Viernes, 25 de enero de 2008 | Hoy
EDUCACION
Seis años atrás, Silvia Finocchio puso en marcha el primer posgrado online de Flacso, que con el tiempo superó las expectativas sobre las posibilidades que Internet daba a nuevas experiencias educativas. Ampliación de la comunidad académica, vínculos impensados y nuevas maneras de inclusión, son sólo algunas de las consecuencias que comenta en esta entrevista.
Por Verónica Gago
Silvia Finocchio, profesora de Historia de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata y profesora de Didáctica de la Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, es la inventora de la modalidad virtual para la enseñanza íntegra de posgrado que desde 2002 lanzó Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). A seis años de su inicio, esta iniciativa ya participa de una comunidad de colaboración académica mundial (Plataforma Moodle) y aumenta sin pausa su cantidad de alumnos y de contenidos. Finocchio dice que la clave de esta expansión fue combatir los dos prejuicios básicos que se asocian a la educación virtual: que la web exige contenidos sin densidad porque es un modo de devaluar la escritura y la lectura y, por otro lado, que es una forma más de la clásica educación a distancia. En esta entrevista, explica por qué la experiencia de los últimos años enseña lo contrario.
–¿Qué efectividad logra la educación virtual?
–Desde el principio nuestra apuesta fue intervenir en la web con producción de calidad académica, partiendo de la posición política que apunta a una democratización del saber. Con ese objetivo, pusimos a disposición los conocimientos que producimos como institución a partir de los proyectos de investigación en los que participamos. Esto va contra dos prejuicios básicos con los que se piensa Internet y, en particular, la educación virtual. Por un lado, que requiere de contenidos ligeros, capaces de convivir con la velocidad de lectura. Es el supuesto de que la traducción de la velocidad es la ligereza. Por otro lado, que la educación virtual se vincula con la educación a distancia, es decir, con una modalidad de cursos cortos, destinados a una persona que está estudiando algo sencillo, en soledad junto a un manual, para conseguir un puesto determinado de trabajo, pero claramente adquiriendo un saber no valorado por las elites.
–¿Y cuál sería la diferencia de la educación virtual?
–A diferencia de la imagen del hombre o la mujer sola que estudian en su casa, aislados, la web permite construir comunidad. Es una comunidad virtual muy fuerte entre profesores y estudiantes, en la que se discute la economía del norte y del sur del país, los problemas ecológicos del Amazonas y de Tierra del Fuego o qué significa ser un profesor-taxi en un lugar y en otro. Es una comunidad que da lugar a un diálogo de enorme riqueza. Para los profesores además es un desafío enorme porque implica que sus saberes no tienen límites de frontera sino que entran en disponibilidad más allá de ella, en una heterogeneidad muy productiva. Hoy el 80 por ciento de los inscriptos son de la Argentina y un 20 de otros países de América latina, pero la tendencia es que esta composición varíe. Además, en la educación a distancia no existen las clases y el corazón de nuestro proyecto son las clases, que implican un proceso de preparación intenso con todos los recursos disponibles en Internet: desde subir imágenes y videos hasta poner links, hacer glosarios, etcétera.
–¿Qué implicancias pedagógicas tiene un proyecto virtual?
–Nosotros lo encaramos con dos criterios pedagógicos. El primero es que los/as alumno/as pueden aprender más de este modo que en la instancia presencial porque las subjetividades hoy han cambiado. Las nuevas tecnologías ya forman parte de estas nuevas subjetividades a las que me refiero y en particular involucran a aquellos que producen saber y conocimiento en la medida en que la mayoría de las investigaciones incorporan desde el mail hasta la consulta de bibliotecas virtuales. Hoy el “cara a cara” no es necesariamente poderoso a la hora de pensar la transmisión del conocimiento. El segundo criterio es que el trabajo en la web repone la centralidad de la lectura y la escritura. Esto es: la posibilidad de comunicarme con los otros a través del esfuerzo de la lectura de una clase, de cierta bibliografía, del intercambio que se da en el foro y, luego, a partir del impulso a escribir mi propio comentario. Paradójicamente, con el trabajo virtual las herramientas intelectuales no se devalúan como se temía sino que son nuevamente jerarquizadas.
