Viernes, 22 de junio de 2007 | Hoy
RESCATES
La historia de la magia, como tantas otras historias, ha sido escrita por varones. Para ellos es el apelativo mago, que puesto en femenino remite de inmediato a un nombre propio –al menos por estos lares–, patrimonio de la literatura. De ellas se desconfía, se delatan sus trucos o se las quema como brujas. Sin embargo, las magas resisten y marcan la diferencia: “A nosotras –dicen si se les pregunta– no se nos ocurriría poner en el escenario a un hombre como un florero”. A ellos evidentemente sí, pero estos floreros –que se serruchan o se desaparecen– tienen qué decir y cómo ilusionar.
Por Liliana Viola
Nada por aquí, nada por allá. “¿Encontraría a la Maga?” Tarea difícil. Luego del primer golpe de vista, no aparecen mujeres en el mundo de la magia. Ahora mismo, en el Museo de Arte Decorativo, una exposición llamada La magia. 400 años de ilusión presenta 3500 piezas increíbles: libros prohibidos, máquinas extrañas, juguetes, fotos, carteles publicitarios, programas de espectáculos.
Los magos son seres estrafalarios, de ojos delineados con un negro poderoso, aire oriental, traje funerario o vestimenta brillante, cierta coquetería. Pero la verdad es que son hombres: Fu Manchú, el Conde Patrizio, el Mago Nicolay, Fassmann el Hombre Radar, el Príncipe Misterix, Fantasio, el Gran Faluggi...
Cuando las mujeres aparecen en la magia, al instante desaparecen. Se desintegran con golpes de varita tras una cortina de humo o de terciopelo. Llevan velos transparentes, bellos peinados, altura considerable, cintura de avispa y una sonrisa a prueba de dardos. ¡Qué habilidosas! Algunas saben hacer sombras chinescas. Casi todas se disuelven tras la fama de sus maridos. Mercedes Talma (Mary Ann Ford) fue una espectacular prestidigitadora especialista en monedas y, aunque Houdini dijo de ella que “es sin duda el mejor artista de juegos de manos que jamás haya vivido”, en sus carteles aparece como modesta integrante del trío Le Roy, Talma, Bosco, con primer plano del mago Le Roy, su esposo.
Ardor y sumisión para sostener la galera, soplar tres veces, quedar en evidencia por haber ocultado detrás de su oreja el anillo o el reloj pulsera de un espectador burlado. Capaces de sentir satisfacción por el trabajo ajeno, sonríen ante un conejo, flexionan las rodillas cuando él la señala... ¡Aplausos para la bella asistente del mago!
Un hilo de sudor frío recorre la espalda: gacela o amazona, podría terminar su función acribillada si el virtuoso fallara con los cuchillos, las flechas o los dardos. Rara y triste es la excepción de Chung Ling Soo, el mago famoso por su habilidad de atrapar balas con los dientes. A su esposa y asistente, por lo tanto, le tocaba la tarea de disparar. Falló una vez. ¿Para qué más? A punto de ir presa por asesinato agravado por la relación, se reconoció que había sido un accidente de trabajo. Gajes del oficio.
Las parejas de magos son muy pocas, pero más numerosas que las magas independientes, y en general están originadas en alguna adversidad. Alexander Herrmann, considerado uno de los mejores artistas del siglo XIX, formó con su hermano Carl una dupla aplaudida, entre otros, por la reina Isabel II, el rey Alfonso XII y el presidente Abraham Lincoln. Un buen día, la codicia los separó y acordaron repartirse el mundo: a Carl le tocó Europa y a Alex, América.
“No es bueno que un mago esté solo”, pensó Alex. Fue entonces que su esposa Adelaida se convirtió en su fiel colaboradora. La pareja actuó diez años gloriosos en los que adaptó el número de la mujer que levita de Houdini y creó su propia –y sin accidentes– versión del atrapamiento de bala. Deslizándose con sutileza de su papel de asistente, Adelaida concentró la atención del público en números como “La cremación”, en el que salía de las llamas sin rastro de quemaduras, o cuando en el acto conocido como “La decapitación” su propia cabeza, muy alejada del resto de su cuerpo, mantenía una charla amigable con quien segundos antes la había cortado en dos porciones.
