Viernes, 9 de marzo de 2007 | Hoy
VISTO Y LEíDO
Por Liliana Viola
Donald Spoto
Audrey Hepburn. La biografía
Lumen
392 páginas
Mais c’est interdit!”, exclamó Audrey en una velada de 1957 cuando su amigo Hubert de Givenchy le regaló un perfume para que usara en exclusiva durante un año, antes de sacarlo al mercado. Estaba en los planes bautizar la esencia con el nombre de la actriz, pero luego de aquello se optó por “Interdit” en homenaje a la exclamación de modestia y también en alusión a que durante casi un año estuvo “prohibido” para el resto de los mortales.
“No conozco a ninguna mujer que no haya deseado parecerse a Audrey Hepburn”, dice el mismo Givenchy y con eso sintetiza una de las mejores razones —incluso admitiendo que su figura preparó el terreno para la legión de desnutridas en las pasarelas— para saber más sobre la vida de esta mujer que con su aspecto de fragilidad elegante dio al público dos imágenes estereotipadas: la joven campanita europea de Hollywood y la señora mayor bella y frágil que dedicó sus últimos años a paliar el hambre de las víctimas de Somalia.
Cuando este libro recorre la amistad entre la diva y el modisto o descubre entretelones de las películas que filmó, ofrece un material muy interesante; erudición y opiniones que apuntan a desanimar el estereotipo. ¿Y si la falta de erotismo que se le ha endilgado no estaba en ella misma sino en los partenaires que le ponían al lado (Astaire, Fonda, Bogart, Cooper, Harrison), siempre mucho mayores y notablemente inaptos para lidiar con su energía? ¿Habría ganado otro Oscar si en My Fair Lady los productores no hubieran insistido en doblar todas sus canciones? ¿Sería juzgada de otro modo si el código de censura norteamericano no hubiera sacado del guión de La calumnia la historia de atracción entre los personajes de ella y Shirley Mac Laine?
Pero si este libro se torna aburrido muchas veces —especialmente al comienzo y al final— es porque Spoto tiene una hipótesis. Y como sabemos ya, las hipótesis de este experto en biografías de estrellas suelen basarse en un análisis psicológico de los datos. Ya lo ha hecho con Marlene, Ingrid Bergman, Marilyn y sobre todo con Hitchcock. Spoto está convencido de que la aristócrata hija de una baronesa belga muy inexpresiva y de un pillo inglés que la abandonó cuando tenía seis años, jamás halló al amor de su vida a pesar de los tres matrimonios y el tormentoso romance con Ben Gazzara. Más aún, que si al final pareció sentirse plena con su labor en la Unesco, no llegó allí sino por descarte. Difícil rebatir tal presunción y no reside aquí el problema. El problema está en que tal marco vuelve a Audrey a su esfinge de porcelana, tan distante e impenetrable como siempre.
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