TEATRO
Un cuadro en blanco
Yasmina Reza es parisina, actriz y autora teatral. Una de sus obras, Art, es un suceso mundial que nació con buen augurio: fue escrita para tres estrellas francesas de las que Reza era amiga. Su astucia, para que los tres actores aceptaran, residió en escribir para cada uno la misma cantidad de líneas.
Por Andrés Fernández Rubio
Pocos autores en las últimas décadas han obtenido un éxito comercial tan fulgurante y unánime como el de Yasmina Reza tras el estreno de Art en la Comédie des Champs Elysées en octubre de l994. En ese teatro de París la obra permaneció 18 meses, y siguió en Madrid, Londres, Nueva York, Berlín... Casada con el director de cine Didier Martiny, con quien tiene dos hijos, Yasmina Reza puede permitirse el lujo, gracias al éxito y al dinero que Art le ha reportado, de hacer con su carrera literaria lo que le venga en gana. De ahí surgen la novela Una desolación, un monólogo de un anciano que arremete contra sus hijos, amigos y parientes, y el libro de relatos breves sobre episodios de su vida Hammerklavier, su última obra aparecida en España, cuyo título hace referencia a la célebre Sonata para piano número 29 en su bemol mayor, de Beethoven. Con una imagen pública que mezcla el glamour de la actriz y la inteligencia de la buena escritora, no todo han sido rosas para Yasmina Reza. Una parte de los críticos franceses arremetió contra la autora de Art por utilizar como percha de su obra un cuadro de color blanco que es calificado por uno de los tres personajes como “esta mierda”. Pero ella prefiere hacer oídos sordos a las acusaciones de oportunismo, y despliega su astucia y simpatía en el bar art déco del hotel Lutetia de París.
–Sus antepasados tenían orígenes españoles, ¿no es así?
–Sí. Se contaban entre los judíos españoles que fueron expulsados por los Reyes Católicos. Y su auténtico apellido era Gedalia, que parte de mi familia sigue usando en Israel.
–Su madre venía de Budapest con su violín, y su padre de Moscú, Irán y Samarcanda. Y se encontraron en París. ¿Cómo ha sido su relación con ese pasado judío desde dentro de la cultura francesa en la que fue educada?
–Fue estupenda. Nunca me sentí apartada. Hay una historia en Hammerklavier acerca de esto. En la escuela enseñaban el catecismo a todos menos a mí. No tuve educación religiosa de ninguna clase porque mi madre era totalmente atea. Yo sabía que éramos judíos, pero no lo que eso significaba realmente. Mi padre pertenecía a esa clase de inmigrantes que enseñan a sus hijos lo bello que es París, y lo extraordinario que es el francés. Estaba profundamente agradecido y enamorado del país que lo había recibido.
–Su padre aparece en muchas ocasiones en Hammerklavier. Siente una gran admiración hacia él.
–Es que me inspiraba mucho. Era todo un personaje literario. Cuando escribí esta obra estaba muriéndose de cáncer, y durante ese tiempo tuve la sensación, con él, con mis hijos, con mis amigos, de que era como sacarnos junto a él las últimas fotografías. Por eso es un libro sobre el tiempo que pasa, sobre los pequeños momentos de la vida que ya no van a ser los mismos.
–Usted se dio a conocer como actriz, pero en la escuela también era buena escritora. ¿Cómo surgió esa doble vocación?
–Era demasiado joven cuando tuve que decidir sobre mis estudios. Terminé el bachillerato a los 16 años y me puse a estudiar geografía e historia en la Universidad de Nanterre. Pero había una diplomatura de estudios teatrales que hice al mismo tiempo y me enamoré de todo ese mundo de la escena.
–Pero se pasó a la escritura.
–Sabía que escribía bien, porque en la escuela compuse poemas que no estaban mal. Y como amaba el teatro decidí escribir una obra, Conversaciones después de un entierro.
–¿Cómo fue el proceso de escribir Art?
–Extraño. Conversaciones después de un entierro fue un gran éxito. Me pidieron luego que escribiera para la televisión, para el cine..., tuve muchas ofertas y a todas dije que no. Me es más fácil decir no que decir sí. Y entonces escribí una segunda obra que me gustaba mucho y que no tuvo demasiado éxito. Y después una tercera que nadie quería y que resultó la que más se ha representado en el mundo después de Art, Un hombre inesperado.
–¿Cómo se sentía después de ese rechazo?
–Deprimida. Nadie la quería y yo estaba sin dinero. Pensé que también estaba acabada como actriz y como escritora. Lo único que tenía eran buenos amigos entre los actores franceses. Y tres de ellos eran estrellas de cine. Y se me ocurrió escribir una obra para ellos, por puras razones comerciales, para salir de esa situación. Entonces, un amigo y vecino mío se compró un cuadro blanco y me llamó para enseñarme aquella obra fantástica. Era un hombre con dinero, pero tampoco demasiado. Y me dijo lo que lo había pagado y me pareció que estaba por encima de sus posibilidades. Sigue siendo mi mejor amigo. Volví a casa y se me ocurrió que era un planteamiento estupendo para empezar una obra. Y la escribí muy rápido, en un mes y medio.
–Pero usted dice que había un propósito comercial.
–No en la escritura, sino en el hecho de que escribía para gente muy famosa. Y al hacerlo me obsesionaba no lo comercial sino algo que creo que le da a la obra una especie de perfección. Una obsesión trivial: que cada uno de los tres actores tuviera el mismo número de líneas. Porque pensé que alguno podía decidir no hacerla por sentir que su papel era inferior. Y por eso hay un largo párrafo sobre la boda, algo que se ha hecho famoso, que no estaba allí y que escribí porque el papel de ese actor estaba quedando demasiado pequeño.
–Algunos críticos han dicho que la obra es reaccionaria porque la discusión sobre si es arte un cuadro blanco es un tema muy viejo. Pero usted consideró que esto funcionaría en teatro.
–Creo que la obra no hubiera tenido el mismo impacto si yo hubiera elegido una pintura contemporánea, no blanca, ya que el simbolismo del blanco es muy fuerte. Yo no quería hacer una obra sobre el arte contemporáneo, no era en absoluto mi propósito. La obra es sobre la amistad. Lo otro es solo un pretexto.