A la muerte de Alexander el Grande, Adelaida se hizo cargo del espectáculo y de la compañía. Ostenta el crédito de haber creado en 1899 el primer espectáculo musical de magia de la historia –Una noche en el Japón–, que fue un éxito en Nueva York, pero la bibliografía especializada sigue hablando casi exclusivamente del Gran Alexander; aunque Adelaida, conocida ya entonces como “La Reina de la Magia”, se presentó con gran éxito en las principales capitales de Europa y Estados Unidos durante casi veinte años, y continuó en el escenario hasta cumplidos los 75, protagonizando escenas en las que estuvo siempre a punto de perder la vida, o al menos una parte. Esta maga es excepción y –sobre todo– pionera, porque hasta que la moda victoriana no se marchó, llevándose los vestidos engorrosos que impedían subirse sobre una mesa o meterse dentro de una caja, la figura de la asistente, complemento o amada clandestina ni siquiera existió. Los varones y los niños llevaban atuendo más apropiado para eso.
En el siglo XX, cuando las polleras de las chicas dejaron a la vista belleza y fragilidad, las secretarias se subieron al escenario.
Quizá la ilusión más famosa de principios de siglo, y que involucra a una dama, sea la de “la mujer serruchada en dos”. Esta rutina fue inventada por el mago inglés P. T. Selbit en 1921, y a partir de entonces quedó instalado el cliché de las lindas “acosadas y torturadas” en escena. La imagen de una mujer en peligro se transformó en una moda que el cine en ciernes también supo explotar. A la “mujer serruchada”, Selbit agregó otras tales como “Destruyendo una niña”, “Haciendo crecer a una niña”, “Alargando una niña”, la “Niña indestructible”, “Aplastando a una niña”, e ilusiones por el estilo. Quiso duplicar su éxito con una rara serie de ilusiones de tortura, pero el morbo del público le marcó el límite.
Vale aclarar que el éxito de la mujer serruchada se debió en gran medida a su estrategia publicitaria: el mago pegó carteles por las calles ofreciendo 20 libras por semana a Christabel Pankhurst para que se prestara como cebo de su serrucho. Si el nombre de Christabel Pankhurst hoy no dice casi nada, en aquel entonces decía: “Hombres, tiemblen”. Era popularmente reconocida por haber actuado en 1905 como una de las más combativas sufragistas, famosa por sus radicales y sensacionalistas técnicas violentas. Aprobada la primera legislación sobre sufragio femenino, ya en 1921 la sociedad había experimentado cambios considerables, y las cruzadas femeninas habían cedido su gracia sutil. Selbit estaba inteligentemente en posición de capitalizar estos cambios y así fue como su provocación tuvo eco en los titulares de los diarios de todo el mundo. Si el mago no pudo cumplir el sueño general de partir en dos a la mujer que casi doblega a un gobierno de varones, dio fin a la etapa de la magia de oro en la cual regía la premisa de que “todo debía hacerse con suavidad”.
Si hay una especialidad en que las mujeres brillaron con luz propia es la de mentalistas o telépatas, el terreno de la “percepción extrasensorial”. El gran problema aquí es que mientras para las demás ramas de la ilusión rige el secreto obligatorio a riesgo de perder la vida, cuando se trata de leer la mente o comunicarse con los muertos, nadie puede detener a los buscadores del fraude. Por eso, muchas mujeres que llegaron a la cima, bajaron estrepitosamente, por impostoras.
La superstición de que la mujer es la vía natural a través de la cual el demonio hace de las suyas, el Mal, y en la que encarna Satán o sus demonios, acusó de brujas a las antiguas magas, y a las nuevas, de tramposas.
En su artículo “Las mujeres y la magia”, Carlos Vertanessian cuenta el caso de Las Fox (Katie y Margaret), dos hermanas de un pequeño pueblo cercano a Nueva York, que desde niñas “jugaban a producir ruidos extraños en su casa, tornando este hábito en un prolífico negocio y haciendo rentables a sus espíritus”. Dispararon el furor del espiritismo moderno a mediados del siglo XIX, invocando espíritus a pedido de los asistentes que en torno de una mesa formulaban preguntas a sus seres queridos. Los espíritus daban un golpe para decir no, dos para sembrar la duda y tres para dar el sí. Los prodigios de las Fox se extendieron por todo el país a la par de sus ganancias, para luego cruzar el océano y ser replicado por un sinnúmero de émulos. Su éxito fue tal que un periódico de Boston las retó a que realizaran su número monitoreadas por un cónclave de científicos y magos. Aceptaron. Las chicas tenían su técnica basada en una admirable facilidad para castañear los dedos de los pies que, al ser descubierta, dio fin a sus giras mágicas y misteriosas.
Más larga fama consiguió la Gran Eva Fay, la creadora de la danza del pañuelo para convocar espíritus. Formó dupla con su marido, el mentalista Henry Fay, aunque dicen que tenía poderes mucho antes de conocerlo, y por algo al quedar viuda comenzó a desarrollar su propio acto: con los ojos vendados, contestaba a preguntas escritas por los espectadores. No se divulgó cómo lo lograba y por eso es una de las pocas que figura en los libros de historia de la magia.
