Viernes, 25 de enero de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
En su casita de Floresta, entre sus plantas y sus guitarras, vive y hace música Carmen Guzmán, talentosa y fecunda compositora, admirable guitarrista y reconocida cantante que, sin embargo, en los últimos años ha sido poco tenida en cuenta por el periodismo especializado. A los 82, lúcida y plena de vitalidad, sigue creando temas de diversos géneros, cantando y tocando sin desmayos, a punto de dar un recital y de grabar un nuevo CD.
Por Moira Soto
Casi 300 composiciones entre el tango, el folklore y el bolero –sin dejar de lado algunas piezas clásicas–, en muchos casos haciéndose cargo de las letras. 82 rozagantes y activos años, coqueta y prolija, anfitriona atenta que convida a la cronista con té, sandwiches y torta casera (antes se empeñó en mandarle un remise para que la llevara al barrio de Floresta, donde vive), Carmen Guzmán ni sueña con retirarse. Esta artista completa –guitarrista, cantante, compositora, letrista, docente– sigue trabajando para quienes aprecian sus creaciones: a mediados del año pasado, Epsa editó su CD Canto que se hace viento (que contiene temas tan lindos como la milonga “Voy”, de Héctor Negro y Guzmán, y la “Canción enamorada”, de Guzmán y su marido Pedro Belisario Pérez) y ya está lista para empezar a grabar en febrero un próximo disco para el sello MiM, de La Plata, con nuevos temas que ha de anticipar en el recital que dará –acompañándose de su guitarra Celeste– a fines de febrero.
Autora de milongas muy apreciadas por Sebastián Piana (“De Buenos Aires morena”, por ejemplo, el compositor la consideraba sucesora de “Milonga triste”), quien la coronó reina virtual del género, ganadora de muchos concursos, guitarrista eximia reconocida siendo aun una niña por el gran concertista Andrés Segovia, Carmen Guzmán ha trabajado con Astor Piazzolla, Mercedes Simone, Lucio Demare, Aníbal Troilo, también con incontables poetas, y sus obras integran el repertorio no sólo de intérpretes locales (Susana Rinaldi, Luciana, Laura Albarracín, Teresa Parodi...), sino que cantantes del exterior como la andaluza Martirio o la alemana Anja Stöhe han grabado algunos de sus temas. La mendocina que fuera artista de los sellos Philips, Disc Jockey, Microfón, Odeón, BGM, Global Records y que actuara en las radios Belgrano, El Mundo, Splendid, Nacional, Municipal y muchas del interior, vivió una gran historia de amor con el músico Pedro Belisario Pérez (“Amarraditos”, con letra de Margarita Durán; “No se estila, ya no se estila/ que me ponga para cenar, jazmines en el ojal”), y acaso habría que decir que la sigue viviendo pues se confiesa tan enamorada de él como hace seis décadas, y los 18 años de ausencia física parecen desvanecerse cuando habla enternecida de su marido. Después del té, Carmen Guzmán, sin hacerse rogar, toma su guitarra y con esas manos increíblemente perfectas y esa fresca voz superafinada regala a su entrevistadora un concierto privado.
“No hay en mí resentimiento, no”, asegura Guzmán refiriéndose a la poca repercusión periodística actual de sus discos y recitales. (Aunque lo intenta, sin poder zafar del usted para dirigirse a la cronista.) “Le diría que tampoco es orgullo en el sentido de sentirme ofendida. Por otra parte, sí estoy orgullosa de varias cosas: de la vida que he vivido, de las relaciones humanas que he cultivado –y lo sigo haciendo–, de la estima de tantas personas valiosas por mi trabajo. Pero es cierto que en algún momento no puede dejar de preguntarme por qué el periodismo me ha abandonado de tal manera. ¿Usted puede creer que yo doy un recital, en la sala que sea, se invita a los cronistas especializados y no viene ninguno nunca? De todos modos, tengo mis satisfacciones: el año pasado, en noviembre, Mercedes Sosa tuvo la generosidad de invitarme al Colón y además de cantar una obra mía, hicimos juntas “De Buenos Aires morena”. Estuve a su casa, vino a la mía, fue algo hermoso. Pero la atención de prensa no la consigo, salvo alguna excepción de tanto en tanto. Y conste que no quiero que se hable de mí como personaje, sino que se difunda información sobre mi repertorio, mis interpretaciones. Porque sé que he tratado de jerarquizar los géneros, que tengo un buen repertorio, que incluye temas con mi esposo, un gran músico, como usted sabrá. De esto sí me jacto un poquito, voy con la frente bien alta y ofrezco mis cosas dignamente, tampoco me gusta andar cargoseando.”
