Viernes, 22 de junio de 2007 | Hoy
INUTILíSIMO
A la mujer que ha perdido su marido se le presentan una serie de cuestiones que el libro de Joseph Schmitz, La viuda y sus problemas (Editorial Victoriano Suárez, Madrid, 1964, traducción directa del alemán de R.F. Juncadella), sin duda le ayudará a superar de la manera más sana y también más santa. Entre los diversos e imprescindibles capítulos de este opúsculo, merece destacarse el referido a “La viudedad con honor”, que trae certeros consejos sobre “cómo dominar las fuerzas sexuales”. Según este devoto autor, “ésta es la renuncia que más agrada a Dios, o sea la firme voluntad de impedir cuanto puede enturbiar la castidad, superando todos los peligros que puedan amenazar tan preciosa virtud”. Al parecer, será más asaltada por la tentación aquélla cuyo amor a Dios y a las enseñanzas de la Iglesia sea más acendrado.
Veamos cuáles son los caminos que prefiere el Demonio para perturbar la paz espiritual y carnal de las viudas: “Tales tentaciones pueden surgir del propio interior, y a veces pueden ser más violentas que las que se presentaban durante el matrimonio”. En estos casos, por ejemplo, frente a un fuerte y excitante recuerdo del muerto, “se vuelve necesario acallar los deseos de la naturaleza”. Es el momento de llamar en nuestro auxilio “a todas las fuerzas capaces de proveernos contra lo que pueda turbar el espejo de una limpia y casta viudedad en el mundo de los pensamientos, y más aun en el de la fantasía”.
Nada más apropiado que tratar por todos los medios de mantener el equilibrio y la tranquilidad a fin aventar toda culpa si la tentación nos ha tomado por asalto, tratando de distraer nuestra mente con nobles recursos, sin dejar nunca de lado la ayuda de la oración. “Esto tendrá validez especialmente a la hora de la soledad y la depresión de ánimo”, dice Joseph Schmitz. “Los honrosos recuerdos del marido, el estado de seguridad que representaba, su forma de ser tan masculina que tanto admiraba la esposa, el fiel cuidado de los niños, pueden representar para ella una barrera protectora contra todo pensamiento turbio, y contribuirán a tranquilizar sus nervios”.
Desde luego que el combate contra este tipo de tentaciones puede ser arduo. Entonces, “cuando la necesidad corporal sea muy aguda, resultará inevitable recomenzar la lucha con gran valor y disciplina para dominar así el organismo”. Aquí conviene remarcar que otros placeres de los sentidos pueden atizar la incitación al pecado de la lujuria: por caso, a quien da demasiado gusto a su paladar le será más difícil preservar la virtud en su pensamiento. Asimismo, “quien tenga orejas y ojos para la influencia de revistas ilustradas, ciertas películas, libros, radio, todo ello sin la correspondiente medida y rigor, no deberá asombrarse si su alma se ve sumida en un campo de batalla contra las tentaciones”.
Que quede prístino, pues, “la mejor forma de proteger una viudedad casta es dedicarse a las oraciones, las ofrendas, el cuidado de la familia y de los semejantes”. Y nada de sibaritismo ni de hedonismo, porque —como dijo San Pablo, gran amigo y defensor de las mujeres, citado por el vademécum de Schmitz— “una viuda que ama los placeres está muerta en vida”.
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