SOCIEDAD
Invertir en el bien
Ashoka es una fundación sin fines de lucro que desde hace años financia buenas ideas de emprendedores sociales. Una vez seleccionado el candidato, que ya debe estar desarrollando su emprendimiento, la fundación le paga un sueldo para que se dedique tiempo completo a su idea. El ejemplo Ashoka más notable, en la Argentina, es Juan Carr.
Por Sonia Santoro
La primera fue una maestra hindú. Le siguieron médicos, veterinarios, economistas, psicólogos o simplemente personas creativas preocupadas por ayudar al otro. ¿Y qué podrían necesitar estos emprendedores sociales, capaces de mover montañas para que un chico no pase hambre, un sordo pueda trabajar o un indígena defienda sus derechos? Que alguien los ayudara a ellos. Para eso se creó la Fundación Ashoka que, tomando como base el modelo de capital de riesgo, invierte en personas excepcionales y en sus ideas.
Lo revolucionario de la propuesta es que Ashoka no financia proyectos u organizaciones sino a las personas que los conducen. Durante 3 años, les pagan un sueldo que reemplaza sus ingresos para que puedan dedicarse de lleno al proyecto en cuestión. “Nosotros no nos ocupamos de los proyectos porque, si son tan emprendedores como se supone que son, del financiamiento de sus proyectos se ocupan ellos. Además no les decimos qué tienen que hacer, ellos tienen todo tan claro en la cabeza que nosotros simplemente les facilitamos su vida”, cuenta Verónica Viel Temperley, directora regional de Ashoka (Argentina, Chile y Uruguay).
Ashoka fue un líder que unificó a la India en el siglo III a. C. Con creatividad, tolerancia y visión global, se dedicó al bienestar social de su pueblo. Tomando su nombre, esta especie de fondo de inversión social fue fundada en 1980 por Bill Drayton (un abogado preocupado por el abordaje alternativo en la resolución de problemas) y pretende emular su misión.
Hoy Ashoka está en 43 países de Asia, Africa, América latina, Europa Central y Estados Unidos. “La primera fellow (emprendedora social) de Ashoka fue una maestra hindú que tenía un método muy novedoso de enseñanza, pero trabajaba de maestra. Entró Ashoka en su vida e invirtió en ella nada más que 10 mil dólares, y gracias a eso ella pudo dejar la enseñanza y dedicarse a viajar por la India a replicar el modelo, a hacer lobby en el Ministerio de Educación. Y hoy eso está metido en la currícula de millones de hindúes. Todo gracias a que alguien dijo ‘quedate tranquila con tu sueldo, yo te banco y dedicate a esto a full’. Eso es lo genial y además requiere muy poca burocracia, porque como Ashoka es muy rigurosa en el proceso de selección, una vez que son seleccionados no hay que estar controlando si se quedan en la casa o siguen haciendo su trabajo, porque ya se evaluó que son unos obsesivos. Y además como se evaluó que tienen claro cómo lo quieren hacer, no tenés que estar chequeando si manejan bien sus proyectos”, cuenta Viel Temperley.
En Argentina, Ashoka hizo pie en el ‘96 y ya seleccionó y apoya a 24 emprendedores sociales. Entre ellos, algunos de los más conocidos son Juan Carr, creador de la Red Solidaria, que responde a problemas sociales conectando al que necesita con el que puede dar; Alfredo Olivera, creador de La Colifata, la primera radio en el mundo que transmite desde un hospital psiquiátrico con la participación de sus internos; y Abel Albino, pediatra que trabaja contra la desnutrición infantil a través de un programa de tratamiento clínico del niño desnutrido y también atacando las causas de la desnutrición: la ignorancia y la pobreza. Ashoka es una organización internacional sin fines de lucro que se financia con el aporte de personas e instituciones privadas. Y no recibe donaciones gubernamentales. Su misión es promover la profesión del emprendedor social: buscar, seleccionar y apoyar personas que tienen las mismas características que el emprendedor del sector privado, de negocios, pero cuyo interés está en el campo social. “Nuestra finalidad es identificar a estas personas, hacerlas pasar por un proceso de selección y, una vez que son aprobados como posibles miembros de Ashoka, reciben un estipendio, una especie de salario, para que se puedan dedicar tiempo completo a esta idea por la cual fueron seleccionados. Además, acceden a la red mundial de pares en el resto del mundo y a contactos, invitaciones, seminarios, becas, premios, asesoramiento profesional para apuntalarlos en algunas cosas. Hemos apoyado más de 1200 en todo el mundo”, explica Viel Temperley.