Pero más allá de la indiferencia o desconocimiento de alguna prensa, usted es muy valorada por los conocedores, por músicos y músicas de mucha calidad...
–Sí, lo sé: intérpretes como Susana Rinaldi que siempre me pone en su repertorio. También hay mucha gente joven que se está arrimando a mí en busca de obras cantadas, de piezas para guitarra, cosa que me agrada muchísimo. También mi trabajo interesa afuera: aparte de cantantes, como Martirio, que hacen mis temas, una revista española me dedicó hace poco cuatro páginas con fotos, considerándome una compositora destacada de la argentina, y ni siquiera conocía a la persona que escribió esa nota.
Además de componer y cantar, toca admirablemente la guitarra. En su último disco se la escucha en “Tu cielo lejos”, “La magia de la lluvia”, “Si pudiera ser niño”, y lo suyo llega más lejos que el simple acompañamiento.
–Bueno, soy profesora de guitarra desde los 14. Tengo una anécdota muy simpática que me sucedió a los 9: iba a la clase de un profesor valenciano y en la pared había una foto de un señor con lentes apoyado en una guitarra que yo veía todos los martes y viernes. Un día me avisa el profesor que va a llegar un amigo de España, que vamos a tocar para él y me da una partitura manuscrita para estudiarla. Llega ese día, mi padre me había llevado como siempre en un coche de plaza. Yo estaba sentadita con mi guitarra y veo aparecer una cara conocida en la puerta, “oy, el señor de la foto”, pensé, y mi profesor me anunció: “Te presento al maestro Andrés Segovia, un gran concertista”. El visitante se dispuso a escucharme, yo estaba un poco nerviosa. Cuando terminé, me tomó la mano y me felicitó, le dijo a mi profesor que me cuidara mucho, que tenía un gran futuro, una pulsación distinta. Después fui sumando algunas cocardas, como la aprobación de Sebastián Piana.
¿Cómo va a ser el repertorio de su nuevo disco?
–Tangos, milongas y valses. Me han pedido que sea toda obra mía, pero yo siempre pongo algo de mi esposo para bendecir el disco. Me dieron mucha libertad: 16, 18 temas, lo que yo decida. Quiero contarle que el disco que salió a la venta el año pasado, fue generosidad de una admiradora de La Pampa: un día ella fue a escucharme en una peña, un recital que salió muy bien, y me preguntó si quería grabar un disco. “Me encantaría”, le respondí. “Todo va por mi cuenta, yo se lo voy a regalar, ecualizado, todo.” Fue un milagro detrás de otro, porque éste que voy a hacer ahora es en condiciones similares de libertad. Me hace acordar a la época en que los artistas éramos tratados como tales, porque ahora somos un producto para ciertas discográficas: no hay respeto a veces, manejas las cosas como se les da la gana... Vez pasada, alguna gente me pedía por el disco Carnet de identidad, pregunté y me dijeron: “No, usted ha sido descatalogada”. ¿A usted le parece? Por suerte, la gente que estoy tratando ahora tiene otro estilo, me considera mucho. Se ríen porque les digo: “Apúrense que me queda poca cuerda”.
Qué manera de coquetear estando tan lozana en todo sentido...
–Bueno, eso sí, yo sería la primera en darme cuenta si aflojo en mi rendimiento, cosa que por ahora no ocurre. Que puedo seguir dando recitales, trabajando con poetas como Héctor Negro –con quien acabo de hacer tres cosas muy bellas–, Ramón Novarro, Julio Fontana, Alberto Oviedo. María del Mar Estrella, Tejada Gómez en sus tiempos... Quiero seguir en esa línea, de ninguna manera torcerme ni renunciar a nada.
Si nos remontamos al escenario de su infancia, a sus primeros pasos con la guitarra, ¿qué imágenes aparecen?
–A los siete ya estaba estudiando guitarra y toqué el Himno Nacional en la escuela, ya me trepé a un escenario. A los 8, participé de un concierto de 19 guitarras, de música clásica. La música me viene de mi padre, de mi madre, de mi hermano... Todos con la guitarra: mi hermano fue componente de Los Trovadores de Cuyo cuando era muy jovencito, papá acompañó a Alfredo Pelaya, el autor de “Claveles mendocinos”. Y mi madre siempre decía que ella había tocado la guitarra hasta que conquistó a un novio, después dejó. Papá reconocía que ella lo había enamorado cantando y acompañándose con la guitarra.
