Viernes, 28 de marzo de 2008 | Hoy
ARTE
En la muestra Un día en la vida de María Rosario, una mujer trabajadora, Diana Dowek pone de manifiesto una vez más su compromiso personal y artístico con los derechos humanos, representando a través de una serie de elocuentes cuadros la jornada de una obrera que además es delegada de los trabajadores de una importante fábrica.
Por Moira Soto
La artista que durante épocas aciagas pintó y mostró paisajes verdes a través del parabrisas de un coche, en cuyo espejo retrovisor se reflejaba un cuerpo sin vida entre el pasto, que luego creó las escalofriantes series Atrapado con salida, Las heridas del proceso, Las heridas de la ciudad, El poder vulnerable, tornó al lirismo en La ciudad y los amantes y le dedicó una mirada afectuosa y compasiva a los primeros piqueteros en La larga marcha, durante 2007 se concentró en una obrera de una fábrica de galletitas. Un día en la vida de María Rosario, una mujer trabajadora, así se titula la nueva muestra de Diana Dowek que abre el próximo jueves 3 de abril en el Centro Cultural Borges (después de que la galería Agalma levantara sorpresivamente esta exposición por considerarla inadecuada para su clientela de Barrio Norte).
Una serie de cuadros de diverso tamaño dan cuenta del transcurrir de la jornada habitual de una joven y hermosa mujer que Dowek sorprende aun dormida, antes de levantarse a las 4.30 de la mañana y hacer sus quehaceres en la cocina, en tres pinturas tituladas Intimidad, las únicas, junto con la que cierra la travesía, en las que aparece una nota de color, un cálido rojo, entre el blanco y negro a menudo grisado. La imponente vista de la fábrica abre el espacio laboral, María Rosario se multiplica en la línea de producción, en el embalaje, en intercambios con una compañera, cumpliendo varias funciones a la vez y finalmente despidiéndose de la artista antes de partir. Fuera de la crónica propiamente dicha, un espléndido retrato que revela el alma de esta trabajadora que hoy representa a más de tres mil obreros que reconocen que nunca tuvieron a un delegado de tanto mérito.
“La elección de María Rosario surge de mi deseo de rescatar la gravitación importante que viene teniendo la mujer en las luchas sociales, las actividades solidarias”, dice Diana Dowek suspendiendo por un momento los preparativos del catálogo de la muestra. “En las Pausas de la larga marcha había gran cantidad de mujeres entre esos cuerpos agotados entregados al sueño. Y entre las múltiples posibles imágenes de mujeres que llevan adelante distintas luchas, se me ocurrió que la de la trabajadora no sólo está ausente de los medios, sino también en la historia del arte argentino. Te hablo de la laburanta, no de otros roles que sí están. A fines del XIX, Sivori hizo El despertar de la sirvienta, un desnudo realista y contemporáneo que escandalizó en Buenos Aires no tanto por la cantidad de piel a la vista como porque tomaba a una protagonista de tan bajo status social y no idealizaba su condición. Después tenemos prostitutas, costureritas que dieron el mal paso y demás, pero la trabajadora, la que ejerce un oficio es difícil de encontrar. Y me pareció que las obreras que hacen un laburo poco prestigioso, invisible, rutinario, a menudo inconfortable, merecían ser contempladas. Es mentira que ya no exista la clase obrera; en el establecimiento donde trabaja María Rosario hay varios miles, la mitad mujeres.”
¿Por qué la elegís a ella como protagonista de esta serie?
