Viernes, 22 de junio de 2007 | Hoy
TALK SHOW
“La de las mujeres es una violencia subte-rránea, una violencia que no se atreve a surgir. Creo que es una cuestión cultural, y no creo que seamos mejores que los hombres. Lo que nos puede salvar es que estemos prevenidas sobre esa violencia y sobre la manipulación de la violencia”, decía Griselda Gambaro en marzo de 1983, en el suplemento “La Mujer” del diario Tiempo Argentino, cuando todavía estaba en cartel la primera puesta de su obra La malasangre, protagonizada por Lautaro Murúa, Soledad Silveyra y Oscar Martínez. En La persistencia, la pieza de esta dramaturga faro del teatro local que se estrena hoy en el San Martín, Zaida, la protagonista, saca a la superficie una violencia brutal, pasa al acto de la manera más atroz: asesinando premeditada y alevosamente a niñitos de una escuela.
En esta ficción que alude al atentado checheno de 2004 contra la escuela de Beslan, Zaida, inducida, azuzada por su marido guerrillero Enzo, transforma el enorme dolor por la muerte violenta de su hijito en un odio que la alivia y la estimula para llevar a la práctica una crueldad vengativa a la medida de ese sufrimiento. Pero Zaida no engendra esa violencia sino que, casi como una sonámbula marcada por el destino, se deja convencer por Enzo, el hombre que la maltrata, la inferioriza, la descalifica, pero que sabe encontrar el camino para encenderle el odio. Ella muerde el puño que él le ofrece, cumple la orden de Enzo, hinca sus dientes con fuerzas y casi sonríe ante la revelación: “Sufro menos”.
Un momento antes, Enzo le ha informado a Boris, el dubitativo hermano de Zaida, que van a atacar un lugar sagrado, una escuela. Y despliega su justificación: “Nos quitan tierras fértiles, no cesan de ambicionar lo que nos pertenece...” Y también dice verdades terribles para defender la ley del ojo por ojo: “No cuentan nuestras bajas”, es decir las de los niños asesinados como el de Zaida, “para que los hipócritas del mundo no se estremezcan de piedad”.
En esta tragedia sin fin, persistente, que evoca intolerancias, fundamentalismos, nacionalismos de tremenda actualidad, Griselda Gambaro –quien anteriormente apeló a este género a partir de Sófocles (Antígona furiosa) y a Shakespeare (La señora Macbeth)– vuelve a agitar la conciencia del público, acaso más certera e inexcusable que nunca, con inflexible y dolorosa honestidad, a través de una pieza maestra, sin duda uno de los mayores acontecimientos teatrales del año. La persistencia llega al corazón de las tinieblas, a las tinieblas que acechan en el corazón de los/as humanos/as. Es una obra que confronta sin atenuantes al espectador, a la espectadora, con el lado más oscuro de ese potencial que se puede expandir de tan diversas maneras. En Zaida, la ternura y la bondad que recuerda Boris se dan vuelta a un punto tal que después del asalto se regodea al recordar las muertes de los niños, futuros enemigos, descree de su candor, de su indefensión. Su hermano intenta débilmente resistirse a participar del ataque, de hecho no dispara, pero tampoco se atreve a defender su posición frente al autoritario Enzo. Es un tibio, como dice Zaida.
Aunque todavía faltaban algunos ajustes, en la pasada del martes último, además de apreciar la sugestión conceptual de la escenografía de Graciela Galán (también diseñadora del excelente vestuario) y la música de Edgardo Cardozo, tan integrada al devenir del relato (coros de niños traen un eco tamizado de la tragedia), en esta puesta de grandes aciertos realizada por Cristina Banegas arrasa la actuación de Carolina Fal, una actriz fenomenal, de un grado de comprensión y de entrega difícilmente comparables. Ella está allí, talento siempre sorprendente, puro instinto que aterro-riza, para darle cuerpo y voz al bello y terrible texto de Gambaro, la escritora poseedora de ese hacha de la que hablaba Kafka, necesaria para romper los mares helados que están dentro de nosotros/as.
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