TALK SHOW
Bienaventurada Claudia
Por Moira Soto
Los milagros no los hacen sólo los santos (de creerle a Roma) sino también los que están lejos de serlo. Claudia Lapacó, por caso, puede decir con Marilyn Monroe (desde el título de una de sus películas, en la que por suerte cantaba) que nunca fue santa. Ni lo será, felizmente para ella y para nosotras, a juzgar por el repertorio de temas que ofrece, desde la semana pasada, en La Casona: si bien cada tanto le agarra cierto fugaz misticismo y entona joyas como “Alma mía (si yo encontrara)” o la apabullante “Tonada de luna llena” (un hallazgo memorable), la verdad es que lo que parece encandilarla son las chicas que dieron el famoso mal paso y vuelven a tropezar, las de cascos ligeros, las machodependientes y las independientes extremas. Por otra parte, tampoco la gente que rodea y arropa a Claudia L. en este espectáculo parece estar en olor de santidad: sin embargo, todos juntos y ahora han producido este milagro entre café-concert, el music-hall y la comedia musical que se llama Para qué las canciones. Después de verlo, la respuesta brota automática: para tener un momento de perfecta felicidad, “un p’tit coin d’paradis” (un rinconcito de paraíso, al decir de George Brassens, Le paraplui) bajo “el hechizo de la liviandad” (Agustín Lara, Mujer).
Para empezar, tenemos a la poética Helena Tritek (El corazón disparado, Venecia, Corpiñeras, etc.) tejiendo otra de sus inspiradas filigranas desde la puesta con este manojo de canciones que trajo (la mayoría) directamente de París y adaptó (cuando hacía falta) el sagaz (y en ocasiones, un toque salaz) Gonzalo Demaría. El vestido básico –suntuoso, funcional– es de Osvaldo Pettinari y los indispensables objetos de la ambientación los aportó Solange Ruibal, para ser valorizados por las luces de Lino Patalano. Que obviamente destellan sobre Claudia L. y su acompañante al piano, Gerardo Gardelín, coprotagonista encantador –como músico y en cómplices pasos de comedia– de este show tan recomendable. Lapacó, divina, una dama en sazón que luce con garbo su físico rubensiano y su envidiable agilidad, canta, actúa –tierna, ridícula, regalona, pícara, rea, romántica– canciones que dialogan entre sí, de Jean Ferrat, Paul Misraki, Bayle Valsien & Learsi, Kern & Hammerstein, Weill & Brecht, Y entre otras, la desopilante “La flor de Pringles” de Demaría y ese misterioso, lírico tema de Simón Díaz, “Tonada de luna llena” (“Hoy vide una garza mora/ dándole combate al río,/ así es como se enamora/ tu corazón con el mío./ La luna me está mirando/ yo no sé lo que me ve,/ yo tengo la ropa limpia/ ayer tarde la lavé”). Si en cada canción, esta consumada actriz-cantante juega imaginativamente con la mímica y recurre a piezas de vestuario diversas (que le entregan entre cajas manos diestras: las de su peluquero Alejandro Granado), en la “Tonada...” se pasa, se sobrepasa vestida con un manto virginal, lirios en los brazos, un rayo de luz que viene del cielo y la convierte en estampita.
No sería justo cerrar esta columna casi siempre tendenciosa, sin pasarles la letra de subversivo, vanguardista fox-trot de Francisco Canaro con texto de Ivo Pelay, “El casamiento no me interesa”, que dice así: “Un gentil galán/ de fina expresión,/ pinta de donjuán/ muy elegantón,/ me ha venido a visitar/ y a ofrecerme su pasión/ sin igual/ porque se quiere casar./ El casamiento, le dije, amigo/ no me interesa ni tanto,/ me revienta todo lo que deriva del dulce hogar./ Para que el gobierno gane diez pesos/ no comprometo mi libertad,/ el estar casada es vivir atada/con un clavo al lado/ y en eterna discusión./ Es vender la vida/ por casa y comida/ y vivir pendiente/ de las broncas del patrón”.
Para qué las canciones va los viernes y sábados a las 21, en La Casona del Teatro, Corrientes 1979, platea $ 12, pullman $ 10.