que encabezan más del 30 por ciento de los hogares de la región.
La salud de las mujeres también es víctima de la desigualdad. La tercera parte de los adultos que viven con VIH/sida en la región son mujeres, y en el Caribe más de la mitad, y la tendencia apunta a la feminización de la epidemia, también en la Argentina (ver recuadros).
¿Los derechos de las mujeres tienen peor prensa que los de niños y niñas?
–Yo diría que es más controversial. Por ejemplo, si miramos las dos convenciones, un indicador notorio de diferencias es que la Convención por los Derechos del Niño tiene menos reservas que la otra. Tan fuerte fue esto que en el ’93 hubo un pedido especial para que se revisen las reservas puestas a la Convención por la Eliminación de la Discriminación contra las Mujeres (Cedaw), porque muchas de ellas contradecían el espíritu de la convención. Pero tienen que ver con estas visiones instaladas de roles tradicionales para las mujeres, que enfocaban temas vinculados a la maternidad o incluso a derechos sobre la propiedad, la herencia o el tema del matrimonio por debajo de los 18 años. De hecho ambas convenciones abogan porque el matrimonio sea un acto de libertad, cuando en algunas culturas el matrimonio es una imposición y aun en nuestras culturas occidentales y modernas todavía se permite que chicas de 14 años se casen.
El informe dice que el círculo de discriminación comienza en la niñez, ¿cómo influye el rol de la mujer?
–Hemos llegado a la conclusión, tras muchos años de discusión en Unicef, de que hay que hacer las dos cosas: las mujeres tienen que estar empoderadas para poder exigir los derechos de sus hijos. No es posible exigirle a una mujer que se siente oprimida que luche por los derechos de sus hijos, porque la realidad muestra exactamente lo contrario. Lo que la madre no visualiza para sí, muy difícilmente lo visualice para sus hijas.
Además, está la educación que los chicos reciben en su vida cotidiana.
–La educación por ósmosis, esa que no tiene la currícula, la educación de la vida es la que viene del entorno social de la casa. Y en ésa se transmiten muchas cosas. Lamentablemente es una currícula oculta en la que sin querer las mujeres transmitimos lo que hemos vivido. Entonces a veces una se pregunta: ¿por qué me da miedo la calle? Y es que a mi abuelita le daba miedo la calle, a mi mamá... Y es que de alguna manera se ha transmitido esto. De alguna manera es una minusvaloración que recibieron generaciones anteriores por el hecho de ser mujeres respecto de los varones, a los que se abría mucho más el campo de estudio como una inversión para las familias, mientras que en las mujeres no invertían mucho porque se iban a casar. Si ese tipo de cosas no se trabajan socialmente se van a seguir reproduciendo. Aquí hay que quebrar patrones muy sistemáticamente, porque la naturalidad lo que conlleva es un ideal de sociedad. Si quisiéramos realmente acelerar el proceso en un sentido más total, tendríamos que preocuparnos porque las mujeres tengan un mejor nivel educativo, por ejemplo, porque la mortalidad infantil definitivamente se baja, entre otras cosas, con el elevamiento del nivel educativo de la madre.
Y el informe dice que el poder de decisión de las mujeres está disminuido.
–Eso me pareció muy importante, porque una se da cuenta de que esta sumisión dentro del hogar puede tener consecuencias devastadoras.
¿Qué pasa con la educación formal?
–Hay que ver que la actualización de las currículas se hace en tiempos muy largos. De todas maneras creo que aquí hay una influencia de lo externo que incide en la escuela. Por ejemplo, en los medios se recibe otra información. El mensaje ya no es lineal. Ya entran mensajes muy distintos, a veces contradictorios, que a los chicos les obligan a pensar cosas que antes eran impensables.
¿Por qué hay tanta violencia en la región?
