Viernes, 9 de marzo de 2007 | Hoy
VIOLENCIAS
Ya no es un lugar común que los hombres inicien su vida sexual pagando por ello, es cierto, pero no es menos cierto que son muy pocas las voces que cuestionan o se interrogan sobre las razones por las que sigue resultando “natural” que en uno u otro momento de la vida ellos paguen por sexo. Juan Carlos Volnovich, en su libro Ir de putas (Topia), hace foco en el rol del cliente y aporta una reflexión sobre la sexualidad masculina.
Por Liliana Viola
Cuando el padre advierte que su hijo está por cambiar la voz o que pronto la sombra va a dar lugar a un bigote verdadero, ya no le guiña un ojo al amigo, no se codea con el padrino del chico y ya no parte en yunta a buscar una buena experta para el debut. Llevar al niño a iniciarse con una prostituta ha dejado de ser una buena idea. O al menos, está puesta en cuestión. Si lo consulta en ronda de amigos, la opinión más permisiva no pasará de encogerse de hombros y contar alguna anécdota. El hijo, es muy probable, no estará de acuerdo con la propuesta y hay que anotar que su parecer, en estas cuestiones, vale más que antes. En fin, en casa todos prefieren que el comienzo sea de otro modo.
Sin embargo, aunque la vida sexual de todo varón ya no empiece con esta escena clásica, aunque las relaciones entre hombres y mujeres hayan cambiado en muchos aspectos, no es posible decir que la prostitución pasó de moda y menos que esté a punto de extinguirse. Al contrario: la trata de personas ocupa el tercer lugar en el escalafón de las actividades ilegales más lucrativas del mundo después del tráfico de drogas y de armas.
Cuando se habla de prostitución inmediatamente aparece alguna paradoja, como ésta. Mientras el resquebrajamiento del dominio patriarcal modifica las reglas en la relación entre padres e hijos, e incluso en el interior de las alcobas, la prostitución se convierte en uno de los mejores negocios en el mundo globalizado que perfecciona las redes de trata. Es decir, en la prueba más virulenta de que el muerto gozaba de buena salud.
Ocurre que ese padre no está dispuesto a iniciar a su hijo con una prostituta, porque el discurso general –psicología y sexología entre otras voces mediante– lo ha convencido de que esta manera de empezar puede traer trastornos posteriores, no es saludable, tal vez sea coercitiva, tal vez afecte a su futura virilidad... No necesariamente está condenando el acto de pagar para tener sexo, de pagar para asegurarse el placer unilateral, de pagar para someter, ni siente tampoco la vergüenza de realizar una acción de estas características violentas en el marco de los derechos humanos vigentes. Si estas razones no están entre las suyas, no está resguardando el respeto entre personas sino la integridad de un posible nuevo cliente.
Sobre todo si se entiende al cliente como la persona con menos señas particulares que alguien pueda ofrecer para un identikit. Es abogado, policía, analfabeto, académico, camionero, joven, maduro, soltero, bien casado, discapacitado o no, rico o con un solo billete en el bolsillo. Aunque las representaciones de nuestra imaginación lo vistan de marinerito musculoso que se pasea malhablado y hambriento por las calles del puerto, aunque otras veces le ponga cara angulosa de poeta capaz de dialogar con el mundo más sórdido, el cliente es un hombre común. Ni vencido por el instinto animal ni noble viajero de los bajos mundos. Como dice Juan Carlos Volnovich, “todo varón homo u heterosexual es un potencial cliente una vez que ha dejado de ser niño, no sería demasiado exagerado afirmar que la sola condición de varón ya nos instala dentro de una población con grandes posibilidades de convertirnos en consumidores”.
“Ir de putas”, meterse en Internet para buscar acompañantes, elegir a tu chica en un sauna, recorrer los prostíbulos pueblerinos, son actividades no vergonzantes. Mientras que ser puta, ofrecerse en Internet, trabajar de acompañante, ser la hija de una familia donde desde la abuela hasta la nieta venden su cuerpo, no es algo que pueda narrarse como una aventura más. La primera experiencia no figura en el currículum, la segunda lo es.
Las discusiones sobre este tema siempre encuentran un callejón oscuro sobre todo cuando llega la distinción entre lo que sería una prostitución buena –voluntaria, con mayoría de edad, protegida por la ley– y una mala –forzada, desprotegida y con menores–. Tanto quienes apoyan una u otra postura como quienes están fuera de esta puja, centran su atención en las razones y características de la persona que está en venta, en la vileza del proxeneta y jamás en la lógica y en el cuerpo del que compra.
En su último libro Ir de putas (Editorial Topia) el psicoanalista Juan Carlos Volnovich intenta comenzar a revertir este reflejo de mirar siempre para el mismo lado. Afirma que “al poner en foco en las mafias, al penalizar a los proxenetas elude a los clientes y de esa manera, la sociedad en su conjunto se encarga de aliviar la responsabilidad que cae sobre aquellos que inician, sostienen y refuerzan esta práctica”. Esta invisibilidad del cliente fue señalada también por la investigadora Silvia Chejter en el Informe Nacional de Unicef sobre la explotación sexual de niñas y adolescentes en la República Argentina (septiembre 1999) cuando refiere que de un total de trescientas noticias periodísticas sobre este tema, sólo dos aludían a los clientes, y en esa dos aparecían apenas tangencialmente.
Volnovich en este trabajo ensaya algunas explicaciones para responder a las preguntas que los pocos hombres dispuestos a verse a sí mismos como clientes también se hacen: ¿Por qué lo hago? ¿Por qué pagar por algo que puedo tener gratis? ¿Qué es lo que me gusta de todo esto?
Entre las variadas hipótesis que va presentando el autor a lo largo de este trabajo aparece como constante el incólume estereotipo del hombre como racional por un lado e instintivo por otro. Provocado por las mujeres que desatan los instintos del varón primero y que luego son puestas en su lugar, dominadas y a servicio del consumidor.
Es posible que iluminar esta parte de la escena mostrando la debilidad del hombre que saltea pasos, elude el afecto y somete por pocos o muchos pesos, pero sobre todo por unos pocos minutos, haga que la obra se entienda un poco más.
Por ahora, como se puede observar, la paradoja sigue dominando el callejón de las putas. Volnovich, otra vez: “Tal parecería ser que para los varones la sexualidad viene de un espacio que está fuera de nosotros mismos. Y la ira, la violencia, también. En definitiva, si las emociones no son nuestras, nada indica que tengamos que hacernos cargo de ellas. Si los varones estamos acostumbrados a pensarnos como gente razonable, poco afecta a reconocer los sentimientos, es fácil pensar que lo que nos ocurre son solo reacciones a estímulos externos con los que las mujeres nos abruman constantemente”.
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