Viernes, 25 de mayo de 2007 | Hoy
MUSICA
Lagan es el nombre de un hada y, no casualmente, también el de un trío de violín, arpa y flauta que da vida a la música celta que animó a druidas, sacerdotisas y hadas a atravesar no sólo varios continentes, sino, sobre todo, el tiempo. Tres mujeres enamoradas de esas melodías simples y ancestrales.
Por Moira Soto
No hace falta tener ancestros de origen irlandés, escocés o galés para tocar el arpa, la flauta o el violín como esas hadas del folklore celta que adoran la música y son excelentes instrumentistas. Más aún, según Laura Palacios en Las hadas, una historia natural, estas criaturas “componen melodías de gran hechizo que se adentran sin reparos en el corazón de los humanos”. Nili Grieco y Edith Gorini, integrantes –junto con Adriana González, ausente en la entrevista– del Lagan Trío (que debe su nombre a un hada), se dieron vuelta como un guante hacia la música celta después de una intensa travesía por la música clásica, fascinadas por esa cultura de más de 4000 años que el cristianismo nunca consiguió arrasar del todo, y que ha tenido un renacimiento en las últimas dos décadas. Después de ofrecer numerosos recitales, Lagan dio a conocer en 2005 un precioso CD, Clásico Celta, donde todavía figuraba la violinista Ana Corrado, con Lea Prime en percusión y la hermosa voz de Adriana Ramallo, cantante lírica que se adapta con mucha flexibilidad a este género folklórico, en algunos temas. Próximamente, esta formación a la que se sumarán otros invitados, se presentará en el gran Festival Celta del auditorio de Belgrano y posteriormente dará un concierto en el Paseo La Plaza, donde ofrecerán temas de Clásico y del futuro disco.
Nili Grieco llega a la cita con una primorosa caja de bombones, cinco de ellos formando el nombre de la cronista, ante cuyo asombro la música se explica: “Es que yo soy la hija del chocolatero, como en el juego infantil, ya sabés, chocolate, molinillo... Mi papá, además, siempre ha sido un gran melómano de gusto ecléctico, y parece que yo era una nenita muy llorona que lo único que me calmaba eran los sonidos de la música. Así que yo me crié entre chocolates, tules y música.
¿Tuviste tu propio Willy Wonka?
N. G.: –Sí, claro, los chocolates más deliciosos acompañados de la fantasía romántica que ponía mi mamá. Lo que yo les agradezco a mis padres es que siendo gente de condición modesta, sin estudios, tuvieran ese espíritu tan abierto y estimulante para los hijos.
Edith, ¿vos también te relacionaste desde niña con la música?
Edith Gorini: –Vivía en La Plata, mi mamá nos llevaba desde chiquitos al Teatro Argentino a ver ballet clásico, cosa que siempre me aburrió. Pero bueno, desde arriba veía la orquesta en el foso, y allí relucía el arpa, que sonaba pocas veces, pero que cuando se la escuchaba era muy impresionante. Me quedó en la retina, en el oído, y cuando tuve oportunidad de tocar ese instrumento, me atrapó para siempre.
N. G.: –¿Puedo contar un secreto de Edith? Ella se puso a estudiar arpa y no le contó nada a su familia.
E. G.: –Es cierto, empecé a los 13. Había ocurrido un suceso muy triste y yo necesitaba ocultar mi pena, que nadie se enterara: vivimos como un pequeño exilio entre La Plata y Buenos Aires, por problemas políticos. El arpa fue mi refugio por mucho tiempo.
Un instrumento muy antiguo y muy ligado a las mujeres.
E. G.: –El arpa que yo toco deriva del arpa celta, que originariamente es diatónica de siete notas, pero sufrió una evolución para poder integrarse a la orquesta, con todas las tonalidades. Un constructor de pianos inventó un mecanismo para alcanzar estos fines: es el arpa a pedal que uso ahora. Se sabe que el arpa está desde las civilizaciones más antiguas, incluso hay estatuillas prehistóricas con el arpa triangular. Si se tiene en cuenta que la mayoría de sus intérpretes son mujeres, se podría decir que es un instrumento femenino. En la pintura, la escultura es casi un lugar común la mujer pulsando sus cuerdas. Quizá su sonido que tiene mucho cuerpo, es tan sensorial, está más cerca del alma femenina.
N. G.: –Como Edith, yo también siento que la música me va a acompañar toda la vida, que va a ser mi amparo constante, seguro. La hora del concierto es un momento de gran dicha, más allá de cierto nerviosismo. Creo que las tres, cada una en su raye, se siente protegida por la música.
¿Qué te enamoró de la flauta? ¿Traicionaste al piano?