–¿Cómo convive este proceso que parece exitoso con la llamada crisis de la educación?
–En realidad, esta propuesta formativa nace con la crisis, con la implosión social, económica y política más tremenda que vivió el país. Fue una apuesta institucional precisa de ese momento, combinada con las nuevas tecnologías que ya son parte innegable de nuestra realidad. Creo que esta propuesta tiene que ver con el mundo por venir. Con esto no quiero decir que las escuelas van a desaparecer, pero está claro que esta modalidad de trabajo es muy productiva y tiene que ser ampliamente tomada en cuenta. Además hay que ver la connotación que tomó la formación de la comunidad virtual frente a la crisis: fue entonces la posibilidad de construir un lazo en medio de un contexto de fuerte incertidumbre social. En 2002, la gente se adhirió a esta propuesta formativa como un sostén, como un soporte capaz de articularse con los proyectos vitales de cada quien en un momento difícil. Y esto se repite de muchas maneras: por ejemplo, en el contexto de las inundaciones en Santa Fe donde las escuelas tenían que asumir la tarea de recibir a las familias evacuadas, para lo cual no estaban preparadas, desde el intercambio virtual muchos alumnos-docentes ayudaron a sostener a los directores y maestros de esas instituciones, proponiendo ideas para trabajar con los padres y alumnos. Es decir, que esta modalidad virtual no tiene que ver con el desdibujamiento de los sujetos sino que logra armar una comunidad en la que aparecen con claridad sus vidas y problemas.
–¿Cree que es un proyecto más afín a instituciones privadas?
–El vínculo de los adultos con las tecnologías no es el mismo que el que experimentan las jóvenes generaciones. Lo que está claro es que vivimos una revolución cultural en los modos de producción de lo escrito y en esto estamos implicados todos y todas, con nuestras diferencias generacionales. El fenómeno argentino del locutorio, muy extendido, pone en duda que el problema sea realmente el acceso. Como educadores nuestro problema, más que el acceso, es la apropiación. Este programa lo cursa gente que atraviesa siete tranqueras hasta llegar al locutorio de su pueblo, quiero decir con esto que estamos venciendo unas barreras que antes parecían infranqueables para la educación. La cuestión tecnológica en esta modalidad de formación, a su vez, intenta ser simple y lo más intuitiva posible. Es decir que los alumnos no tienen una formación virtual anterior y más del 70 por ciento dice que en este marco aprenden mucho vinculado con las nuevas tecnologías en el sentido de que es también una oportunidad para familiarizarse con los recursos que ofrece el trabajo en la red. Las instituciones públicas no han visto todavía estas posibilidades y su importancia en términos de democratización del saber, de modo que estas áreas quedan comúnmente muy marginadas o circunscriptas a determinadas carreras o cursos.
–¿Cuál es la idea de democratización del saber en juego?
–La web ofrece una oportunidad para repensar las políticas de inclusión. No es una temática nueva desde la pedagogía, por supuesto. Siempre, sobre todo desde el discurso político, existió un pensamiento de la educación como igualdad de oportunidades, como política de equidad. Creo que la educación media y la universidad de masas tal como existen en nuestro país exigen también buscar otros formatos.
–¿En qué sentido?
–En América latina, de quienes tendrían que haber terminado la escuela media sólo lo hizo un 40 por ciento. Y en nuestro país ronda el 50 por ciento, tampoco tan lejos de la media latinoamericana. Por esto digo que es necesario ensayar nuevos formatos pedagógicos. De hecho, muchos profesores de la universidad ya incorporan nuevas tecnologías para comunicarse con sus alumnos a través de grupos web, listas de mail para consultas, etcétera. El uso de las nuevas tecnologías que va desde cuestiones menores o puntuales hasta la necesidad de repensar más a fondo los formatos educativos es una asignatura necesaria para los educadores y pedagogos. Nosotros empezamos por el nivel de posgrado, donde hoy recae una expectativa grande debido a la masificación de la formación universitaria y por el vínculo con la expectativa a futuro de cada quien que piensa su vida como subida.
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