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Viernes, 28 de marzo de 2008

TALK SHOW

Simpatía por el Diablo

 Por Moira Soto

La sangre circula como elemento conductor por la excelente serie Dexter, a veces ausentándose (en la primera temporada hay un asesino serial —no el protagonista— que vacía a prostitutas del rojo fluido y las trocea prolijamente), a veces con un exceso justificado por la situación narrativa y por la belleza plástica de las imágenes (algunas escenas del crimen parecen aludir a pinturas dripping de Pollock), a veces apenas bajo la forma de un circulito entre dos plásticos para integrar la colección de muestras del protagonista. Un tipo joven y atlético que no tiene el perfil de gourmet en el estilo Hannibal Lecter sino que prefiere darle tarascones a los sándwiches de carne de cerdo o a los donuts, y que tampoco es un yuppie consumista en la línea del Patrick Bateman de American Psycho. Menos aún le da por travestirse y acuchillar chicas indefensas (que apenas robaron unos dólares) bajo la ducha como a Norman Bates, y menos que menos le haría el más leve daño a un niño o a una niña, a años luz de M, el vampiro de Dusseldorf.

Dexter Morgan, un tipo que despierta empatía por esa sinceridad para consigo mismo teñida de un humor lacónico, porque desde el vamos se puede conjeturar que ha sufrido un trauma atroz en su temprana infancia y porque a su manera tortuosa es un justiciero fiel a ciertos principios, que hace lo mejor que puede con su instinto de cazador. Sí, Dexter Morgan tiene desde niño la pulsión incontrolable de matar —primero fueron animales, después personas— y su padre adoptivo policía le enseñó a canalizarla suprimiendo a aquellos criminales que la policía no podía atrapar o que habían logrado zafar de la justicia mediante diversas tretas.

Desprovisto de emociones, poco interesado en el sexo (ese tipo de intimidad le parece “indecorosa”), Dexter pone toda su libido en seguir, atrapar y matar con todas las precauciones posibles a sus condenados. “Esta noche es la noche, sucederá y volverá a suceder...”, dice la voz de los pensamientos del forense experto en sangre que trabaja para la policía de Miami junto con su hermana Debbie. Lo carcome un agobiante vacío interior que lo distancia aun de las personas más cercanas (“si sintiera afecto, sería para mi hermana”, cavila en algún momento), todo el tiempo —salvo cuando comete en la alta noche sus crímenes rituales— finge ser una persona normal y hasta tiene una novia separada de un golpeador con dos chicos por los que parece sentir cierto cariño, o al menos deseo de protegerlos, también de jugar con ellos a la par.

Hacia fines de 2007, Rosa Montero se rasgó solemnemente las vestiduras en el diario español El País, espantada por “la venta al por mayor de la violencia”, que suponía la serie Dexter, cuyo “protagonista es un psicópata encantador, un sádico la mar de simpático que busca la complicidad del espectador”. Bueno, bueno, Dexter tiene su atractivo oblicuamente pícaro y su humorcito subterráneo, pero no es tan simpático ni tampoco se trata de alguien que se dedique a torturar: él les muestra a sus víctimas fotos, videos y otras pruebas de sus infamias y los hace confesar, después procede con su instrumental, no sin antes tomar una muestra de sangre... “No acaba con ellos por hacer justicia sino porque disfruta haciendo sufrir”. Cómo se nota que RM no vio completo ni siquiera el primer capítulo (según reconoce apresurada: “así de repugnante es el producto”) porque lo cierto es que todos los elegidos (varones, salvo una excepción en defensa propia) de Dexter son asesinos alevosos, pedófilos siniestros y así por el estilo.

Por supuesto que no se trata de defender o justificar a vengadores anónimos, pero el caso de Dexter propone una inquietante ambigüedad que confronta al/la espectador/a con ciertos impulsos inconfesables, y a su manera los sublima. El ojo por ojo y diente por diente está mal, no es civilizado, va contra la ley... Pero después de ver actuar a ciertos personajes realmente malvados puede que esas certezas morales flaqueen un poco, al menos en el terreno de las fantasías. Rosa Montero, habiendo visto un capítulo incompleto, se perdió de sentir esa incómoda connivencia con el talentoso y bloqueado Dexter, y de apreciar la calidad sobresaliente en todos los rubros de una serie apasionante, con inolvidables personajes secundarios y la ciudad de Miami con su sol rajante, sus ritmos latinos y su colorinche, astutamente explotada como una apropiada escenografía. Una serie que genera ansiedad hasta provocar palpitaciones, que crea adicción, insuperablemente actuada por Michael C. Hall (ni rastros de su David Fisher de Six Feet Under) y todo el elenco.

Felices los/as que pudieron arrancar con el primer cap de la primera temporada el miércoles pasado por Fox, y más felices todavía los/las que, habiendo visto la primera parte por Movie City el año pasado, puede hacerse el festín con la segunda temporada por Cityvibe. Donde sí, tiene razón Rosa Montero aunque ella se negó a ver y no supo disfrutar de esta serie basada sobre la primera de las novelas de Jeff Lindsay sobre Dexter (editada por Umbriel como El oscuro pasajero), hay “una despampante orgía de sangre” en algunos de sus capítulos culminantes. Una orgía estilizada rojo profundo, no apta para gente melindrosa.

Dexter, Primera temporada, los miércoles a las 22 por Fox. Dexter, segunda temporada comienza el jueves 3 y el viernes 4 de abril con la emisión de dos capítulos a partir de las 22 por Cityvibe

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