ARQUETIPAS
La peluca
Por Sandra Russo
–Si te cuento lo que hice, vas a creer que estoy loca.
–¿Qué hiciste?
–Me compré una peluca.
–¿Una peluca? ¿Para qué una peluca?
–Adiviná.
–No se usan más las pelucas.
–Ya sé.
–¿Para qué te la compraste?
–Para jugar con Gustavo.
–¿Para jugar a qué?
–Che, ¿sos boba, vos? A ver, ¿qué se te ocurre?
–Qué, ¿juegos sexuales?
–¡Pero claro! Mirá: tenemos un personaje que se llama Jessica.
–Qué nombre horrible.
–Obvio que es horrible. Tiene que ser horrible, cómo querés que se llame, ¿Simone de Beauvoir?
–Sí, claro.
–Bueno, y Jessica es rubia. Es secretaria y es rubia.
–¿Es secretaria?
–¡Sí! Es la secretaria del señor Giménez.
–¿Y quién es el señor Giménez?
–Gustavo, tarada, ¿quién va a ser?
–Ah.
–Entonces dije: si jugamos, jugamos. Jessica tiene su propia ropa, sus propios zapatos...
–¿Cómo son?
–¡Horribles! Es una chica de mal gusto, pero rezarpada.
–¿Y la peluca?
–¡Es espantosa! Rubia y con rulos, de pelo totalmente artificial. Parece de muñeca Rayito de Sol.
–¿Te la probaste?
–Claaaro... ¡Me queda súper ridícula!
–¿Y dónde la compraste?
–En Once.
–¿Y cuánto hace que existe Vanessa?
–Jessica.
–Bueno, Jessica.
–No sé, dos meses. ¡No sabés cómo nos revitalizó! ¡Revivimos!
–¿En serio?
–A Jessica le debo muchas alegrías.
–¿En serio?
–Te juro. Todo lo que no me animo a hacer yo, lo hace ella.
–Che, ¿y cuanto te costó la peluca?
–Ochenta pesos.
–¿Y dónde la compraste?
–Te dije, en Once.
–Pero, ¿en qué parte de Once? ¿Te acordás la calle?