Tampoco fueron desenmascarados Los Zancig (Julius y Agnès), “dos mentes con sólo un pensamiento”, quienes llegaron a convencer de sus poderes psíquicos a Sir Arthur Conan Doyle. Según ellos, era cuestión de telepatía sumado al don de la clarividencia de Agnès (que muchos atribuían a su joroba). Agnès, con más suerte que las hermanas Fox, pasó airosa varios tests del British College de Ciencias Psíquicas de Londres. No tuvo oportunidad de quedar viuda para demostrar en un unipersonal que era ella la buena del equipo; cuando estaban en el pináculo de su fama, ella murió y fue Julius quien continuó el espectáculo, reemplazándola con sucesivos intentos fallidos, hasta que debió retirarse.
En Grecia no existían los magos. La magia, actividad profana llegada de Asia, se reservó a las mujeres. Todos, y en especial Ulises, tienen que recordar todavía a Circe, la que con un toque de su varita convirtió en diversos animales –leones, cerdos y perros, según la naturaleza de cada uno– a los hombres encargados de acompañar y defender al héroe. Circe, tan maga que era, se quedó un año con el fiel Ulises, a pesar de que él nunca terminó de olvidar a Penélope.
Medea es la experta en sortilegios que ayuda a Jasón a conseguir el vellocino de oro, la que permitirá, por amor, que él conozca los secretos de este mundo y de los otros, los secretos de la vida y de la muerte. Para Circe y Medea, los hombres que escribieron la mitología reservaron los mejores dones y también la malicia: “Las mujeres, para el bien, del todo ineptas somos; mas de todos los males, artífices muy sabias”. Las dos abandonadas, despechadas y vengativas, pero magas hasta el fin.
Llegó la Edad Media y el sentido de la palabra maga quedó atrapado por la palabra bruja. En sólo tres meses, en 1513, fueron procesadas 5 mil mujeres en Génova, 7 mil en Traer y 1500 en Bamberg. Años después, en Salem, 400 “brujas” fueron acusadas por sus prácticas heréticas: degolladas, presas o quemadas en la hoguera.
No deja de ser un interesante linaje. Aun así, como si las magas no tuvieran ninguna tradición, avanzado el siglo XX, es la institución matrimonial la que parece darles el mejor pasaporte para ejercer su vocación. Este es el caso también de Charlotte Pendragon, que figura en el Guinness por ser la primera mujer que ingresa –en 1991– en el Inner Circle of the British Magic Circle, y que recibe además el premio “Mago del Año”, una especie de Oscar de la magia.
Para contrariar esta impresión de que la mujer en la historia de la magia siempre puede desaparecer en un cofre que se cierra, una nueva generación de magas busca su lugar y empieza a quedarse con los mayores premios. Tal vez no habrá que esperar a que Hermione Granger, la amiga inteligente de Harry Potter, crezca para ver triunfar a las magas profesionales.
La joven Juliana Chen, destacada como una de las mejores, ha conseguido ser el “primer mago” de nacionalidad china que gana un premio mundial. Comenzó como acróbata en un circo, profesión que a los 25 años comenzó a traerle dolores de piernas. En secreto empezó a practicar manipulación con cartas y con pelotas de ping-pong, aprovechando la suerte de ser ambidiestra y el hecho de que en China las magas no son rara avis. Cuando estuvo lista, impactó al director del circo, quien la contrató para un número de magia que paseó por el mundo.
En España, el año pasado, se realizó el primer Festival de Damas Mágicas, donde las expertas, además de demostrar sus dones, se quejaron de que éste es un mundo hecho para magos: “La prueba es que no hay en el mercado objetos adaptados para ser manipulados por manos femeninas”.
Ante la pregunta de cuál es la diferencia entre magas y magos, los magos ensayan una científica explicación. “Hay estudios que aseguran que los hombres suelen utilizar más el hemisferio izquierdo del cerebro, que corresponde a los sueños y las fantasías; en las mujeres predomina el hemisferio derecho, son más racionales, y de ellas se piensa: ‘¿Cómo van a pasar cuatro horas haciendo un truco con una baraja?’.”
Las mujeres contestaron, efectivamente, dando muestra de mayor espíritu práctico. “¿La diferencia entre magos y magas? Nosotras jamás pensaremos en un truco que necesite de hombres florero.”
Historia gráfica y visual de la magia, hasta el 5 de agosto, de lunes a viernes de 14 a 19, sábados domingos y feriados y vacaciones de invierno de 12 a 20. Museo Nacional de Arte Decorativo, Av. del Libertador 1902
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