–A mí lo que me preocupa realmente es por qué hay tanta tolerancia a la violencia. Porque la violencia familiar es un problema, ni siquiera la podemos cuantificar porque es una cifra oscura, nadie tiene acceso a todos los hogares donde se produce el fenómeno de la violencia. Todavía es un problema privado, que implica una tolerancia. Y creo que ahí hay una clave. Lo mismo pasa en el mundo del trabajo. Uno se pregunta por qué es tan difícil resolver estas discusiones legislativas sobre el acoso sexual –no hablo sólo de la Argentina–, y es porque no se quiere reconocer que en el mundo del trabajo hay acoso sexual. Se tiene más tolerancia hacia actitudes sexistas en el mundo del trabajo que lo que hacen es restarles oportunidades a las mujeres. Es como que las mujeres siempre tienen que estar en guardia.
¿Cómo evalúan la maternidad adolescente?
–Unicef propone que se posponga el inicio de las relaciones sexuales pero no como represión a las niñas, porque lo que hemos observado es que el cada vez más temprano inicio de relaciones sexuales de las niñas es porque hay una imposición. Hemos ido verificando también que una madre que fue violada de joven y comenzó su maternidad a los 14 o 15 años tiene más dificultades para proteger a su hija del abuso.
¿Cuál es la situación de la Argentina en relación con la región?
–En primer lugar hay varias Argentinas, el país es muy diverso. Por ponerte un caso, el tema de la mortalidad materna. A mí me sorprende mucho cómo un país como la Argentina, que ha bajado tan eficientemente la mortalidad infantil, no ha logrado bajar en la misma magnitud la mortalidad materna.
Las complicaciones por aborto son una de las principales causas.
–Sí, pero en general yo diría que la maternidad no es vivida con la conciencia de que la mujer embarazada debería ser cuidada por su entorno familiar, por la sociedad, por las instituciones de salud. Estoy segurísima de que la variable cultural tiene una enorme incidencia en la muerte materna, porque si uno le sigue la pista a todo lo que le pasa a una mujer antes de morir, es una cadena de violaciones a sus derechos, hasta que al final se muere perdiendo el derecho a la vida. Pero antes ha perdido muchos otros derechos.
Si el tema de la mortalidad es preocupante, y una de las principales causas son los abortos mal realizados, ¿cuál es la solución que promueve Unicef?
–Lo mejor para la vida de las mujeres es que tengan derecho a decidir sobre los hijos que deben tener, eso es lo que debería ser. Obviamente que cada país decide según su ordenamiento jurídico cómo va a regular esto, pero hay que propender a que las mujeres puedan decidir en conjunto con sus familias. Y no estamos hablando de una mera decisión unilateral de la mujer. Si una mujer comparte la vida con un hombre, lo más lógico sería que pueda compartir también la decisión sobre la maternidad y la paternidad.
Más de 115 millones de niños y niñas en edad escolar primaria no acuden a la escuela. Por cada 100 niños que no reciben enseñanza primaria, hay 115 niñas en la misma situación. En el mundo en desarrollo, sólo el 43% de las niñas de la edad correspondiente acuden a la escuela secundaria. Las investigaciones indican que las mujeres que han recibido una educación tienen menos posibilidades de morir y más posibilidades de enviar a sus hijos a la escuela.
Más de 130 millones de mujeres y niñas han sido sometidas a la mutilación/ablación genital, que puede tener graves consecuencias para su salud.
150 millones de niñas y 73 millones de niños menores de 18 años tuvieron que practicar relaciones sexuales forzosas u otras formas de violencia física y sexual en 2002.
Alrededor de 14 millones de niñas de 15 a 19 años dan todos los años a luz. Si una madre tiene menos de 18 años, las posibilidades de que su hijo muera durante el primer año de vida son un 60% mayores que si el niño hubiera nacido de una madre mayor de 19 años.
Cada minuto, una mujer muere como resultado de complicaciones del embarazo, lo que representa más de medio millón de mujeres al año.
En zonas de Africa y el Caribe, las mujeres de 15 a 24 años tienen hasta seis veces más posibilidades de contraer el VIH que los varones de su misma edad.
Las mujeres ancianas pueden padecer una doble discriminación tanto por motivos de género como de edad. Las mujeres suelen vivir más tiempo que los hombres, pero suelen carecer de control sobre los recursos familiares y pueden sufrir casos de discriminación relacionados con los derechos de sucesión y las leyes de propiedad. Muy pocos países en desarrollo tienen estructuras de seguridad para las personas ancianas.
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