¿Nunca quiso retomar la guitarra su mamá?
–No, es que ella tenía su profesión: era modista fina de alta costura. Trabajaba para una tienda importante de Mendoza, El Guipure, era directora de los talleres. Por muchos años estuvo en eso, además de manejar la casa. Si bien siempre tuvo ayuda, nunca hemos sido gente de gran poder adquisitivo. Pero ella tenía una profesión que le gustaba, para la que estaba muy dotada. También le cosía a gente de la sociedad mendocina: los Orfila, los Arena, los Camañaro... Cuando era chiquita, iba con mi mamá a sus fincas y yo volvía con una canasta llena de dulces, de frutas, de verduras, golosinas también. La apreciaban mucho a mi madre, ella se quedaba el día entero cortando y cosiendo. Mi padre estuvo un tiempo en la Dirección de Investigaciones y después pasó a la Policía, pero no dejó nunca de tocar. Cuando yo firmé contrato con Philips en 1958, me regaló esa guitarra que había comprado a los 15. El amor a la música en mi casa ha sido muy fuerte, todos muy afinados, con mi papá cantábamos a dúo, una costumbre muy cuyana. Y por ahí tengo una cinta grabada de mamá, cuando tenía 100 años y ya estaba enfermita, contándome cosas de su juventud y pidiéndome algunos temas con la guitarra. Y cuando yo me pongo a cantar, ella me acompaña muy entonada.
O sea que el tema de la genética, además de lo musical, viene también por el lado de la longevidad.
–Mientras esté sana y me pueda valer, encantada. Mi madre tuvo muy buena salud, recién se enfermó pocos meses antes de morir... Quería contarle, porque se relacionan directamente con la música, que hice cursos de danza, ballet, baile español, tap, que en aquellos tiempos se llamaba zapateo americano, también de inglés, francés. Creo que siempre es bueno mantener la curiosidad, cultivarse un poquito, sobre todo si se toma como profesión la música, componer, tocar, cantar, escribir letras. Me gusta mucho la lectura, la prefiero a la televisión. Aunque el otro día vi por el cable un reportaje interesantísimo a Simone de Beauvoir, qué persona tan inteligente, por Dios. Por supuesto, me encantan los conciertos de Film&Arts. El gusto por la lectura me agarró cuando empecé a trabajar a los 15 como empleada en una librería –creo que lo hice para ver un poco de mundo, relacionarme con más gente, yo estaba muy guardada, muy sobreprotegida–, me devoraba los libros, el dueño me los prestaba y me pedía que no los abriese demasiado para que quedaran como nuevos. Tenía una amiga de mi edad que leía las novelitas de Delly y yo le discutía que eso no era literatura. “Porque vos no sos romántica”, me decía. Y la verdad es que soy terriblemente romántica: así fue mi encuentro con Pedro Belisario Pérez.
¿Una historia que demuestra que el amor puede no tener fecha de vencimiento?
–Sí, con toda seguridad. El 24 de diciembre pasado hizo 64 años que lo conocí, y ya se cumplieron 18 desde que se murió... Nos encontramos esa noche en una radio de Mendoza porque yo me estaba presentando a un concurso de aficionados. Le tocaba estar ahí a otro pianista, pero le pidieron un cambio. Así que cuando llegué era la única persona que estaba en el hall, un 24 de diciembre de 1944, a las 10 de la noche. Me acompañó al piano, entonces, le gustó mucho mi forma de cantar. “Dice usted muy bien, seguro que va a ganar”, me halagó. Yo tenía 19, era casi una nena para la época. El 31 cuando volví, está él: había venido especialmente para verme cantar, sin que se lo pidieran. Yo cantaba boleros en ese tiempo y, al día siguiente, empecé a actuar en la radio.
¿Ya había ocurrido el flechazo?
–Estaba rondando por ahí, pero teníamos que tener mucho cuidado en ese entonces porque él era casado, aunque ya se había separado. Y en esas fechas era pecado mortal. Tener una hija que estuviera con un hombre casado era una vergüenza para la familia. Pero valió la pena esperar, luchar por él, porque era un hombre maravilloso. Una persona muy bondadosa y sensible, honesta a carta cabal, un pianista excelente, un compositor muy inspirado. Mi madre me alcanzó a ver casada, gracias a Dios. El la quería mucho: resulta que mi mamá me había dicho “Hijita, cuando ustedes se casen, busquen un departamento chico para mí, cerca, porque el casado casa quiere”. Hasta ese momento, yo nunca me había separado de ella. Entonces cuando vino mi novio por la noche, le cuento el pedido de mi mamá. “Un momento, voy a hablar con ella”, reaccionó él. Y la encara: “Doña María ¿cómo es eso de que no va a vivir con nosotros?” Ella le explica lo que me había dicho a mí, que mejor que estemos solitos, esas cosas. Y él, que era muy bromista, hace como que se ofende: “Voy al Registro Civil, pido turno para casarme con dos mujeres, el juez que me dice que sí y ahora hay una que me quiere fallar, no puede ser”. A mí mamá le hizo mucha gracia, por supuesto, y aceptó, “solo para que no quedara mal con el juez”. Otra de las cualidades de Billy, mi marido, era que siempre me hacía reír.