–Cuando conozco a esta delegada de la fábrica Terrabusi, fue como una iluminación. Estaba preparando otro proyecto pero se me cruza, se me impone esta idea de hacer un día en la vida de María Rosario después de tratar un poco con ella, saber de su trabajo, de su condición de delegada. Tuve que sortear algunos obstáculos para entrar en la fábrica, mostrar currículo, catálogos. Conocí el ámbito hogareño de María Rosario, la acompañé a la fábrica a trabajar, me contó sus logros en los diez años que lleva en la comisión interna. Por cierto, siguen teniendo motivos de lucha: por ejemplo, quieren hacer cumplir la “Ley de la Silla”, una propuesta de Alfredo Palacios promulgada por el Congreso a fines del XIX, porque todavía trabajan ocho horas de pie. La participación de María Rosario en estas cuestiones fue siempre muy fuerte. Al principio, la habían cambiado de sección por revoltosa pero después la volvieron a buscar los mismos de la comisión, que están enfrentados al sindicato que maneja Daher, como sabemos un componedor con la patronal. Al principio, ella no quería ser delegada, pero su madre le aconsejó: “Si creés que tenés que hacer algo por tus compañeros, hacelo”. Tenía 25 en ese entonces y en diez años ha conseguido una cantidad de cosas, entre las cuales, 40 minutos para una comida caliente en vez de la factura y el mate cocidos anteriores, y un jardín maternal con maestras especializadas.
¿No te bastaba con la foto para hacer los cuadros dentro de la fábrica?
–Quería tener la vivencia del clima en que se trabaja, estar en el lugar, ser testigo. Esta muestra tiene un tono documental, no componentes de denuncia o dolor como en los cuadros de los desocupados. En la representación de la fábrica, tomo una cierta distancia para mejor reflejar la frialdad impersonal del lugar, la cosa repetitiva de las tareas. Por eso el blanco y negro y los grises tendiendo a un violáceo. Pero distancia no significa indiferencia en este caso, por supuesto. Pongo en escena a una mujer trabajadora, que hace un trabajo duro, que defiende a sus compañeros. Quiero aclararte que esta muestra la iba a hacer en Agalma, donde ya he expuesto, pero cuando vieron esta serie, un mes antes de abrir, me la levantaron, me dijeron que no era comercial, que iba a interesar a los clientes del barrio, frente al Jockey Club. Me sorprendió porque allí mostré los desocupados, vendieron mi obra. Y yo creo que esta nueva serie se identifica con mi ideario de siempre. Afortunadamente, fui a ver a Roger Alhua, del Borges, que puso todo a mi disposición.
¿Quiénes son los compradores de tus cuadros?
–Bastantes extranjeros, muy pocos argentinos. No soy una artista que venda fácilmente, nunca traté de serlo. Me importa más sostener la coherencia de mi obra.
¿Sabés qué es exactamente lo que le molestó al dueño de Agalma?
–No te lo puedo precisar. El sabía sobre qué tema estaba trabajando, algo había visto cuando vino a mi estudio a elegir la obra para Arte BA. Me dolió, por supuesto, por mí misma y por María Rosario. Lo tomé por una censura, quizás esta serie toca alguna fibra de la condición femenina que se niega, que está muy lejos de la imagen que prefieren dar los medios en general. Fijate todo lo que está pasando con las mujeres: una terrible violencia de género, las figuras femeninas de la televisión, derechos elementales sin conseguir, como el del aborto. Me parece que hay un retroceso muy grande, que hay mucha misoginia. En un país donde la TV exalta a figuras como Nazarena Cruz y otras por el estilo, quizá moleste una mujer trabajadora de una gran dignidad, de otra belleza, que pelea por mejores condiciones para sus compañeros. Ojo, te aclaro que no me estoy creyendo que lo mío es una audacia: siempre hice lo que quise, más allá de la aceptación que tenga o no mi obra, gracias a que pertenezco a una clase media que me dio esa libertad, y a muchos años de trabajo continuado. Pero, por lo visto, sin proponérmelo premeditadamente, toqué un tema tabú, puse el dedo en alguna llaga social.
¿Ese rechazo de la galería le agrega un plus al resultado de tu trabajo?
