Viernes, 22 de junio de 2007 | Hoy
EXPERIENCIAS
Blanca Alsogaray no usa perfume porque su nariz es un tesoro que no mancillará con sustancias foráneas. Tiene que mantenerla virgen, al menos de cualquier olor que no sea el del tabaco de los mejores habanos, los que sabe catar tan bien como los mejores del mundo (es la única mujer a la que Cuba reconoce apta para la tarea), los que disfruta selectivamente en el momento justo.
Por María Mansilla
Blanca Alsogaray no usa perfume justamente porque muere por uno de ellos: el de los habanos. Desde hace unos 20 años los cuida, los hace viajar, los muerde suavecito, los estudia, los sostiene, y en sus locales de La Casa del Habano los guarda en cofres especiales que, a su vez, están en cuartos especiales que se llaman humidores. Sabe que son puros y celosos, y no les gusta mezclarse con aromas ajenos.
Su papá fumaba habanos. Pero, según ella, escéptica de cuestiones de Edipo, todo empezó cuando volvió del exilio, en el año ‘83, y se dedicó a montar el stand de la Embajada de Cuba, en La Rural. De todos los productos del país caribeño que se exhibían ahí, los que más le atraían eran los cigarros envueltos en papel madera. “Me encantaba verlos, tocarlos, me gustaba el perfume. Pero en esa época, en la Argentina, nadie sabía nada de habanos”, recuerda Alsogaray.
Primero abrió una distribuidora, la única que importaba habanos cubanos en el país. Luego, en 1995, inauguró la versión local de La Casa del Habano, una cadena de clubes (de lo más chic) de fumadores: fue la cuarta tienda que se abrió en el mundo, hoy es uno de los 103 locales distribuidos en 50 países. Blanca Alsogaray fue, además, la primera dama en participar de un panel de degustación, invitada nada menos que por la fábrica cubana Partagás. Su trono en la cena del Festival del Habano que se realiza en La Habana desde hace 9 temporadas –y donde las ganancias se destinan a la salud pública– es un clásico. Así fue que se convirtió ella en una de las personas, en la Argentina, que más sabe de puros y del hábito de fumarlos, un sello americano ya desde los tiempos de Cristóbal Colón.
–Se duplicó, y sobre todo entre los jóvenes. Supongo que el cambio es promovido por la cuestión de la vida sana y natural, el buen vivir, lo light, la salud. Pensá que el habano no tiene químicos, no tiene papel –lo envuelven en hojas secadas naturalmente– y no se traga el humo: tres cosas importantes para los fumadores. Hay mucha gente joven que está fumando tabacos chiquitos, grandes... Antes el perfil del fumador de habanos era el de un hombre de más de 50 años con un nivel económico elevado, y no se fumaba mucho en público.
–Claro, es como con los vinos. Exactamente igual. Hemos escuchado en una época decir que las mujeres tomaban vinos suaves... Esas cosas me enojan. Porque el vino suave les gusta a los hombres a los que les gusta el vino suave y a las mujeres a las que les gusta el vino suave. Las mujeres fuman lo mismo que los hombres. No hay diferencias. No hay un tabaco para mujeres. Ellas eligen el sabor. En este momento todo ha cambiado muchísimo. En la Argentina, el 10 por ciento de los fumadores de habano son mujeres, el mismo porcentaje que manejan en Estados Unidos. Hoy hay muchas mujeres que fuman, generalmente porque sus maridos fuman, y no fuman lo mismo que ellos. Tengo muchas clientas, y son mujeres que trabajan y por supuesto tienen iniciativa. Pero no suelen fumar en público.
–No, la legislación pudo haber afectado a la clientela de los bares, pero no a nuestro público. Estoy a favor de esa medida, siempre y cuando existan lugares donde se pueda fumar, como las tabaquerías o clubes de fumadores. Porque nos tenemos que respetar.
–En esa época me miraban como una cosa fuera de lo común, tanto en la Argentina como en Cuba. Pero nunca sentí que me miraran mal. En Cuba tampoco era común ver a una mujer fumando habanos, salvo a las torcedoras de las fábricas. A los hombres les gustan las mujeres que fuman habanos, les parece sensual. También están los muy machistas que te dicen que no les gusta, pero bueno... no es la gente con la que yo me rodeo.
–Depende del día de la semana y de la hora. ¿Un sábado a la noche? Elijo un robusto, es el tabaco que más me gusta. También me gusta el Edmundo de Montecristo, que es fuertón. Depende, también, de lo que haya comido... Si la comida ha sido liviana, un Petit Churchill de Romeo y Julieta. Si comí pescado, me gusta un Epicure número 2 de Hoyo de Monterrey. Suelo acompañar con vinos, con ron, me gusta el ron cubano o venezolano, añejo 7 o 15 años, y el brandy también acompaña muy bien. El habano es una compañía, es para disfrutar. No prendés un habano cuando estás trabajando al lado de la computadora, salvo algún escritor que fume mientras escribe. Se relaciona con el disfrute. El habano se degusta.
–En el ‘95 formé parte de un panel de degustación del 8-9-8 de Partagás, por el 150º aniversario de la fábrica. Fui la primera mujer en participar de algo así. Eramos 4 personas. En esa época comenzaron a salir productos suaves, entonces estábamos ahí para opinar si se le daba un sabor más suave al 8-9-8. Pero el 8-9-8 de Partagás es emblemático e histórico. Lo que yo proponía era hacer una marca nueva, pero no cambiarle el sabor a ese habano clásico. Ese día empezamos bien temprano, a la mañana. Te daban tres habanos, tenías que ir probándolos de a uno, porque no se prenden todos juntos. Pero entre uno y otro podés tomar té o ron para cambiar el gusto porque, si no cortás el sabor, no podés distinguir nada. Eran las 7 y media, 8 de la mañana.
–¡Con ron! El té me hace vomitar (risas). Se hizo en la misma fábrica de Partagás, que está detrás del Capitolio. El lugar es inmenso, y hay inmensos tablones donde se arma el tabaco. Estábamos en uno de esos salones, alrededor de una mesa, pegados adonde estaba todo el mundo trabajando. Teníamos enfrente al famoso lector. El tema es que cuando va un visitante a la fábrica los torcedores saludan; y cómo saludan: ellos tienen una cuchilla para trabajar, entonces golpean las cuchillas en las mesadas. Ese es el saludo, es emocionante. También conocí la fábrica de Cohiba, donde la mayoría de las armadoras son mujeres, e incluso la directora era mujer.
–Mi papá murió justo antes de que yo empezara. No vio esto. Pero le hubiera encantado. Ah: al final, el día de la degustación en Partagás, el sabor que quedó fue el del tradicional 8-9-8. Se hizo lo que yo quería.
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