¿Se puede decir que fue un matrimonio musical el suyo?
–La música hizo que nos conociéramos y nos unió. A su lado estudié mucho, tuve la suerte de ver nacer todas sus maravillosas composiciones. Porque Pedro Belisario Pérez es mucho más que “Amarraditos”, que fue su gran suceso.
A coser como doña María, ¿nunca aprendimos?
–No, no hubo caso. Mi mamá intentaba: “Mijita, venga con la mamita, aprenda a coser”. Pero yo me iba con la guitarra. A cocinar tampoco me dediqué: no me moría por hacer y además mi mamá prefería que no me metiera por temor de me dañara las manos. Aunque debo decirle que con el tiempo tuve mis creaciones: Ariel Ramírez no venía casa si no le prometía las empanadas de choclo.
¿Se puede saber la receta?
–Muy sencilla: compro los granos de choclo congelados y los cocino en leche con laurel hasta que están bien tiernos, aparte hiervo calabaza. Salteo dos o tres dientes de ajo picaditos, les añado el choclo con la leche ya consumida, el puré de calabaza y dos buenas cucharadas de ricota. Sal, pimienta, orégano y un huevito. A mí me gusta poner un poco de azúcar, pero hay que gente que prefiere sin. Las tapas, compradas: siempre cuidando las manos. Otra cosa que me sale bien es el tuco, también muy simple: pongo todo junto, tomate en puré, ajo, cebolla bien finita, una ramita de apio, un caldito de verdura, laurel, salvia, romero, un chorrito de vino, zanahoria rallada para hacerlo sin carne. El aceite al final. Queda sabrosísimo y muy liviano. Aprendí apenas para salir del paso. Cuando nos casamos le avisé a mi marido: “Te vas a morir de hambre conmigo”. Y él me pregunta: “¿Pero usted me quiere a mí?” “Mucho”, le respondo. “Entonces no me voy a morir de hambre”, decidió muy confiado. Los domingos me agasajaba con un pollito que cocinaba a la parrilla mientras yo iba a misa, preparaba la mesa con todas las cosas. “Disculpe que no se lo mastiqué”, bromeaba. Así fue nuestra vida, con mucha armonía.
Como para no salirse de los términos musicales...
–Es que nos apreciábamos mutuamente en la tarea musical, jamás hubo de su parte una actitud de coartar mi trabajo. Al contrario, se alegraba mucho de mis éxitos, me alentaba cuando a los hombres de su generación no les entusiasmaba que sus esposas triunfaran profesionalmente, muchos matrimonios se rompían por eso. Siempre fui una convencida de que a la mujer había que dejarla seguir su vocación, que adorne su vida con arte, con conocimientos, con costura, según sus gustos. Y si se le antoja, criando hijos.
Cuando niña ¿prefería la guitarra a las muñecas?
(Mostrando una hermosa muñeca de fina tela y rostro delicadamente pintado que reposa en una silla) –Y esto que tengo aquí ¿qué es? Esta muñeca tiene 81 años, está totalmente hecha a mano. Es una joya y tiene su canción, “Aquella muñeca”, la letra la hizo un poeta cordobés. Mi madre tuvo una amiga francesa con la que compartió mucha vida. Ella llegó de Rosario y entró en El Guipure, Denise era una mujer extraordinariamente habilidosa: hacía sombreros y otras prendas, tocaba el violín, era enfermera de la Cruz Roja. La lencería que hacía artesanalmente era vendida a precio de oro en El Guipure. Tejía, bordaba, esculpía. A mí me hacía leer libros en francés. La muñeca se llama Denise por ella.
Usted se ha permitido navegar en diversos géneros con total soltura.