N. G.: –No, no, sigo tocándolo, el mismo que me regalaron mis padres. Lo uso con mis alumnos, para hacer arreglos. Pero me pasó algo semejante a lo de Edith: iba a los conciertos, miraba la orquesta, escuchaba la flauta y me parecía algo divino.
E. G.: –A través de la música celta, pude descubrir un personaje fantástico, O’Carolan, el primer compositor registrado que escribe para arpa temas tradicionales irlandeses, en el siglo XVII. El mismo era un virtuoso, tocaba un arpa chica de 26 cuerdas. Dada la época, hizo un poco de fusión con la música barroca. Recopilaba temas anónimos, los reescribía, creaba temas propios. Era un bardo también, pero desgraciadamente sus letras se perdieron. En el disco Clásico Celta, el primer track es la suite de O’Carolan, de cuatro temas.
Ninguna de las dos tiene antepasados celtas, ¿cómo conectan con esta cultura?
E. G.: –Nosotras teníamos como veinte años de estudio, de formación de conservatorio, de perfeccionamiento, de conciertos... Y ambas hicimos una vuelta de lo más complejo a lo más simple y más ingenuo, que toca directamente el corazón. Obviamente que la música clásica tiene emociones, pero con más elaboración. Mi pareja, compositor y pianista, sabe mucho sobre música celta. Para mí, fue toda una revelación descubrir la belleza y simplicidad de estas melodías. Estaba en Mar del Plata, y en ese paisaje pensé que era el momento de dedicarme a una música que me atraía tanto.
N. G.: –Ambas pasamos por etapas parecidas: yo también, en un momento sentí la necesidad de volver a algo más sencillo, esencial y tierno, de raíces profundas. Tenía ese deseo, y justo la conozco a Edith, que acababa de llegar de Mar del Plata y me convoca para hacer música celta, que ella ya había interpretado. Increíble, era justo lo que yo andaba buscando. Edith me fue orientado, acercándome material sobre la cultura celta, que es realmente maravillosa en todas sus expresiones. Algo yo conocía de la música, por supuesto, había estado en festivales en el Auditorio de Belgrano, me interesaban algunos artistas. Pero ahondé no sólo en las melodías sino en sus fuentes de inspiración. ¿Por qué mis maestros no me mostraron esta música?, me preguntaba. Ahora, a mis alumnos les enseño melodías celtas. Es que hay mucho prejuicio respecto del folklore.
E. G.: –Se lo considera equivocadamente un género menor. Cuando empezó la moda celta yo ya tenía algunos materiales, temas, grabaciones de grupos irlandeses, había investigado el arpa en la música celta. Necesitaba un empujón y me gustó ser convocada por mujeres para armar un ensamble, diez mujeres haciendo música celta, y salió Rahgair, que quiere decir luz o prólogo en gaélico. Para mí hacer esta música era un compromiso con el cuerpo, el corazón. Música de hace 400 años que perdura con total frescura y que hago con un respeto y una emoción totales.
Dice Daniel Barenboim, siempre en contra de toda discriminación, que sus orquestas no serían tan buenas si no incluyeran mujeres.
N. G.: –Más allá del nivel técnico al que se llegue, yo creo que el aporte sensible de la mujer resulta un plus enriquecedor. Las mujeres somos más demostrativas, sacamos afuera los distintos sentimientos. No me extraña que Barenboim, una persona de sensibilidad superior y espíritu auténticamente democrático, perciba y valore las cualidades específicamente femeninas aplicadas a la música. Pero hay mucho prejuicio todavía, sobre todo cuando aparece un ensamble solo de mujeres. Por otra parte, creo que a los hombres les cuesta más expresar emociones porque hay una bajada histórica muy fuerte.
En la tradición celta, ¿la mujer tenía un rol destacado?
N. G.: –En la dimensión sobrenatural, tenemos a las hadas, sus reinas, pero en la real, hubo guerreras en plan de igualdad con los hombres, también sacerdotisas. No eran monógamas las mujeres en esa cultura.
E. G.: –Los celtas surgen 2500 años antes de Cristo en la India, pasan por Medio Oriente, atraviesan toda Europa siguiendo la Vía Lactéa, las estrellas. Después se fusionan con otras culturas, luchan contra los romanos. Quedan asentamientos celtas en Irlanda, Escocia, en la zona de Galicia, en la Bretaña francesa...
N. G.: –La cultura celta en Galicia es distinta, nosotras casi no hacemos temas gallegos, salvo un par que nos gustaron. Los gallegos son más alegres, no tan ingenuos. Lo que pasó en Irlanda fue que cuando llegó el cristianismo se pudrió todo, se fue diluyendo la sabiduría de los druidas, el esplendor de su cultura. La mujer pierde su lugar de igualdad, nunca más sacerdotisas ni guerreras. Una catástrofe para la cultura femenina, la mujer pasa a un segundo plano de sumisión.
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