¿Cómo se selecciona a estos emprendedores? ¿Cómo diferenciar a los miles que hoy encabezan ONG destinadas a ayudar a algún sector desvalido? La persona debe cumplir cinco requisitos básicos: tener una idea nueva y creatividad en cómo ven los problemas y cómo encuentran soluciones; desarrollar una idea con alto impacto social y que puede ser un modelo replicable en otras comunidades; tener calidad emprendedora (o sea, obsesión que hace que la persona no pare hasta que consiga lo que quiere), y tener la “calidad” ética.
Aunque es muy simple enumerar los requisitos, no es tan fácil encontrar personas que cumplan con todos. “Nosotros no encontramos más de tres o cuatro por año, no hay con las características que busca Ashoka. Además, tienen que ser ideas que estén desarrollando. Por lo general, el que se presenta solo termina no siendo. El emprendedor es un tipo de bastante acción y, en general, es otro el que lo nomina”, cuenta. A esta altura Viel Temperley puede hacer una tipología de la psicología del emprendedor social: “Son todos bastante egocéntricos, tienen un nivel de frustración muy baja, son muy demandantes, persistentes, obsesivos, pero gracias a todo eso consiguen lo que hacen”.
Una vez nominado, el candidato debe pasar por distintas conversaciones y entrevistas para conocer a la persona. Luego, pasa a un panel de selección local y después a uno internacional. Además, la organización tiene un programa abierto a todas las entidades con fines sociales del país: el Premio Ashoka.
Partiendo de que el principal desafío de estas organizaciones es el financiero, se trata de ayudar a su sostenibilidad en el largo plazo. Para eso, dice Viel Temperley, hay que “lograr que armen un sustento local en la comunidad y no tanto de la ayuda externa, muchas veces dependen de fundaciones alemanas y en el mismo barrio no las conocen”. Entonces, este programa premia a las mejores ideas para movilizar y captar recursos, ya sea financieros, humanos o técnicos.
El tercer programa que llevan adelante se llama E-2, emprendedor a emprendedor. La idea es: si el entrepreneur de negocios y el social comparten el mismo nivel de energía, de estrategia, de obsesión, de creatividad, por qué no juntarlos y que aprendan uno del otro. “Entonces, los juntamos una vez por año y hay una empatía espontánea. Por ejemplo, Miguel Larguia, médico, dijo ‘yo necesito alguien que me ayude a elaborar encuestas de insatisfacción porque en las maternidades vos les preguntas a las mujeres si las atienden bien y te dicen que sí. Pero si le preguntas cuántas horas tuvieron que esperar te dicen 18’. Entonces, lo ayudó un directivo de McDonald’s, donde ese tipo de encuestas es cosa de todos los días”. Viel Temperley también puso en contacto a Julio Saguier, del diario La Nación, con Juan Carr y armaron los avisos clasificados solidarios.
“Además bajás muchos prejuicios porque siempre los del sector social creen que sólo ellos son los sensibles. Algunos no se sentaban con un empresario ni a patadas y hoy no paran de hacer alianzas con el sector privado”, comenta. Del lado del empresariado también hay ganancia porque los emprendedores sociales funcionan como consultores y pueden replicar sus programas en las empresas que quieren empezar a trabajar más con la comunidad.
En este contexto de una Argentina movilizada, donde la necesidad ha empujado al desarrollo de una especie de “moda” por lo solidario, Viel Temperley exige un poco más a la sociedad: “Así como Juan Carr puso de moda la solidaridad –aunque parece frívolo como lo digo–, y logró que los diarios lo pusieran en la primera página, lo ideal sería que estuviera de moda el ocuparse de la cosa pública, que en la mentalidad del argentino no existe. Nadie hace una denuncia por nada, nadie hace nada por el vecino y hemos dejado la política en manos de los peores. Es como la reunión de consorcio: ¿quién va? En Estados Unidos no existe la amistad, pero todos son voluntarios en algún lado”.
En sánscrito Ashoka significa ausencia de tristeza.