TALK SHOW
Locas son las otras
Por Moira Soto
Al igual que en los Pequeños cuentos misóginos de Patricia Highsmith, no hay que esperar aquí mayor piedad hacia los personajes femeninos (tampoco hacia los –contados– masculinos), aunque los textos originales de Sandra Russo (las Arquetipas de aquí al lado) no alcancen ciertamente el cinismo vitriólico de la escritora norteamericana, tan misántropa ella. Con menos crueldad, más cerca acaso de Maitena (en la contundencia de algunos diálogos breves) y tomando distancia para reírse y hacer reír, Russo, como diría Josiane Balasko de sí misma, se alimenta de algunas taras de la humanidad, particularmente del género mujer, según lo saben bien las adictas a este suple, entre las que se cuenta la directora Beatriz Amábile que, entusiasta, ha llevado a la escena, con ligeros retoques, varias de las arquetipas, concentrándose en el gataflorismo de algunas de estas criaturas parlantes (sólo descriptas en los textos a través de los diálogos).
La representación de De mí, de nosotros, de ellos... tiene lugar en Palermo, en uno de esos amistosos centros culturales que florecen en los barrios porteños y que suelen tener mucha convocatoria. El sábado pasado se ofrecía la segunda función y, poco antes de la hora de inicio, el público colmaba el hall del primer piso, entonándose con una copita de licor. Gente de la zona, conocidas/os entre sí, mayoría de mujeres, como suele acontecer en las salas teatrales, del Broadway al sucucho más alejado del centro. Ya en la sala, las gradas con capacidad para unas cuarenta y tantas personas se cubrieron raudamente y una veintena de espectadoras/es se acomodó sobre almohadones en el piso. Aun sin realizar una minuciosa encuesta, se podría jurar que las chicas de toda edad que habían elegido este espectáculo no eran lectoras de Las/12: antes, durante y sobre todo después de terminar De mí..., se las podía oír preguntando quién era esa autora, de dónde había salido, qué más había escrito...
Durante el transcurrir de los sketches en los que mujeres paranoicas, cargantes, agoreras, mala onda, abusivas, desaforadas, arbitrarias, desembuchan sus quejas y reclamos, las espectadoras celebran con carcajadas y comentarios (“qué bruja, parece Fulana, etc.”). Como ocurre habitualmente con las Arquetipas, las desubicadas (en cualquier campo y sentido) son puestas en evidencia por una interlocutora tirando a sensata y equitativa, que retruca desde un lugar neutral. El espectáculo tiene ritmo gracias a la eficacia general de los diálogos y a la brevedad de los esquicios, aunque en algunos casos los remates se demoran demasiado.
En este ejercicio empeñoso al que le faltó quizás un toque de estilización y también de diversidad en las interpretaciones (hay tonos y recursos que se reiteran) sin duda se destacan Vivi Arabolaza y –único varón en el elenco– Jorge Martinelli. Las lectoras (y lectores, que acá no se discrimina a naides) que quieran encontrarse con Arquetipas de carne y hueso y segregar saludables betaendorfinas, esa enzima que libera tensiones y tonifica por medio de la risa, no tienen más que acudir los sábados, a las 20.30 a La Escalera, Juan B. Justo 889, y oblar tres pesitos por el show (y la copita).