–Me hace pensar que el homenaje a María Rosario, y en ella a tantas trabajadoras, es más que merecido. Mujeres discriminadas, acosadas, maltratadas que se defienden, van al frente. Por otra parte, yo soy mujer y sé lo que es competir en un mundo que todavía es de hombres, aun entre artistas.
¿Cómo procesó María Rosario esto de pasar en cierta forma a un primer plano público, donde parte de su vida es relatada?
–Me parece que ella todavía no está muy convencida de que le esté pasando esto. Desde luego, va a venir el día de la inauguración, está contenta de sentirse valorizada. Pero es una obrera luchadora, militante que no se la cree. Ella considera que cumple con su conciencia, con su deber, con sus ideales. No se siente una heroína, lo toma con naturalidad. Cuando yo iba a la fábrica, a las compañeras les gustaba que alguien se interesara en ella, se sentían tenidas en cuenta. María Rosario todavía no vio nada de esta serie, salvo un retrato que le mandé. Va a estar en la inauguración, obviamente.
En tu pintura casi siempre se trasluce la influencia del cine, y esta muestra no es la excepción.
–Es cierto, en el movimiento que le doy a las líneas de producción hay algo que remite a Tiempos modernos, de Chaplin, una referencia fuerte para mí. Ese movimiento continuo, casi automático pero que exige mucha atención para que todo salga perfecto. Un trabajo muy alienante, eso quise reflejar: por una parte las distintas tareas y, por otra, la desolación del espacio. No es una obra expresionista, trabajo sobre la arquitectura del lugar con una perspectiva contemporánea. Aun cuando se trate de un empleo poco creativo, creo que el desempleo es algo tremendo que afecta la autoestima, la dignidad de las personas. O sea que esta muestra habla de la mujer y el trabajo, reivindicando el trabajo en sí.
La idea de la crónica paso a paso también tiene una alusión cinematográfica.
–Y sí, claro. De joven quise hacer cine, me apasionaba, estudié incluso. Pasé recursos del cine a la pintura, toda mi obra tiene secuencias, primeros planos, profundidad de campo, ciertos encuadres, la búsqueda del movimiento. Bueno, debo reconocer que Eisenstein me ha inspirado mucho, me dio una base importante.
Ya tomaste a figuras femeninas con nombre propio en tu obra, como fue el caso de Romina Tejerina.
–Exactamente, Romina también es emblemática desde su situación, tan diferente a la de María Rosario. Ella ha pasado momentos terribles desde hace cinco años. Representa a tantas chicas violadas, golpeadas, explotadas. Como se sabe, ella queda embarazada después de una violación, su trauma la lleva a la tragedia y es acusada, incluso por una jueza, mientras que el violador sigue libre. Creo que con Romina se quiso hacer un escarmiento, porque en otros casos la Justicia ha sido más comprensiva. Yo la visité en un momento en que la dejan recibir gente. Mientras genocidas miserables están libres o en una cárcel de lujo, Romina tiene que pagar por haber sido forzada, presa en ese lugar inhóspito, espantoso. En vez de desalentarme, casos así me refuerza la convicción de que las cosas pueden cambiar, deben cambiar. A mí me interesa el tema de la mujer por razones de estricta justicia, porque creo que su valor como ser humano es igual al del hombre, por lo tanto debe tener los mismos derechos, no sólo en la letra escrita sino también en la práctica cotidiana. Lamentablemente, llegar a esa instancia nos va a llevar mucho tiempo porque son muchísimos los siglos de patriarcado y a los hombres, aun a los mejor intencionados, les cuesta aceptarlo plenamente. Es una contradicción que tienen aun los más progresistas y revolucionarios a la hora de darle lugar de paridad a la mujer. Por eso me parece algo natural, casi te diría inevitable, pelear desde mi lugar para que no se discrimine, no se denigre a la mujer en ningún terreno.
Un día en la vida de María Rosario, una mujer trabajadora, abre el 3 de abril a las 19, en la sala 27 del Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín. De lunes a sábados de 10 a 21, domingos de 17 a 21
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