–Cierto, no todo es tango y folklore, tengo baladas, inclusive canciones en portugués, aunque no puedo decir que domino totalmente ese idioma. Pero con un tema gané un concurso de ritmos brasileños. Ha sido un camino largo y de mucho trabajo el mío, un camino que he hecho a mi gusto, sin aceptar presiones que pudieran desvirtuarlo, aunque quizá no supe hacerme suficiente publicidad. Después de que falleció mi esposo, vino gente a proponerme que hiciera cosas de moda, cumbia, esos ritmos un poco mecánicos, y dije que no sabía hacerlo. No es que me las de exquisita o intelectual, ni de estar arriba de nada, pero no podría componer sobre fórmulas. Me gusta pensar que con mi repertorio yo puse un tren en movimiento. En folklore, por ejemplo, nunca grabé éxitos del momento que hubieran facilitado las ventas, como “Angélica”, “Paloma”, “Quiero ser luz”... Total, si hay tanta gente que lo hace, alguna muy bien, mejor ocupo ese espacio con otras músicas, otras letras que digan algo que me expresa. Siempre he sido selectiva y traté espontáneamente de evitar las facilidades. Empecé a componer muy joven alentada por Pedro, aunque me resistía, creía que no era lo mío. Pero como Cupido ya andaba haciendo sus trámites, una noche muy romántica me puse a mirar el cielo, elegí una estrella y quise decirle algo. Hice una cuarteta, fui adentro, tomé la guitarra, le puse música. A los veintitantos, compuse mi primera zamba, “Corazón solito” (“anda el corazón solito,/ vagando en triste condena,/ y solo el viento que pasa/ sabe su dolor y pena...”). Al día siguiente lo fui a ver a Pedro, le llevé el borrador diciéndole que había escuchado esa zamba. El puso la partitura en el piano y me pidió que la cantara. Yo casi no soportaba tanta emoción. De pronto él se da vuelta y me dice “¿Usted está segura de que no sabe de quién es esta zamba?” No pude evitar una sonrisa pícara, él ya se había dado cuenta de todo.
En sus principios como intérprete, ¿la música clásica fue una base importante?
–Claro, en esa primera época me nutrí de música clásica. A los 16 me dijo un día mi hermano “Chinita, traé la guitarra, te voy a enseñar algo”. Así fue que aprendí a hacer acordes, me fue dando los nombres, los fui dibujando. Había una canción muy famosa que hacía Gardel, “Mentiras”, empecé a cantarla y él me acompañó. De ese modo me introdujo mi hermano en el acompañamiento, me enseñó a buscar los tonos, algún detalle. La introducción a un tema es importante, incluso en obras que no sean propias. Mi marido, que me allanó muchas cosas en el terreno musical, siempre sostenía: “La introducción debe ser siempre acorde con lo que se va a cantar, son su clima, su temática”.
¿Cómo es la sensación de componer, de crear?
–Siempre digo que componer es un milagro que nos permite Dios. Yo personalmente no sé cuándo voy a hacerlo, no soy de esas personas que dicen “me siento a las 10 de la mañana todos los días a componer”. Mis guitarras se llaman todas Celeste porque así las bautizaron mis amigas de Mendoza antes de venir a Buenos Aires. Bueno, yo me siento con Celeste a lo mejor un ratito, de repente surge un tono que sé que tengo que seguir, eso lo aprendí de mi esposo. “Volá un poco”, me decía él, pero nunca me indicaba que pusiera tal o cual tono. También me hacía sugerencias en el canto, para darle un sentido a las letras. Para mí fue muy bueno tener un guía experimentado y talentoso, que a la vez me dejaba en libertad. Creo que lo supe aprovechar en el mejor sentido. Yo a mis letristas los dejo que trabajen a su gusto, no impongo nada. Pero cuando la letra es mía, prefiero hacer primero la música. Por supuesto que si dispongo de poemas ya escritos, como los de María del Mar Estrella, hago la música después. En cambio, en el caso de Héctor Negro, él me dice que prefiere escribir sobre mi música, que le dicta palabras. Ultimamente he escrito algunas cosas que me parece que salieron bien con Martina Iñíguez, primero me dio un poema e hice una canción, después compuse la música de una zamba, dos tangos y luego ella hizo la letra. Tengo un chamamé con Teresa Parodi, también primero la música. Ahora acabo de terminar cuatro zambas: con Ramón Navarro, Ignacio Anzoátegui, Julio Fontana, con tengo varias piezas, entre ella una que se llama “Chicos de la calle”. Y bueno, sigo buscando, sin premura pero sin pausa. y
Carmen Guzmán dará un recital el 29 de febrero en la Casa de la Cultura, Rufino de Elizalde 2831.
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