Viernes, 27 de septiembre de 2002 | Hoy
TEATRO
Marilú Marini estuvo unos días en Buenos Aires para encarnar, en francés y en unas pocas representaciones, a la Solange de “Las criadas”, de Jean Genet. En la pieza, la actriz argentina desarrolla magistralmente la ira contenida y el resentimiento de esa criatura que en su vida sólo ha podido servir a su patrona. De regreso en París, acaso por una revancha a la que contribuye su agenda, Marini comenzará a ensayar el rol de una dominatriz.
Hace unos días los
porteños volvimos a ver a Marilú Marini en el teatro. Esta vez
en francés y en el cuerpo de Solange, una de Las criadas, de Jean Genet.
Fue en una puesta magnífica de Alfredo Arias, quien también actuó
como Madame (la patrona), acompañado por Laure Duthilleul, en el rol
de Claire (la otra criada y su hermana menor).
Pocas funciones excepcionales que fueron posibles en el Centro de Experimentación
del Teatro Colón, gracias a la Asociación Francesa de Acción
Artística, que tiene por misión difundir la cultura francesa en
el mundo. Nada más oportuno que esa obra, como una reflexión lúcida
sobre el sometimiento y el poder, para los tiempos que corren en el mundo y
especialmente aquí. Les bonnes fue publicada por Jean Genet en Francia
en 1947 y se conoció en la Argentina cuando fue presentada por la revista
Sur, en los años 50, gracias a la traducción conjunta e
impecable de José Bianco y Silvina Ocampo. Es una pieza donde lo poético
se topa e integra con lo brutal, y la violencia planea (reprimida o suelta)
tanto en los diversos juegos entre opresor y oprimido, como en la estructura
de la condición servil.
Tanto la pieza de Genet como la puesta de Arias son intensamente provocadoras
e incitantes de un ahondamiento. Hacerlo con Marilú Marini, en uno de
los roles más lacerantes de toda su carrera, enriquece la experiencia.
Es el papel de Solange, cifra y paradigma de la humillación.
Solamente humillación
¿Cómo fue hacer vivir a Solange y sus miedos paralizados
en su lucha de salones contra cocinas y lavaderos?
Al principio, tuve una resistencia al papel de Solange, que encarna lo
más sometido, el resentimiento y la imposibilidad de expresar el sufrimiento.
Ella encarna los males infligidos por la sociedad que la relegó al rol
de servir sin opinión y sin identidad. Yo tuve que recorrer zonas muy
oscuras para poder hacerlo, zonas donde aparecen el rechazo y el sentirse negado.
Son aspectos que Jean Genet conocía muy bien, por haber sido rechazado
primero, cuando fue un niño abandonado, y luego, cuando estuvo preso
por robo, y además relegado a la marginalidad como homosexual, desde
su adolescencia. En esta obra, si bien todos los personajes son Genet, básicamente
se reconoce en las dos hermanas juntas. Allí está lo místico,
junto al sometimiento y la rebelión. El rol de Solange no tiene acceso
a la acción. Ella trata de seguir a Claire, como su hermana mayor reprimida
y responsable. Tiene miedo a reaccionar, apasar a la acción, la cual
delega en la creatividad desesperada de Claire. Ellas dos se tienen una a la
otra en una situación sofocante, que va de la contención a la
locura y que provoca alteraciones emocionales, sensación de no tener
nada, pero no dentro de un vacío placentero, sino en un pozo sin fin.
¿Podría decirse que fue uno de tus roles de mayor coraje?
Tener el coraje de meterse en el cuerpo de un ser que lo único
que ha vivido son vejaciones y humillación, es duro. Hay que vivirlo,
es como tener un tatuaje, como el de Solange. A mi primera resistencia, sin
embargo, le sobrevino casi un placer de experimentar sentimientos que no conocía.
En todos los roles que hice, aunque fueran terribles (por ejemplo Calibán
en La tempestad, de Shakespeare, o La mujer sentada, de Copi), no había
conocido la humillación. Además, el papel de Solange no tiene
acceso a la acción. Como no hay comunicación positiva posible,
la humillación se convierte en algo... en un sentimiento atroz, pero
no el vacío, que ella conoce demasiado bien.
En ese juego constante de cambio de roles e identidades, ¿cómo
es meterse en la piel de Madame?
Claire se disfraza más fácil de Madame, la patrona, porque
es extrovertida, mientras que, como siempre entre ellas, Solange la asiste,
la pincha, para ser cómplices en la rebelión no resuelta, y la
provoca para que se rebele, ya que a ella, como ideóloga, le cuesta entrar
en el juego. En todo caso, como hermana mayor que se hace cargo, se paraliza.
Ya que el juego no pasa por la idea de cambiar la realidad. Ni siquiera en el
momento de poner gotas de gardenal en la taza de té de tilo, para envenenar
a la patrona. Solange indica la dosis precisa de la poción y la forma
de preparar el té, pero no pasa a la acción. Dice a su hermana:
Nueve gotas no serían suficientes y más de diez, la harían
vomitar. Ella dice, pero no hace.
¿Cómo funcionan el autoritarismo de Madame y la parálisis
del miedo en Solange?
Madame es, para las hermanas, la idea de la autoridad. Del perseguidor
interno controlando, y en esa idea que está siempre en Solange, se corporizan
los emblemas de la condición femenina burguesa, que le fueron siempre
negados: vestidos, perfumes, sedas, suavidades, redondeces, joyas, encajes o
terciopelo. Dice Solange: Si yo no puedo gritar mi odio, puedo en cambio,
escupir sobre alguien que me humilla. Si no, siento que mi saliva me va a ahogar.
Mi escupitajo se convierte en mi broche de diamantes. Lo único
que tiene Solange es solazarse en el resentimiento, el odio y la humillación.
Lo sabe siempre, aun cuando Madame les regala los vestidos que no le sirven
ajados y desgarrados. O las flores marchitas. Uno de los momentos más
formidables es la fantasmagoría del perseguidor interno (Madame encarnada
magistralmente por Alfredo Arias, en una corporización y un trabajo teatral
maravilloso). Una vez destruido el mito de Madame, la única solución
es que una de las criadas muera. Solange en la piel de Claire, la más
fuerte, será la que alcance el té de tilo envenenado a la verdadera
Claire, servido en la mejor taza de la vajilla más fina.
Terminados los pesares de la Solange de Las criadas, Marilú Marini tendrá
que meterse en el cuerpo de una dominadora (¿una revancha?) que tiene
problemas con una dominada, en la pieza a ensayar, no bien llegue a París.
Se trata de El complejo de Thenardier, del autor africano José Pliyá.
Y unos meses después, la actriz argentina se convertirá en la
heroína de Los días felices, de Samuel Becket, dentro del Festival
de Avignon, dirigida por Arthur Nauczyciel, quien proyecta traer la obra a Buenos
Aires, con decorados de Philippe Paneno.
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