Viernes, 5 de enero de 2007 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Por Liliana Viola
Breve historia de los colores
Michel Pastoureau en conversación
con Dominique Simonnet
Editorial Paidós
126 páginas
$ 43
Si se les pregunta a los niños por los colores, espontáneamente nombran cuatro, Aristóteles contaba seis, Newton sumó uno más. Goethe consideraba que no existía ningún color si no estaba allí una persona para mirarlo y últimamente se ha comprobado que el ojo humano puede discernir un máximo de 180 tonalidades. El historiador y antropólogo francés Michel Pastoureau también ve seis, y clasifica al resto como colores comparsa y matices. Incluye en su lista de principales al blanco, el color más exigido de todos, al que siempre se le solicita más blancura y ha debido soportar que se pusiera en tela de juicio su condición de color. La culpa, aclara el autor de este trabajo, fue de la llegada de la imprenta, que al elegirlo como tono de base lo convirtió en un grado cero del color; pero afortunadamente la ciencia ya ha reparado esta condena. Con el formato amable de la conversación el investigador va aportando curiosos datos de sus descubrimientos que proceden y derivan de una certeza: nada es tan natural como parece y los colores no son ingenuos ni casuales. Acomodaticio y engañoso, cada uno se ha forjado un lugar en la superstición o en la paleta de los pintores representando y alertando, contribuyendo a prejuicios o al doblez de las cosas. Así es como el azul, el color del consenso favorito de las organizaciones europeas y de las convenciones, ha logrado tal sitial luego de un arduo trabajo diplomático que comenzó en el peor lugar: en Roma era considerado un color diabólico, al punto de que los hombres con ojos azules generaban desconfianza y las mujeres eran acusadas de llevar una vida disipada. El rojo, que debe parte de su supremacía a que fue desde el paleolítico el pigmento más fácil de conseguir, es el color por excelencia y no es casual que las palabras “color” y “colorado” se funden en su origen. Las novias en La Edad Media se vestían de rojo, las prostitutas también. La Iglesia lo eligió como signo del pecado pero también del Espíritu Santo. La historia del amarillo de la envidia y la mala suerte, la del verde tan ecológico como jugador empedernido –las mesas de juego, de ping pong y los dólares lo han elegido–, así como la trayectoria del elegante y macabro negro, tiene idas y vueltas insospechadas.
Si bien la historia de los colores recién comienza y resulta muy difícil de llevar a cabo –sobre todo porque ya no podemos verlos como se los veía antes desde la luz de la luna o de las velas–, este estudio demuestra una fuerte vocación hermenéutica y una capacidad especial para el difícil arte de divulgar los juegos de la academia.
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